Ya de regreso en este Madrid infernal, de aire ardiente que no da respiro.
La segunda quincena de agosto es rara, uno no sabe si está de vuelta o si nunca se ha ido. Todo parece irreal, en suspenso hasta septiembre.
Los anuncios de la vuelta al cole resultan anacrónicos y muy muy lejanos, cuando no se tienen hijos ni sobrinos en edad escolar, pero ver los uniformes en los escaparates produce un pellizco de nostalgia ajena y añeja.
En tierra de nadie: sigue siendo verano pero ya no hay mar ni playa ni vacaciones en el horizonte.
El curso ya ha empezado para mí, aunque hace tiempo que se extinguió la ilusión infantil de aspirar el aroma de los libros nuevos, de cumplir con el ritual de forrar y etiquetar el material escolar.
El nuevo año es aún una caja de incertidumbres y sorpresas.
Como esta, feliz regalo de fin de vacaciones: mi relato publicado en la revista virtual Calidoscopio, que empieza así:
Michael Jackson ha muerto y Caperucita no puede dormir. Aún lleva puesto el traje rojo de la fiesta y juraría que salió de casa con la capa puesta y la capucha tapándole la cabeza. No recuerda si la ha perdido o si algún fetichista se la arrancó y ahora la olisquea en su cama mientras se masturba pensando en ella. Es lo más probable, lo que suele ocurrir en las noches de verano, en las fiestas improvisadas en las que nadie conoce a nadie. Ya no le importa, hace tiempo que dejaron de preocuparle ese tipo de cosas. Ahora se inquieta sólo por asuntos importantes, como la persiana que sigue rota, empeñada en no dejar pasar ni un resquicio de luz.
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