La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

sábado, 31 de diciembre de 2011

Y 2011 fue una fiesta



Empezó 2011 con uñas rojas y voluntad de alegría. Enero se estrenó con la calma del mar enfrente, el arrullo de los amigos alrededor de las mesas compartidas y un paisaje de sol a través de la ventanilla del tren. El frío del invierno lo sacudimos con roscón y brindando con Cynar, bajo el efecto embriagador de un espejismo que burbujeaba con el brillo de las novedades chispeantes. Acabó el primer mes del año con un sueño a punto de cumplirse, la noticia tan esperada llegó y todo fue nervio, impaciencia, ilusión y euforia. Un secreto a voces que no quise proclamar hasta no saberlo seguro. Febrero empezó con dos contratos firmados, dos de los más importantes que he firmado hasta ahora: el de mi plaza de personal laboral fijo y el del contrato de publicación de "Los patos de Central Park". Mi primera novela. Ya. De verdad. Por fin. Un estado de emoción y plenitud solo comparable a la fiebre del enamoramiento. Marzo y abril volcada totalmente en esos patos, cual madre clueca: correcciones, primeras pruebas de portada, primera prueba de imprenta. La gestación material de mi primogénito literario, con mails que día a día lo hacían un poco más real. Y como siempre los amigos para compartirlo, el apoyo incondicional, la alegría sincera de los que se alegraron por mí y conmigo. La paciencia de todos ellos y la de mis padres, cuando la novela se convirtió en casi monotema para mí. La generosidad en forma de camisetas, entrevistas, fotos. Estalló la primavera y yo caminaba un palmo por encima del suelo, feliz. Feliz en mi cumpleaños con los patos recién nacidos, tan bellos, y rodeada de tanta gente a la que tanto quiero. Feliz en la presentación en la que petamos FNAC y en la que me reencontré con personas a las que había perdido la pista como si no hubiese pasado el tiempo. Indudablemente, este alumbramiento ha marcado el año 2011 para mí. Ha sido la gran novedad, con todo lo demás en paz y en calma.




Hubo viajes, también. Budapest fue una sorpresa en una esquina de la primavera. Un paréntesis de puentes sobre el Danubio, baños nocturnos en aguas templadas, piel suave como la de un bebé y largos en piscinas solitarias, laberintos con olor a vino y bromas inteligentes, un mapa para no perderse, la lluvia de un día frío y nublado que acabó en sol y baño. La contradicción mágica de disfrutar de piscinas al aire libre de agua caliente con diez grados de temperatura y no sentir frío. Jugar como una niña en los remolinos y las corrientes locas. Nadar y dejarse llevar, dócilmente, por las aguas de extraño olor a azufre.

Hubo un verano salpicado de idas y venidas a Denia, que empieza a ser algo parecido a un hogar. Un lugar al que ir y del que regresar a lo largo del año, que no se anhela hasta que se vuelve a él y que se echa de menos nada más abandonarlo.

Hubo un viaje soñado para despedir septiembre. Florencia me gustó sin encandilarme, me pilló con el cuerpo escaso de fuerzas y un resfriado atenazando mi garganta, mi voz, mi nariz y mi cabeza. La suerte fue caprichosa en esa ciudad. Nos recibió con una noche de verano mágica, césped en el que tumbarse y música de fondo de un cantautor callejero. Un momento perfecto. Nos bendijo con una entrada gratuita a la Galeria de los Ufizzi sin esperar colas y un arco iris desde su terraza. Pero fue esquiva cuando nos arriesgamos en la Academia y al final no vimos el Miguel Ángel. Recuerdo una tarde espesa de fiebre y desesperación, sin apetito ni apetencia, sin sentido del olfato ni del gusto. Nunca olvidaré esos tallarines con salsa de trufa que no pude saborear en la terraza del Tzá Tzá. Volveré a Florencia para vengarme de esa emboscada del destino y para volver a probar el helado de chocolate de la cioccolateria Vestri. Me gustó Siena engalanada con los estandartes de cada barrio y el cambio de luz en la fachada del Duomo. 


Y después, todo fue Venecia.



















Me encandiló la ciudad con sus reflejos de agua y oro, a pesar de mi debilidad física. Me perdí en sus callejuelas donde todo fue sorpresa y descubrimiento. Disfruté de cenas a la luz de las velas junto a un canal escondido. Dormí en un palacete del siglo XIV,me fascinó San Michele, quise comprar Murano y me empapé de los atardeceres más bellos que nunca he contemplado. Juré volver, en todas las épocas del año.





2011 tuvo más cosas. Tuvo las fiestas en La Independiente, los saraos literarios de la Feria del Libro, el fervor del 15-M, la pesadilla de la JMJ, barbacoas de verano en la sierra, cumpleaños y comidas y taller y tertulias y cenas. Y libros y música y series. Todo eso que hace que los días sean distintos y las noches esperanzadoras.

En 2011 crucé libros, palabras y dedicatorias con Siri Hustvedt, Marcos Giralt, Ray Loriga, Care Santos.

Conocí gente, me reencontré con viejos amigos, perdí amigos que me hubiese gustado conservar.


En fin, bastante más de lo que jamás soñaríais en mil vidas.

2011 ha sido un buen año. Una fiesta, con motivos para celebrar.

Que no decaiga.

 Feliz 2012