La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

jueves, 27 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (IX)



Denia, 15 de agosto de 2012


Esta terraza por las noches y los libros pendientes que me he traído. Libros de amigos, de personas que conozco. "Nadar en agua helada", de Recaredo Veredas; "Huésped", de Roberto Terán; "Siberia", de Juan Soto Ivars. Poesía en vena, aunque "Siberia" sea una novela. Libros tristes, amargos, bellos y desesperanzados; gritos en el papel, al lector, al vacío.

Sus letras me abren otra dimensión de ellos. Detrás de esos rostros, de esas voces conocidas hay vidas donde late el pasado, el dolor, los errores, las cuentas pendientes y las futuras. He compartido conversaciones, risas, fiestas con ellos, ignorándolo todo de sus vidas. Y de pronto tanta intimidad expuesta, tanta intemperie. Es literatura, claro. Pero el tamiz de la poesía no enmascara la profundidad del sentimiento. Quién lo diría.

Cuánto ignoramos, siempre, de los demás. Y de nosotros mismos. 









lunes, 24 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VIII)

Denia, 12 de agosto de 2012




Los gatos ya no están. La madre debe de habérselos llevado a otro sitio. La naturaleza y sus misterios. Los animales y los suyos. Los humanos tratando de buscar explicación u origen a todo.

No son lo mismo los domingos de verano sin el artículo de Ray Loriga en El País Semanal. 

El desayuno alargado, la emoción y la impaciencia ante el nuevo descubrimiento, el posible hallazgo entre las letras del escritor admirado, la lectura entre líneas. 

Le echo de menos como a los amigos que desaparecieron en algún lugar del tiempo cuando nos hicimos mayores, como a los antiguos amores de los que ya no tenemos noticias. 

Tengo esa triste sensación de lejanía, de pérdida. Ray aparece en mis sueños de vez en cuando y le echo de menos en mi vida con la melancolía del que añora cosas que nunca ha tenido. 



viernes, 21 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VII)


Denia, 11 de agosto de 2012


Hoy hemos descubierto tres mininos en el jardín, recién nacidos, acurrucados entre la pared y el aparato de aire acondicionado, un lugar casi inaccesible. Están dormidos, apenas pueden o saben abrir los ojos.

Están justo debajo de mi ventana. Anoche los oí llorar. Maúllan de hambre o quizá ensayan su voz recién descubierta.

Dan ganas de alimentarlos, de darles agua o leche. Mi madre no los quiere aquí, pero echarlos sería cruel. Son muy pequeños. Dice que va a llamar al jardinero para que se los lleve.

Al atardecer una lengua de fuego barrió el aire. Un calor seco y asfixiante, de golpe, como de desierto o de infierno.

La esperada lluvia de estrellas de hoy ha sido inexistente. Hemos ido hasta el final de la playa, donde ya no hay luces, para verlas mejor. Las nubes en el cielo lo han borrado todo.

 Ni una estrella fugaz.

 No pronuncio ningún deseo.


viernes, 14 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VI)


Denia, 10 de agosto de 2012

La brisa en la terraza. Las lecturas atrasadas. La paz alterada por los niños que gritan, que corren; por los adolescentes que ríen a gritos; por los gemidos de una muchacha (¿o es una mujer?) que no se sabe si son de angustia o de placer. Es ambigua la melodía del orgasmo.

Un gato (¿o es una gata?) se pasea ufano por el jardín y mi madre lo espanta a manguerazos.

Una cría de salamandra (¿o es una lagartija?) se ha instalado entre la pared y el techo de la terraza. Ha elegido esa sombra, aunque ya es medianoche. Es tan chiquitita, tan mona. Le hago una foto con flash y ni se inmuta, como si estuviera acostumbrada a que la fotografíen, como si no le sorprendieran en absoluto las extrañas conductas de los humanos ni le molestaran las luces intempestivas. Pensaba que saldría corriendo, pero no. Se queda ahí, muy quieta, un buen rato.

He seguido leyendo y cuando he vuelto a mirar ya no estaba.

Humanos y animales. ¿Quién debe temer a quién?


lunes, 10 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (V)


Denia, 8 de agosto de 2012


Tal vez haya acabado el tiempo de los veranos en los que se esperaba algo, o todo. Emociones, viajes, amores, ilusiones que echarse a la piel bronceada, al pelo más rubio, al brillo en los ojos y la miel en los labios.

Dejar de esperar significa no ser nunca más joven. Quizá la madurez consista en esperar cada vez menos de todo, incluso de los veranos, hasta no esperar ya nada excepto la muerte. Recrearse en la nostalgia más que en el anhelo.

Con la edad se gana sabiduría: aprendes a negociar con el tiempo, con las expectativas, con la realidad, hasta alcanzar un equilibrio razonable. La felicidad se va acercando a una sensación de plenitud, de haber aprendido a no necesitar nada más, a no esperarlo y que sea suficiente. La calma. La paz. La placidez de la no espera. La tranquilidad de vivir sin ansiar nada en concreto, pero no sin la esperanza de que algo puede surgir  en cualquier momento.

La renuncia a la diversión impuesta, a la exigencia de aprovechar el tiempo de vacaciones, a la proyección de expectativas cegadas por el sol, la temperatura, las noches, empapadas del ideal/irreal de las revistas de moda, los anuncios de la tele, las series de televisión. La obligación de felicidad como el lastre que nos impide disfrutar de lo que podemos tener.

Los veranos de la edad adulta son menos tiempo de espera y más un paréntesis en el tiempo. Unas semanas suspendidas en el calendario, un tiempo de irrealidad, de irresponsabilidad también. El trueque del frenesí por la lentitud. Suspender la vida social, no preocuparse por nada, por nadie. Desconectar del mundo. Vivir al ralentí, sin reloj ni obligaciones. Que hasta las emociones den pereza. Preferir la tranquilidad a la aventura.

En Madrid todo es distinto. El ritmo se acelera, las expectativas se multiplican. Te adaptas a las rutinas y no al revés.

Qué estupor ante los sentimientos que uno no elige.



jueves, 6 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (IV)


Madrid, 2 de agosto de 2012



Luna llena, velas.

Escribo en la terraza.

Es como estar de vacaciones. Estoy de vacaciones en mi propia casa. Sentimiento extraño y feliz. ¿Cuánto durará esto? ¿De verdad puede durar? Perplejidad. Pedid y se os dará. Tan sencillo y tan complejo. El miedo y las dudas se disipan con los días. Pero nunca se sabe. Vivimos tiempos inciertos. Como la maldición china: Ojalá vivas tiempos interesantes.

Un llanto de mujer rompe esta paz. No existe el silencio en las noches de verano. No sé de dónde vienen los sollozos. Todas las persianas están bajadas, todas las luces apagadas. Las ventanas abiertas dejan escapar los secretos que todo hogar esconde. La mujer llora sin parar. Murmura algo, entre hipidos. Me parece oír una voz de hombre, muy queda, pero no estoy segura. Imposible imaginar qué causa tanto desconsuelo. Prefiero no hacerlo, todas las opciones son igual de tremendas.

Todo parece volver a la calma. Al rato, otra vez el llanto.

Pienso en la rareza de la vida. En que mientras yo escribo acerca de lo fácil que es a veces la felicidad a unos metros le es negada a una mujer que no para de llorar.

Me asomo al cielo de la noche y siento inquietud y extrañeza. Esta luna redonda y fluorescente, ese llanto. Incapaz de irme a dormir sigo aquí, atenta a los ruidos de la madrugada. El clic clic del teclado alivia y acompaña. Una de las velas se apaga, dejando un rastro de cera derramada y un olor tostado. Ignoro la oscuridad y sigo escribiendo, navegando. Internet no se apaga, ni descansa nunca. Como una luz siempre encendida que ofrece seguridad, aunque no siempre haya alguien al otro lado.