La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

miércoles, 25 de septiembre de 2013

MIENTRAS QUEDE VERANO


Dicen que ya es otoño, pero el verano quiere quedarse y aún hay piscinas abiertas. A 23 de septiembre apuro sol y largos, deseando que nunca llegue el invierno, soñando viajes guardados en la memoria o rememorando viajes soñados. La realidad se hace más líquida con cada brazada y parece posible eternizar ese paréntesis que siempre es el verano. Queda lejos junio y queda lejos Lisboa, toda esa luz, tan limpia y tan inabarcable.

Pasa con algunos viajes como con ciertos amores: uno los ha imaginado tantas veces, lleva tanto tiempo inventándolos y esperándolos que, cuando llegan, aparece el temor de ver defraudadas las expectativas.

Lisboa era un destino anhelado, un viaje preparado con antelación y con mimo, a golpe de intuición, literatura y recortes de periódico, de artículos recopilados desde tiempo atrás, amarillo ya el papel. A Lisboa llevé libros que no leí, papeles desperdigados estorbando todo el rato y perdiéndose justo cuando se necesitaban - ese ritual de los viajes, esa costumbre algo viejuna que es para mí tradición indispensable -, la mejor de las compañías y muchas, muchas ganas. Y ella me devolvió suerte, luz y magia; Venecia y Praga mejoradas. Porque el último viaje siempre nos parece el mejor, y más vale que así sea.


Queda ya también lejos agosto con su domingo de barbacoa y piscina con amigos en chalet de la sierra (toda la melancolía del mundo en ese concepto, todos los veranos de mi infancia y adolescencia se resumen en piscina y sierra). Y hasta se hace lejano el tiempo en Denia, convertidas ya las semanas que paso allí en paz y descanso, playa y lectura y nadar y permiso para no crearse obligaciones, un retiro voluntario donde aflora el yo en estado puro, un dejarse ser en el no hacer nada. Ni escribir este año. Tal vez esa sea mi auténtica naturaleza: la más pura pereza, la más absoluta vagancia. Las doce horas durmiendo, las tres horas de piscina y sol, la comida lenta y el café largo y fuerte que dura hasta muy tarde, el paseo por la playa desde el atardecer hasta que cae la noche, la lectura de periódicos y suplementos y artículos atrasados, guardados durante todo el año para ser devorados con ansia en tres semanas. Pensé mucho. En la novela, en cosas sobre las que me gustaría escribir, en posibles posts. Guardé recortes, subrayé libros, tomé notas. Pero no escribí. Ni, salvo las últimas páginas de Perdida (Gillian Flinn, Mondadori), que ha sido mi descubrimiento del verano, leí mucho tampoco. Empecé varios libros, repasé otros (tomad nota de El váter de Onetti, de Xoan Tallón), paladeé lenta la poesía de Sonia Fides. Pero no encontré ninguno que me absorbiera o que me tuviera pegada leyendo durante horas.

La sombra del verano es alargada


Septiembre está siendo benigno e intenso. Piscinas que no cierran, fiestas de fin de verano, un verano que no quiere acabar, la tristeza de las tardes acortándose, los presagios del inevitable invierno, la conciencia de que la belleza de los atardeceres en la terraza se extinguirá pronto, la vuelta a la rutina de los domingos. Los propósitos de principio de curso quedarán tan incumplidos como las expectativas de todos los junios, pero, pese a saberlo, lancemos nuestros deseos al aire, mientras quede verano. 


Piscina y mar, ¿se le puede pedir más al verano?
Praia Grande (entre Cascais y Sintra, Lisboa)