Y se sucedían los veranos de oro donde nunca pasaba nada
pero siempre estaba a punto de surgir lo inesperado.
Carmen Martín Gaite. Nubosidad variable.
Lunes 23 de junio de 2008. Tarde calurosa, de verano. Por fin. Ánimo indolente, de televisión y sofá. Se acumula ropa por planchar, relatos por escribir, miles de tareas pendientes. Pero me dejo llevar por la pereza y paso las horas haciendo zapping, viendo programas tontos que no me interesan pero me hipnotizan con la desidia de las tardes de verano. Así, sin querer, sin saber, engancho Pacific Blue en La2 y vuelvo al verano del 98. Policías en bicicleta por las playas de Venice. Una especie de Vigilantes de la Playa de finales de los 90.
Inolvidable verano del 98. Con más trabajo que nunca, estando en el paro. Incongruencia empresarial: me echaron en marzo sin ningún motivo, un día antes de que se cumplieran los tres meses de prueba y luego me contrataron durante todo el verano como free lance porque les faltaba personal. A ellos les salió más caro: me pagaban en negro y yo seguía cobrando paro y haciendo un curso del INEM.
Verano del 98. Verano del amor. De apurar las noches en Madrid hasta el amanecer. De fiestas con vestidos blancos y calambrazos en un pasillo. De tardes de piscina y ver Pacific Blue saboreando un corte de nata. Y de otras muchas cosas que guardo para siempre en la memoria con la etiqueta: “yo lo viví, y fue ese verano”. Un verano que se alargó hasta primeros de octubre. Verano pleno sin salir de Madrid, 24 años, amor y amistad en vena. Felicidad en estado puro siendo consciente de ello. Han pasado diez años y sigo recordando ese verano de manera especial.
Hubo otros veranos antes y algunos después.
Amo los veranos, aunque los últimos quisiera olvidarlos.
Si existe la felicidad, estalla en verano.
Como la tormenta de la noche víspera de San Juan. Relámpagos y truenos, olor a tierra mojada, frescor estival.
Presagio de un buen verano que no ha podido empezar mejor: España ganando partidos de fútbol, compartiendo victorias entre amigos, en uno de los bares míticos de ese verano del 98, viviendo como nunca la Eurocopa, por una vez sueño posible, tal vez cumplido en menos de 24 horas.
Planes en playas del sur, donde gente que quiero y que me quiere me espera.
Verano de oro, que ya toca.