La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

martes, 27 de noviembre de 2007

Como de costumbre

Como de costumbre, ella escribió una historia después de su encuentro. El relato de lo que siempre imaginaba y nunca sucedía. Una fantasía con la que seguir alimentando el interés, la emoción, la excitación, el morbo.

Esta vez se vieron en casa de ella. “A partir de las 11”, le había citado. Él apareció a las once y diez, con una camisa verde y una barba más tupida que otras veces, con un bigote poblado que al principio le resultó extraño. Pasaron al salón, ella le ofreció café, pensando que iba a decir que no, pero dijo sí. Se puso algo nerviosa mientras preparaba algo que no había previsto del todo; él la siguió a la cocina y se sentó en el lugar menos apropiado. Le gustó la familiaridad del gesto, la naturalidad de la escena y también ella aparentó naturalidad, sin conseguirlo. Apagó el fuego antes de tiempo y el agua se escapó por las junturas de la vieja cafetera. Le sirvió el café, sin estar muy segura de cómo le gustaba o de si le apetecía en realidad y regresaron al salón.

Ella le enseñó los cuadros y él respondió con un comentario crítico. Se preguntó si se había fijado en el cuadro azul de la esquina, el de encima del radiador. El motivo de la pintura era un escenario que les unía. Aunque tal vez eso perteneciera al pasado, ya tan lejano. Su relación había sobrevivido al lugar en el que se conocieron y había evolucionado, cambiando ese paisaje por otros: apartamentos de ciudad más acordes con la realidad adulta, alguna terraza en la que compartir desayuno, la pantalla del ordenador.

Como de costumbre, hablaron de libros, de sus vidas y de sexo. Ella le enseñó un libro con fotografías de chicas desnudas y le contó que había posado para otro. Se había imaginado muchas veces posando para él. Le excitaba la idea de que él la fotografiara desnuda, aun sabiendo que eso tenía pocas posibilidades de ocurrir, fuera de las fantasías que solían intercambiar. Y sabía que nunca se atrevería a pedírselo. Bromeaba, intentaba provocarle, pero era consciente de que él no iba a hacerlo y lo último que ella buscaba era forzar una situación que le comprometiera, por mucho que lo deseara. Y, en el fondo, sus encuentros eran excitantes precisamente por eso, porque encerraban la emoción de lo que todavía no ha sucedido, la sorpresa de lo inesperado.

Él le regaló una concha del Caribe y presumió del riesgo que había corrido con ello. A ella le gustó el detalle, pero no quiso darle demasiada importancia. A cambio, le contó sus últimas experiencias sexuales, sorprendentes y atrevidas, con sinceridad y naturalidad. Hacía rato que se había convencido de que esta vez tampoco se haría realidad ninguna de sus fantasías; no halló en los ojos de él el brillo de otras ocasiones, no sintió su deseo clavándose en ella, como otras veces.

La camisa verde no era la que más le favorecía. Le habría gustado más con camisa blanca o azul oscuro, que, en su opinión, le quedaban mejor. Sin embargo, superada la primera impresión, y acostumbrada ya a su imagen tras casi dos horas de charla, cada vez le gustaba más su aspecto barbudo. Ya se lo había comentado él en alguna ocasión: “Durante una temporada llevé barba; te habría gustado en esa época”, le había dicho. Tenía razón. Le daba un aspecto interesante y maduro, muy varonil, sumamente atractivo.


Hablaron. Él se mostró curioso e interesado por las cosas que ella le contaba, atípicas, impropias del tipo de persona que ella solía ser, de la que había sido hasta hacía unos meses. Le divertía el cambio de ella y, sin embargo, tampoco le extrañaba demasiado, como si en el fondo siempre hubiera esperado algo así. Una de las cosas que más admiraba en ella era que siempre conseguía sorprenderle y que sus historias nunca eran aburridas. En cada encuentro, ella le contaba cosas tan distintas, tan dispares con respecto a la última vez que las dos o tres horas de charla se le hacían cortas, pasaban más rápido de lo que le gustaría. Él vivía esta situación con una mezcla de alivio y fastidio. Fastidio porque cuando se quería dar cuenta ya era demasiado tarde para iniciar algún acercamiento físico. Y alivio por el mismo motivo.

Eran cerca de las dos. Él recibió una llamada y se disculpó: “Lo siento, tengo que irme”. “Vale”, dijo ella, mientras se levantaba para despedirle. A él le contrarió la complacencia. En sus fantasías, ella le acorralaba contra el sofá y le impedía irse. Deseó con todas sus fuerzas que ella le besara, que no le diera alternativa. Pero sabía que no iba a hacerlo: que tendría que ser él quien diera el primer paso. Se levantó y la siguió hacia la puerta. La cama con la colcha roja en medio de la habitación era tentadora, y prefirió no mirarla, imaginando de nuevo que ella le empujaba sobre el edredón de cuadros mientras le desabrochaba la camisa y luego se montaba a horcajadas sobre él, tras deshacerse de sus pantalones. En su fantasía, ella llevaba una braguita roja de algodón, casi navideña y, una vez encima de sus caderas, se despojaba, en un gesto travieso y seductor, de su polo y su camiseta, mientras le decía: “Chúpame los pezones”. Pero, una vez más, la realidad se impuso y volvió a reprimir sus deseos. Se dieron dos besos en las mejillas y se despidieron hasta la próxima vez, felicitándose la navidad y deseándose un feliz año.

Ella cerró la puerta y de nuevo se sintió decepcionada. Se sintió cobarde y gilipollas por no ser capaz de besarle en los labios, por no haberle dicho lo guapo que estaba, lo mucho que le deseaba, lo bien que olía. Sus historias de tríos no podían compararse a la excitación que él le provocaba, pero eso era algo que sólo se atrevía a contarle por escrito, disfrazado de ficción en alguno de sus relatos, a distancia a través del chat. Se sintió triste, y frustrada, y le deseó y le odió más que nunca, culpándose y culpándole por su cobardía, por excitarla para nada, por ser tan irresistible, por seducirla con esa barba y esa sonrisa, y esa voz, y esa mirada en la que ya no sabía reconocer el deseo. Pensó lo distinto que hubiera sido su encuentro si él se hubiera atrevido a besarla, por sorpresa, y ella hubiera tomado este acercamiento con alegría, respondiéndole contenta y apasionadamente. Habrían hecho el amor allí mismo, en el sofá, o incluso habrían llegado hasta la cama. Él se habría quitado la camisa mientras ella no paraba de besarle; ella se habría desnudado y él le habría dicho: “No te quites las bragas”. Se habrían buscado ávidamente, tocándose y besándose sin descanso, saboreando sus bocas, enredando sus lenguas, chocando sus dientes. Ella le habría hecho gemir de placer; él la habría embestido como nadie, para que le sintiera dentro de ella, para hacerla disfrutar mientras la penetraba y se habría aferrado a sus nalgas, a su carne, arañando su piel y apretándola hasta hacerle daño mientras se corría. Después ella habría seguido jugando, sonriendo, besando, tocando, disfrutando y le habría susurrado al oído con voz ronca: “Esta noche me correré pensando en ti”.

Sí, habría estado bien algo así. Y pensó que era una lástima que nunca llegara a suceder.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Fugacidades VI

LUNES DE COLEGIO


Lunes de colegio, gris como las nubes que pesan sobre mis alas.
Plomo en mi infancia en tardes de lluvia
donde la luz fluorescente de la clase
sustituye a los juegos en el patio y la tristeza se adueña de mis sueños.


***


INCOMUNICACIÓN

Lloré sinsentidos de dicha el día que tus palabras salpicaron mi rostro.
Llovieron mares de ausencia desde cielos de belleza infinita, curando las heridas que dejó un beso, borrando las cicatrices que dibujaron tus estrellas en mi piel.
El día que el cielo caiga sobre mi mente estrujada arderé bajo las cenizas de tu ternura y la pasión recogida en un rincón de tus versos será refugio para mi corazón de poeta, que anhela y sueña y espera tus palabras como sonrisa a la pena. Entonces, el sueño de la eternidad compartida se desvanecerá para siempre en la noche de tu alegría
estrellada contra los muros que nos separan.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Manual de Topografía

MANUAL DE TOPOGRAFÍA

Para Adrián, que en una ocasión me preguntó por los musos

Hay, allá en Norteña,
un muchacho poeta
que sueña, vive, escribe, ama
y no mercadea
ni capitula
o tal vez sí
pero no con las cosas
que de verdad son importantes.

Hay, allá en Norteña,
un topógrafo de emociones
que mide los paisajes
con la regla de unos versos;
que estudia las grietas
de almas hace tiempo condenadas.

Carne cruda, cosecha del 89,
carne de cañón
afilando unos dientes
que la vida se encargará de partir.
Todos somos boxeadores sin futuro
y no hay esperanza en las cabinas telefónicas
ni en los mercados de barrio.

Hay, allá en Norteña,
un sembrador de cebollas
con la verdad colgando de la boca
la verdad de los niños
o de los borrachos
apóstata de las ilusiones perdidas.
No escondas cadáveres en tu sombrero
que los zapatos de cemento
siempre dejan huella.

Hay, allá en Norteña,
un adicto que se envenena con música,
con peoremas y palabras.
Vidas cruzadas en los blogs.
¿Te acuerdas de cuando éramos reyes?
No se llega a ningún sitio caminando en círculos.
No quedan conserjes de noche
ni salitre que llevarse a los labios.
Las camareras nunca se acuerdan de los poetas malditos.

Y cada cual en su camino
va cantando espantando sus penas
y cada cual en su destino
va llenando de soles sus venas
y yo aquí sigo en mi trinchera corazón
tirando piedras...

Las tardes de domingo
son tristes en Oviedo,
pero siempre queda el último vals
cuando se intuye
que las cosas buenas de la vida
sólo duran
lo que dura un fin de semana.

No hay manuales para la vida,
porque la existencia no obedece instrucciones
y se va escribiendo
en renglones desiguales
en antros oscuros
en días felices
porque no tienen por qué ser cursis
los poemas de amor.

Dinamita tus dudas,
mastica la vida a borbotones,
llénate las venas de sangre
que las letras del futuro
llevan escrito tu nombre.

martes, 20 de noviembre de 2007

Estampas de Amsterdam

AMSTER Y DAM


En Ámsterdam hay dos ciudades
separadas por puentes imaginarios
y edificios habitados por fantasmas
que a veces se asoman
y saludan con la mano
desde el museo de cera
de la plaza Dam
o se dejan las piernas
tomando el fresco
en un balcón del Jordaan
tras llevarse las letras
de una tienda de pianos.

En ocasiones
chapotean en los canales
y asaltan barcos
atestados de turistas
que salen borrosos en las fotos
o roban billetes de tranvía
a las pobres niñas descuidadas.
Para compensar
preparan atardeceres
en Vondelpark
con sauces y patos incluidos
y sacan a pasear
a príncipes guapos
que por la noche
volverán a croar
bajo el agua verde de estas calles.

A menudo les gusta jugar
y abandonarse
en un rincón del puerto
entre cajas y piedras sucias,
entre restos de naufragios
y toman forma de cisne
o de gaviota gigante
que espera devorar los peces muertos.
Entonces el aire huele a arenque,
y presagia que alguien morirá
una noche de hermosa luna
bajo las estrellas del Nemo
o en una habitación de hotel.





sábado, 17 de noviembre de 2007

Desde que no nos vemos (homenaje a Enrique Urquijo)

(Cronología sentimental con banda sonora)


Aquel noviembre del 99 fue para mí un mes malo. Mala racha, tiempos tristes. El amor se me escapaba sin quererlo, sin saber por qué, sin que pudiera comprender. “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, me preguntaba. Es tan corto el amor y tan largo el olvido. Hilvanando pensamientos al hilo de mi vida, desgranando en mi diario reflexiones inútiles sobre cómo salvarme, cómo salvar la historia de amor más importante y profunda vivida hasta entonces (sin saber que él, que no fue mi primer novio pero sí el primero del que me enamoré, ya había decidido por los dos sin tener el valor de decírmelo), una noticia me sacudió y me hizo salir de mí misma, por primera vez en muchos meses.

El día 17, miércoles, la muerte de Enrique Urquijo fue más importante que todo lo demás y volví a escribir. Mi diario se abrió en homenaje a la voz que puso – que pone, que sigue poniendo – música a mis vivencias, canciones tatuadas en mi alma, desde siempre y para siempre.

En este noviembre de 2007 extraño, en el que extraño el amor (o a un amor - qué más da, cuando ya no se tiene ni se volverá a tener -que conoció, admiró y quiso a Enrique, que hablaba de él con veneración, que me regaló una camiseta de Los Problemas, que sentía sus canciones igual o más que yo), releo lo que escribí entonces y quiero rescribirlo aquí.

Un verso de Luis García Montero y mis propias palabras hoy, ocho años después, siguen recordando a Enrique Urquijo.


Que tengas un buen día
Que la suerte te busque
En tu casa pequeña y ordenada
Que la vida te trate dignamente
.*

* Del poema “Mujeres” de Luis García Montero. Habitaciones separadas. Visor, 1994.

“No sé si a Enrique Urquijo le encontró la suerte, o quizá sólo encontró amistad y rivalidad en la mala suerte, pero supongo que la vida no le trató muy dignamente, y menos aún la muerte. En un portal de Malasaña, con polvo blanco en vez de sangre en sus venas. Cuando escucho Agarrate a mí María no puedo evitar un escalofrío ante esa estrofa, tal vez premonitoria, desoladora en cualquier caso: si acaso no vuelvo a verte, olvida que te hice sufrir, no quiero si desaparezco que nadie recuerde quién fui.

Aunque nunca llegues a saberlo, Los Secretos forman parte de mí. Sus canciones son la banda sonora de mi vida.

(...)**

Esto no es exageración, ni literatura. Por eso, GRACIAS, Enrique, y descansa en paz, por fin”
Madrid. 17 de Noviembre de 1999/ 17 de noviembre de 2007.

**[Lo que encierran los puntos suspensivos es la cronología sentimental a la que hago referencia en el título de este post. Después de actualizarla, considero que es demasiado larga y personal como para incluirla aquí. Pero si estáis interesados, podéis leerla en mi otro blog]:

martes, 13 de noviembre de 2007

Fugacidades V

AMANECER

Amaneció rojo. Una pincelada de fuego rasgó la mañana limpia y helada de noviembre, preludio de un invierno frío como el futuro, aunque sólo trajera una jornada gris y aburrida, como de lunes aun siendo martes.

***

PREMONICIÓN

El surco de tu recuerdo desdibuja mi soledad aún no labrada, mientras el perfil de tu mirada desborda una tristeza aún desconocida. La sombra de tus labios ensancha mi ya perdida memoria y bajo el viento de tus velas se rompe mi mar en el desierto.

***

LLUVIA

Lloras. Tus lágrimas caen en mi alma como pesadas gotas de dolor durante tanto tiempo guardado y mi corazón se deshace en pañuelo para la lluvia de tus ojos.
Lloras. Y mi amor recoge la amargura de tu pecho, igual que el botánico arranca esa flor única en su especie, con mucho cuidado para no hacerte daño.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Otoño en Madrid II

Hojas verdes, aferradas a las ramas. Aceras desnudas, aún sin cubrir de ocres crujientes. Abrigos en los armarios, bufandas en las maletas, chimeneas sin cenizas. Cajones atiborrados, camisetas sin guardar. Sol de primavera, octubre caluroso. Añoranza de verano y aún más de invierno. Tiempo de nadie, este principio de noviembre. El otoño se resiste a llegar y el ánimo no sabe a qué atenerse.

Para acompañar estos días indefinidos, una canción de Antonio Vega. Su letra encierra algunas frases de esas que todos hemos pensado alguna vez. Una declaración de intenciones en toda regla. Sea quien sea, ser como soy. Deseo de huida hecho poesía. La historia de una vida en cuatro estrofas. Ojalá me condenaran a la niñez. Imposible desengancharse de versos así. Ojalá me condenaran a compartir. Canciones como ésta me reconcilian con el mundo. Ahí va, entera. Para vosotr@s, que estáis ahí.




Pasa el otoño en Madrid
y el color ocre se funde a gris.
Vuelven recuerdos de inviernos
pasados junto a ti.

Sentado hoy frente al mar
nada perturba la paz
y ahora comparto contigo
nuestra verdad.

Y es que de hecho hasta hoy
no me ha importado nunca dónde voy,
en cualquier puerto puedo recalar.
Sea quien sea, ser como soy.

Atados manos y pies
al corazón que fue infiel,
Ojalá me condenaran a la niñez.

Pero después descubrí
que amar en libertad no hace sufrir
Ojalá me condenaran
a compartir.

Y llegó la madurez:
ideas claras, saber lo que quiero hacer.
Ojalá me condenaran a no volver.

Quiero escuchar crujir las hojas al andar
Una vez más
ver que el otoño pasa en Madrid.
Quiero guardar
hojas doradas hasta abril
Pasa el otoño en Madrid...


Pasa el otoño. Antonio Vega.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Miradas de Sicilia (III)


NOCHE EN TAORMINA

Recuerdo que en una playa de Taormina
estrellas fugaces rasgaban el cielo
y el reflejo del fuego en la montaña
iluminó la noche de agosto.

Bailando bajo los astros
entre velas flotando en el agua
conté estrellas
que desaparecían
nada más nombrarlas.


De pie sobre arena
fina como los sentimientos
hundiéndome
en la fragilidad de los afectos,
en el dolor de las palabras
dando vueltas
en mitad de la noche
ajustando mis pasos
al compás de la música
para acallar
los silencios
y
las ausencias
mientras luces fugaces
hacían bella la oscuridad.

En una playa de Taormina
una noche de agosto
supe que las estelas de soles apagados
se llevaban con ellas mis deseos.



Soha Beach. Agosto de 2004.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Fugacidades IV

UN SUEÑO

Se durmió. Y el sueño la atrapó con sus destellos de algodón, sus nubes de cristal y sus espejos de indecisión. Abrió los ojos y se vio encerrada en la enorme burbuja de su eterna soledad. Sonrió derramando lágrimas de cereza y gotas de estupor ante el mundo que se le venía encima, en un susurro agobiante de voces insatisfechas, de mentes contrapuestas, de globos de colores. Pero le quedaba la magia jamás compartida de su locura. Ese era su gran secreto. Y se volvió a dormir, dejándose atrapar por el sueño infinito de los siglos.
***

EL HILO DEL DESTINO

El eco de tu suave boca me engancha a tu recuerdo como luna enhebrada a su estrella. Me atrapan los rayos de tu loca cordura en una ola de hierba que azota mi rostro con la fuerza de una sonrisa salvaje, arrastrándome sin remedio hasta lo más profundo de tu ser. La magia de tu azul perfuma mi deseo y en la pradera de tu cálido sol amanece mi corazón sembrado de brotes de amor. Sin darme cuenta, tiro del hilo del destino y el cielo cae en torno mío.

***

AMISTAD

Su sonrisa se perdió entre el barullo de la multitud y la inmensa soledad de su mirada se hundió en mi corazón cubriendo de estrellas la noche. De sus mudas palabras se alimentó mi alma y el candor de sus manos cansadas calmó mis heridas, susurrando sentimientos durante tanto tiempo sepultados bajo su conciencia. Entonces una luz surgió en el abismo y quedamos atrapados para siempre, sin remedio, en la red de la verdadera amistad.