La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 16 de marzo de 2015

VOLVER A LISBOA



Sueña el jardín que no está aquí, que está muy lejos, 
pero al mirarlo sabemos que miente
-Ray Loriga. Jardines de Lisboa-. 





Volver a Lisboa como quien vuelve al hogar, a una casa amiga, a un amante con el que no se deja de soñar y cuyo reencuentro se anhela y se busca. Volver a Lisboa en tren nocturno, en un viaje imprevisto e improvisado, decidido con la rapidez que imponen las ganas y las certezas, en las peores fechas pero por el mejor de los motivos, dejarse ser en amistad.

Volver a Lisboa en primavera y descubrir su luz como si fuera la primera vez. La luz inmensa y desbordante del verano. La luz grisácea y sin embargo amable de febrero. Habrá que volver algún otoño, en barco, para completar el ciclo viajero - la llegada de una tarde soleada de julio atravesando en coche el puente 25 de abril, la llegada de noche y en avión en un fin de semana robado al invierno -, para que ningún regreso sea igual, para mantener intacto el recuerdo de cuando la felicidad fue posible y real.



Perderse en las calles de Lisboa, en sus cuestas, en sus tiendas, en sus jardines pendientes: el botánico, el del Museo Calouste Gulbekian, la estufa fría. Ecos de los textos de Ray Loriga sobre los jardines de Lisboa para la exposición del Jardín Botánico de Madrid, de las impresiones de Muñoz Molina en su última novela, donde Lisboa aparece una y otra vez, real e imaginada como en un sueño que se recuerda vivamente al despertar y poco a poco va disipándose con la lucidez de la mañana, de las obligaciones y las tareas por hacer.


Ganas de Lisboa con amigos. De ese bacalhau de viernes santo que ya es tradición casi irrenunciable. Ganas de viaje, un poco a la aventura: es de locos, en estos tiempos, ir en un tren que tarda diez horas, en los asientos más incómodos de todo el vagón. Pero es, también, un modo de hacerlo distinto, nuestro. De recordarlo con fastidio o con nostalgia. Son las situaciones extravagantes o fuera de lo común las que no se olvidan. Unos aviones acaban mezclándose con otros, trenes distintos que acaban siendo los mismos. Pero seguro que este tren nocturno a Lisboa será recordado como un viaje diferente. Diez horas descosiendo kilómetros, estaciones. Atravesando Castilla, Extremadura, Portugal. Diez horas para dormir, hablar, leer, soñar, aburrirse, escribir, ver amanecer, desear llegar.

Volver a Lisboa, tan querida, como se vuelve, desde la memoria y la distancia, a los amores que uno nunca acaba de tener del todo.