La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

miércoles, 9 de octubre de 2013

MEMORIAS DE LISBOA (I)


   Cambiando la liturgia de aeropuerto por una banda sonora de carretera, on the road again, por segunda vez en este 2013, llegamos a Elvas de atardecer y buscando el hotel nos casi perdimos para encontrar una puesta de sol tumbándose indolente sobre los campos, posando con descaro para el objetivo de nuestras cámaras. Nunca deja de sorprenderme la luz del ocaso de los veranos, con esos reflejos a veces inverosímiles que lo iluminan todo de irrealidad y promesa, anticipando noches que invitan a ser vividas con una intensidad que sólo parece posible en estos meses, en la calidez de una intemperie tibia que azuza el deseo. No fue tibia la noche portuguesa, pero sí cálido el trato del dueño de la Tasquinha Alentejana, que nos preparó una mesa en un santiamén y nos sirvió con amabilidad y simpatía.





 Pese al frío, hubo algo de mágico en aquella cena, un aura de protagonistas de una peli europea de Woody Allen, de personajes en medio de ningún sitio con la única obligación de disfrutar de lo que se les ofrece. No es Elvas, con sus cuestas empedradas, un sitio agradable para el paseo, especialmente si una va en sandalias de verano. Pero hubo paseo y una sensación de haberse transportado en el tiempo décadas atrás. Quizá era así España, los pueblos españoles de los que nos hablaban nuestros padres y abuelos, quizá lo sigan siendo así ahora - no lo sé, siempre he vivido en el centro de la capital - con sus ancianas en las puertas y sus gatos callejeros, con sus familias gitanas deambulando por sus estrechas callejuelas.

Al día siguiente, amanecer con vistas al acueducto, desayuno de hotel, carretera, Estremoz desierto en domingo, sol de mediodía y todo cerrado - así era España antes, vuelvo a pensar - menos la tienda para turistas donde, disciplinados y alegres, compramos botellas de vino portugués y helado. Más carretera y parada a comer en Setúbal, confiados. Vueltas para encontrar un sitio, el desconocimiento de los lugares de los que no se tiene referencia. Arroz con marisco, decía la carta, aunque era más bien arroz con cilantro, pero cuando uno tiene la disposición de disfrutar disfruta con cualquier cosa. Más helado bajo la sombra de un árbol, sobre un césped verde y fresco con vistas a la playa, la brisa agitando las banderas, Troia a lo lejos, apuntándose en el mapa de algún viaje futuro. Viviendo el momento, confiados con la hora. Intercambio de mensajes con la dueña de la casa, para avisar de nuestra llegada, sobre las 6. Parecía un cálculo realista salir con más de una hora de antelación para recorrer 47 kilómetros por autovía. Pero no. Las tardes de domingo de finales de julio son hora punta de regreso de las playas de Caparica, al sur de Lisboa. Como Madrid no tiene playa ni únicamente dos puentes para acceder a ella por carretera desde el sur, no caímos en ese detalle lisboeta. Y lo que iba a ser media hora de carretera para por fin llegar a nuestro destino, al final fueron casi dos horas prácticamente a coche parado. Nuestra anfitriona, Tessa, recibió con paciencia y el mejor de los ánimos mis mensajes desesperados, en pleno atasco.


La tardanza en llegar al puente 25 de abril no restó emoción a tan impresionante entrada a la ciudad, tendida sobre el Tajo, esperando a los visitantes hermosa y relajada, dejándose admirar, proyectándose en el río haciéndose mar, jugando a diluirse desde la seguridad y la firmeza de sus siete colinas, de su castillo, de sus tejados. Y enfrente el Cristo Rei un poco desafiante, vigilando la ciudad desde la otra orilla, protegiéndola con sus brazos abiertos.



Y todavía nervios a la llegada a la casa, aunque no hubiera motivos, porque Tessa lo hizo todo fácil. Desde el primer momento la casa se hizo hogar, con su balconcillo con vistas de tejados, azulejos y Tajo, con su patio trasero de árboles y flores, con sus habitaciones encantadoras y amplias, su luz, sus libros, su cocina ideal, su bienvenida de vino blanco en la nevera y bandeja dispuesta para el desayuno.



Pese al cansancio, tiempo para deshacer maletas, una ducha rápida y un primer paseo por Sao Bento, suficiente para saber de las cuestas lisboetas, del relente de sus noches, de sus encantadores restaurantes clandestinos.