Como continuación de mi último post, y en relación a los conceptos de cambio y esperanza como motores vitales cuando uno se ve obligado a reconstruir su vida y empezar de nuevo, traigo a colación otra serie que hice mía desde el primer capítulo: Everwood (ahora en reposición por las tardes en La2).
Es la historia de Andy Brown, un prestigioso neurocirujano neoyorquino que tras perder a su mujer en un accidente de coche recala en Everwood, un pueblecito en las montañas de Colorado, para ejercer como médico de cabecera y dedicarse a la educación de sus dos hijos, Ephram, quinceañero con un gran futuro como pianista, y Delia, inteligente, madura e independiente a sus 9 años.
Cada capítulo comienza con la voz en off de un narrador, Irv Harper, que está escribiendo una novela basada en los habitantes de Everwood. En el capítulo 17 de la 3ª temporada termina su novela. Y de ese capítulo es este extracto que, como ya escribí en la entrada anterior, arroja luz sobre la vida de todos los que, en un momento u otro, luchamos por salir de los escombros de un proyecto que se ha venido abajo. Y que, aún aturdidos y cubiertos por los restos de la demolición, miramos a la vez atrás, sin comprender, y adelante, por mero instinto, porque no queda más remedio. Con el dolor a cuestas y esa mezcla de agradecimiento y culpabilidad de los que se saben supervivientes.
"La gente llegó desde muy lejos al pueblo de la montaña. Yo lo hice desde el norte, buscando un objetivo. El Dr. Brown vino desde una ciudad huyendo del pesar. El destino tenía otros planes para nosotros dos. Podéis pensar que es mejor que el destino te descuide a que te preste demasiada atención. Cuando te regala sus favores, seguro que tu vida cambia, rara vez para mejor, pero siempre con mayor profundidad. La primera víctima siempre es el corazón. Nada duele tanto como eso. Es como sacrificar a tu reina. Puedes seguir jugando aunque no puedes evitar sentir que ya has perdido la partida. Pero extraña y cruelmente, el corazón afligido sigue latiendo. No importa lo mucho que desees que se detenga. Respiras una vez más, das otro paso y te despiertas de nuevo bajo el poco comprensivo sol.
Sigues la inercia fingiendo que el mundo es una criatura de sangre caliente. El doctor y yo sabíamos mucho acerca de eso. Los dos habíamos hecho un largo camino para descubrir que los propósitos no duran y que la pena puede agujerear cualquier felicidad. Sólo cuando piensas que el destino ha dejado de maltratarte y que quizá sea de nuevo la hora de la esperanza es entonces cuando llegan las verdaderas promesas.
Quizá por eso, de entre toda la gente del pueblo de la montaña, sigo pensando en el doctor. Él le dio la vida a tantos sólo para que le arrancaran la suya del pecho. Pero aun así, logró dejar a un lado su dolor y su arrepentimiento y miró hacia delante buscando nuevos recuerdos y nuevos errores. Pienso en él y recuerdo que siempre tenía una razón para intentarlo de nuevo. Pienso en él y tengo esperanza en la esperanza."