La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 31 de diciembre de 2007

Brindis




A veces nuestra luz se apaga, pero hay otro que vuelve a encender la llama.
A. Schweitzer.


A VOSOTROS, QUE ME HABÉIS REAVIVADO



Se acaba el año y yo deseo hacer un brindis a la luz de las velas.

2007, año de sombras pero también de luz. Porque fue el año en que se alumbró este blog. Y fue el año en que os conocí, en el que nuestras palabras y nuestras vidas se cruzaron. Por eso brindo con vosotros:

Con Adrián y con Jordi. Por la conexión Antrología-Arlés-Área de Descanso. Por el triángulo que pasa por Oviedo, Mallorca y Madrid. Por ser distintos y especiales.

Con Carmen y Elena, la conexión del sur. Por haberos conocido. Por vuestras sonrisas y vuestras manos tendidas.

Con la dama Êowyn. Por ser como eres. Por seguir estando ahí después de tanto tiempo. Por los conciertos. Por tu amistad.

Con Malena. Mi hermana mayor, mi hada mágica, mi princesa zen. Gracias por cultivar con mimo ese jardín que es refugio de palabras y belleza.

Con Maribel. Por tu atención, por tu poesía. Por tu entusiasmo y tus ganas. Por estar ahí.

Con Viento. Por tu aliento, por tu empuje, por tus versos. Por seguir estando.

Con Dashina. Por tu buen humor, por tus palabras de ánimo, por tus ganas de enseñar, por no callarte.

Con Sandra. Por ir más allá, por intuir lo que hay más allá de las palabras. Por gritar en verso. Por esa niña que nacerá este año.

Con Agustín y Felipe. Por vuestra madurez literaria y por dar forma de poema a sentimientos y vivencias propios. Por Pablo, por Quique, por Sabina...y tantos otros.

Con los otros Antrólogos (Rosa, Chema, Javier). Por regalarnos vuestros versos, por mejorar día a día.

Con Patry. Por tu vitalidad, por tu lucha, por tu ánimo, por tu sensibilidad. Por ser tan maravillosa.

Con Mi Chica. Por seguir aquí, por comentar siempre, por tu lealtad.

Con Ripple-Mark. Por ser la primera en escribirme. Porque confío en que volverás, porque te espero.

Con Pierina. Por tus versos, por tu madurez, por tus ganas. Por el verano en Uruguay.

Con ESTOICOlgado. Porque aunque no siempre te entiendo me gusta lo que escribes. Porque tu sufrimiento se transforma en palabras bellas.

Con Aunqueyonoescriba. Por que sigas escribiendo y alegrándonos con tu buen humor.

Con Yo-X. Por ser tú mismo, cariñoso y sincero.

Con Cata. Por seguir ahí. Por tus niños. Por Colombia.

Con Víktor Gómez y Fernando Sarriá . Por vuestras palabras y vuestras atenciones.

Con Marinero en Marte, porque espero que vuelvas por aquí para quedarte.

Con Trini, Belén (Burbuja Transparente), Marma, Siesta, Reb, Brenda, Musi, Café con agua y todos los que me habéis comentado alguna vez.

Con JOB, Eristos y Caído. Porque no os olvido, porque quiero que volváis, porque os sigo esperando.

Con todos los que me habéis leído alguna vez aunque no hayáis comentado nada.

A todos, GRACIAS

Os espero en 2008.
Porque el Área de Descanso es vuestra.
Y yo ya no estoy En Tierra De Nadie.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Una Nochevieja cualquiera (III)

(Continuación)


Cuando abrió los ojos, le flojearon las piernas. ELLA le miraba directamente. Unos ojazos negros, enormes se clavaban en él, echando fuego y le recorrían de arriba abajo, por encima de la camisa blanca del chico de la bufanda. Los rizos alborotaban su cara morena, enmarcada por unos enormes aros dorados que se movían al compás de su melena, mientras su cuerpo ágil, menudo, rojo incendio, se restregaba contra la pechera blanca en círculos. Pechos, caderas, trasero y brazos se entregaban a una danza mágica, dejándose llevar por los brazos masculinos que la zarandeaban con una suavidad imposible de albergar tanta energía, tanta química, tanta pasión.

El espectáculo congregó a varios curiosos que hicieron círculo, cuchicheando entre la envidia y la admiración. L estaba como hipnotizado. Por la música, por aquel baile, por ELLA, que no dejaba de mirarle. No eran imaginaciones suyas. No era efecto del alcohol, ni del deseo, ni una ensoñación. Estaba completamente seguro. Lo podía sentir, con tanta certeza que llegó a asustarse. Y era extraño, porque mientras ELLA y su pareja bailaban, todo les sobraba, la compenetración era tal que el resto del mundo dejaba de existir para ellos. Aquello no era sólo un baile, era sexo en estado puro. ELLA le ofrecía su cuerpo, le atraía hacia sí usando la bufanda a modo de lazo y él la tomaba, palpándola, recorriendo la cabeza, el cuello, la espalda, la cintura, el trasero con sus manos, con sus brazos, moldeando su figura como si fuese de barro dispuesto a endurecerse a fuego. Él respondía entregado a su llamada, ciego, buscándola con el tacto, con el ritmo, loco de deseo. ELLA le buscaba, le seguía, le llevaba, se dejaba llevar, le tomaba las manos y juntos acariciaban los pechos, el vientre, el pubis, de manera obscena, impúdica. Lo más asombroso era que, a pesar del carácter público de la escena, ellos mantenían una suerte de intimidad extraña, única; se exhibían sin asomo de vergüenza ni rubor y conseguían dejar fuera de las tablas a los espectadores para los que representaban la función.

L estaba en trance. Podía sentirla dentro de su cabeza, clavándose en su cuerpo. Sabía que aquella representación era para él, sólo para él, y esa certeza le excitaba más que nada; era una sensación única, poderosa, algo que nunca había experimentado. Había sido elegido por una diosa del sexo y no se opondría a su destino; sería su víctima, el animal expiatorio de cualquier sacrificio. Le amaba a él a través de su pareja de baile, tal vez un íncubo a su servicio al que utilizaba como simple transmisor de sus verdaderos deseos, como mensajero de una pasión prohibida dirigida a él, a L, en secreto, y todo aquel espectáculo tenía como finalidad última hacerle a él, pobre mortal, sabedor de su amor.

L tuvo miedo de estallar de amor allí mismo y rozó el éxtasis al reconocer la señal que ELLA le enviaba. Seguía bailando una danza carnal con su demonio, en la que no cabían los besos, como si aquella Venus esperara el momento adecuado para enviar su oráculo. En una pirueta de baile, que dejó al descubierto su sexo desnudo por debajo del vuelo rojo de la falda, se dejó caer en brazos de otro mortal, al que devoró con su lengua y con sus labios, en un alarde de pasión que el diablo de camisa blanca observó complacido, mientras no dejaba de bailar alrededor de su diosa.

L creyó morir, no de celos, sino de placer. Aquel descarnado ósculo a otro perfecto desconocido no era sino parte del juego perverso que ELLA le dedicaba, un signo del destino que los unía al que era inútil resistirse. Una vez asumido que aquella pasión irrenunciable era de índole mística, L se entregó por completo a ella y, abandonado a su sino, vagó el resto de la noche persiguiendo a la que desde entonces, desde ese mismo año que comenzaba y que para él marcaba el año cero de su nueva existencia, sería su única dueña.

El viaje mítico de L acabó en tragedia, como no podía ser de otra manera. Lo encontraron en un rincón, sepultado entre toneladas de confetti pisoteado y pegajoso, serpentinas rotas y bolsas de papel celofán. Llevaba una bufanda gris de lana a modo de mordaza en la boca, un aro dorado en su mano derecha y una tremenda mancha de vómito a la altura del vientre.

La mitología local no se pone de acuerdo sobre lo que realmente pasó aquella noche de fin de año. Hay varias leyendas, aunque todas coinciden en lo sustancial, variando algunos detalles. Cuentan de una pareja bastante ordinaria que se pasó la noche dando el espectáculo, con un numerito de baile subidito de tono que, si bien al principio despertó la curiosidad de algunos, acabó por aburrir al personal cuando se dedicaron a recorrer el local para que todos les vieran. Algunas historias añaden una versión algo más morbosa y aseguran que ella, además de con su pareja de baile, se besaba con otros y coqueteaba con todos, cosa que a él parecía si no excitarle, por lo menos no importarle. Algunas incluso dan por hecho que era un trío, ya que junto a los bailarines había siempre un tercer hombre, un joven voyeur, toda la noche con una – o varias - copas en la mano que acabó por protagonizar un episodio bastante lamentable.

Al parecer, en un momento dado empezó a gritar: “¡Venus mía, yo también te quiero! ¡Hazme tuyo para siempre!”, al tiempo que se abalanzaba sobre la mujer y se colgaba de uno de sus pendientes, sin que el compañero de baile pudiera evitarlo a pesar de intentar reducirle con su bufanda, lo que contribuyó a que el chico vomitara hasta la última papilla. Un rumor macabro asegura que llegó a arrancarle la oreja, aunque este hecho nunca pudo probarse. Las malas lenguas insinúan que no sólo fue vómito lo que el chico arrojó sobre el amante de la mujer y que, a lo largo de la noche, le habían pillado varias veces en actitud pecaminosa y solitaria en el baño del local. Este extremo tampoco pudo probarse.

FIN

viernes, 28 de diciembre de 2007

Una Nochevieja cualquiera II

(Continuación)


Momentáneamente ensimismado por lo que acababa de experimentar, L tardó en darse cuenta de que le temblaba la entrepierna. No solía usar el móvil en modo vibrador, y la sensación, aparte de desconocida, era bastante desagradable. Descolgó rápidamente, incluso sin sacar el teléfono del bolsillo, para acabar con ese insoportable zumbido. Era inútil, no se oía nada. Instintivamente, se salió del barullo de la barra para intentar reconocer la voz del otro lado del aparato. Atravesó la pista como pudo, sujetando con una mano el móvil sobre su oreja derecha y con la dichosa bolsita en su mano izquierda, espanzurrada ya, perdiendo confetti por momentos y dejando un lamentable rastro de serpentinas, matasuegras y collares hawaianos a su paso.

Cuando se dio cuenta, estaba ya fuera del local. Seguía sin oír nada y tardó un buen rato en asimilar que se había cortado o que simplemente al otro lado habían colgado. Pero el frío sí lo sentía. Estaba en mangas de camisa y envidió a los que llevaban abrigo. Empezaba a temblar y le alivió bastante comprobar que no era el único al que le había pasado algo parecido. Uno, algo más listo, por lo menos se había quedado con la bufanda. Se fijó en el tipo, le resultó curioso. No llevaba corbata, pero llevaba bufanda. Le gustó la combinación. Bueno, más bien pensó que era el tipo de estilo que a Laura le volvía loca y se imaginó a sí mismo con una simple camisa blanca y una bufanda. Seguro que a ella le encantaría. Volvió a mirar al tío y pensó que también el tío le volvería loca. La imaginó dando grititos, muriéndose de amor por ese perfecto desconocido sólo porque llevaba una camisa blanca sin corbata y una bufanda gris, contándole a él que ese era el tipo de tíos que le gustaban, que si se le cruzaba uno así era capaz de cualquier cosa. Suspiró al evocarla e inmediatamente se cabreó al pensar que ella estaría con su novio consultor pasando una Nochevieja inolvidable en un hotel de lujo en París, mientras él estaba solo en una discoteca abarrotada de gente ridícula e incómodamente vestida sólo porque era Nochevieja. Ni siquiera. Estaba en la calle, con un frío del carajo y encima ahora tenía que esperar toda esa enorme cola para volver a entrar.

Un pitido le vibró entre las piernas. Era un mensaje. Por un momento se le aceleró el corazón, pensando que podía ser de Laura. ¡Se había acordado de él en Nochevieja, y encima estando con su novio, desde París!. Temblando – más bien de frío, pero también podía ser de emoción – se llevó la mano al bolsillo y muy lentamente, para hacer más duradero ese momento, para saborearlo a cámara lenta, para captar todos los detalles, para vivirlo intensamente y luego evocarlo una y otra vez y revivirlo todo - hasta el frío -, sacó el teléfono, acariciándolo suavemente, tratándolo con la delicadeza que se merecía como probable portador de extraordinarias sensaciones. La ilusión se desvaneció sin ni siquiera poder hacerse real. El mensaje era de Roberto. “Atsko pa rato.flz año tio.ns vms”. Le ponía enfermo la manía por economizar en los mensajes de móvil. ¿Por qué no podía la gente escribir como Dios manda?. ¿Qué quería decir: “nos vemos” o “nos vamos”?. El cabreo y la decepción le envalentonaron para poner en práctica uno de los Corolarios al decálogo de cuatro puntos: que tú no cueles a las chicas en las colas no quiere decir que ellas no puedan colarte a ti.

Así que le echó morro y consiguió avanzar al menos cinco puestos. Intentó que el gorila de la puerta le dejase pasar, alegando que él estaba dentro del local. Lo único que consiguió fue un lacónico: “Ya no” gutural y primario, mientras una mano enorme le oprimía el pecho y la otra enganchaba y desenganchaba con pasmosa habilidad el cordón de terciopelo rojo para dejar pasar a chicas y más chicas por su cara bonita. Así que volvió a la cola oficial, que no avanzaba, compuesta en su mayoría por quinceañeras panolis en su primera Nochevieja, pintadas como puertas y mascando chicle de hierbabuena para disimular el mal aliento y chicos en mangas de camisa, mientras la otra cola, la de los chicos con pajarita y las señoritas con peinados imposibles se renovaba rápidamente.

Al cabo de media hora estaba otra vez dentro. Parecía que la barra estaba algo más despejada, y, una vez pertrechado con su Passport Coca Light – empezó a aficionarse a la coca cola light para poder compartir las copas con Laura, para la que era inconcebible cualquier otra bebida, hasta que descubrió que el dulzor de la light potenciaba el sabor del whisky y además le hinchaba menos, lo que aceleraba la capacidad de ingestión de copas– se dispuso a ¿disfrutar? de la noche. No le gustaba salir solo. De hecho nunca había salido solo. Pero allí estaba. Pensó tomárselo con calma, saborear la copa tranquilamente, como en los anuncios, sin prisa. Pero era demasiado tarde, ya se la había bebido.

A la tercera empezó a relajarse. Hubiera bailado, le molaba la salsa, era una lástima que ya no le gustara bailar. Procuraba no pasar demasiado rato en el mismo sitio. No quería dar la impresión de ser el típico colgado, o el baboso de turno que no hace nada más que mirar cómo se les mueven las tetas a las tías mientras bailan. Aunque la verdad es que desde hacía un rato lo era. Debería haber advertido el peligro, pero cuando se dio cuenta era demasiado tarde. Una cabecita loca se abalanzó sobre él, intentando hacerle bailar. ¡Horror!. Era una de las quinceañeras a las que había dado palique en la cola. Sin poder hacer nada para evitarlo, se vio rodeado por cuatro cabezas con sus correspondientes melenas agitándose sin control, cuatro bocas aullando una letra que no se parecía nada a la canción original, ocho brazos – que parecían dieciséis – manoseándole, pretendiendo que se moviera al ritmo de la música. ¡Por favor, un poco de respeto! Era la canción que siempre escuchaba con Laura en el coche, que ella tarareaba con fervor, con los ojos cerrados, sin acordarse de la letra, desafinando bajito, una escena que le producía tanta ternura que siempre aprovechaba que ella tenía los ojos cerrados para tocarle un muslo, o rozarle un pecho, o pasarle un dedo por los labios. A ella le encantaban este tipo de gestos, tan inocentes, tan tiernos, tan amistosos y él se conformaba con materializar al menos esa mínima parte de lo que de verdad quería hacerle.

Salió huyendo literalmente de aquel grupo de perturbadas y se refugió en el servicio, a ver si aliviaba un poco la tensión acumulada. Otra cola, montón de chicas que se querían colar y aplicación a rajatabla del Decálogo de cuatro puntos. Un grupito de féminas que cuchicheaba mirando en la misma dirección atrajo su atención y quiso averiguar qué tramaban. A veces le divertían este tipo de juegos privados con los que creía penetrar en el complejo y siempre inexplicable mundo femenino. La observación trabajada durante años le permitía distinguir y reconocer ciertos comportamientos de las mujeres, especialmente cuando iban en grupo, y pocas veces se equivocaba. Hablaban de un tío, sin duda. Les molaba. Más. Les excitaba. Él estaba dentro y ellas esperaban a que saliera.

Divertido y curioso con el juego, también L tenía ganas de que saliera el tipo en cuestión que tanto deseo despertaba en esas bellas mujeres. ¡Vaya!, pero si era el de la bufanda, el tío que le gustaba a Laura. Qué éxito con las tías, ¿no?. ¿Era para tanto?. Tenía un cierto estilo, pero no parecía ser el típico tío bueno. Definitivamente estaba celoso.

“Perdón”. Sintió la voz muy cerca de su oído, a su espalda. Suave, sensual, dirigida única y especialmente a él, envolviéndole en terciopelo. Le pareció que unos labios apenas si le rozaban la oreja, como haciéndole cosquillas. Y otra vez esa sensación, ese cosquilleo electrizante que le sacudió desde la cabeza a los pies. Esta vez sí era real. Notó cómo unas manos le moldeaban la cintura y las hubiera entrelazado de inmediato si no se hubiera quedado como petrificado, incapaz de cualquier movimiento. Sintió el roce de una falda primero y la presión de un cuerpo femenino después. Cuando quiso volverse, sólo quedaba el eco de una risa envuelta en un vestido rojo y prendida de una melena morena y rizada, que se esfumó detrás de una camisa blanca y una bufanda gris.

Tal fue la intensidad de aquella sensación que fue incapaz de hacer uso del urinario, y decidió que necesitaba otra copa. Una vez conseguida – a estas alturas la camarera ya le servía sin necesidad de pedir – buscó un sitio adecuado, asegurándose de que la pandi de las quinceañeras en celo no andaba cerca, e intentó relajarse. La música no ayudaba. ¿Tenía que ser Lambada? Hacía más de diez años que esa canción había pasado de moda y no la escuchaba desde hacía siglos, pero le traía recuerdos bastante perturbadores. Solía bailarla con una chica de la sierra, en verano, y, aunque más bien se limitaba a dejarse llevar, todavía recordaba aquellos movimientos tan calientes, tan sensuales... ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era posible? ¡¡¡Se le había olvidado su nombre!!! Pero lo que tenía muy claro es que no había vuelto a bailar así con nadie. Tuvo que dar un trago largo a la copa para apaciguar sus recuerdos y cerró los ojos para dotar de mayor intensidad al gesto.
(Continuará)...

jueves, 27 de diciembre de 2007

Una Nochevieja cualquiera (I)

No eran todavía las dos y ya había colas en todas partes: en el ropero, en el baño y, por supuesto, en la barra, hacia la que L intentaba abrirse paso. Sus amigos tardarían en llegar un rato y pensó que era mejor matar el tiempo en la barra con una copa en la mano que dar vueltas solo por el local como un pringado.

Ya se sentía bastante ridículo con el traje y la corbata, más el collar hawaiano del cotillón que le había ensartado por la cabeza una belleza pelirroja nada más entrar en el local mientras le gritaba ¡¡¡¡¡FELIZ AÑOOOOOOOOO!!!!! y le incrustaba el pitido del matasuegras en su oreja derecha. Al menos había pillado bolsita de cotillón; lo vivió como un triunfo, aunque no sabía muy bien por qué. La bolsita de papel celofán sin asas era un coñazo, le estorbaba y no acertaba a agarrarla bien; el frío del papel le daba grima y el chirridito que notaba bajo su mano le ponía nervioso. Pero seguramente se hubiera sentido peor al rechazar el tesoro que le ofrecía aquel escote de sonrisa roja y rizada, que consiguió enternecerle al desearle feliz año con tanta efusividad. Probablemente era su trabajo, pero que aquella cara de anuncio, maquillada y sonriente, le abordara con ese entusiasmo sin conocerle de nada y le estampara sobre el pecho la bolsita de colorines brillantes le dejó sin defensas; era el tipo de cosas que le desarmaban, que le inutilizaban para cualquier intento de resistencia o negativa, por mucho que odiara las malditas bolsitas de cotillón.

Había conseguido situarse en segunda fila, utilizando la bolsa - ya completamente arrugada, aplastada y rota por un costado – a modo de escudo para abrirse paso y estaba punto de alcanzar la disputada barra. Era el momento de emplear los codos, arma indispensable para apartar al gordo sudoroso que le hacía sombra por su derecha y bloquear a la rubia de bote que intentaba colarse por la izquierda. Aprovechando un descuido del gordo, que se despistó saludando a un colega, ocupó su lugar y logró apoyar la diestra en el pegajoso borde de plástico negro. Pero la rubia resistía, haciéndose fuerte gracias al perifollo de su moño, que sobresalía de manera calculada justo a la altura del ojo izquierdo de L, y a la envergadura del bolso, rígido y pertinaz, clavándose en su costado.

L, que en líneas generales se consideraba galante con las féminas, tenía una máxima – el decálogo de cuatro puntos, como él lo llamaba orgullosamente, regocijándose en la gracia de su propia ocurrencia - que procuraba cumplir a rajatabla, consiguiéndolo casi siempre: en las colas, en el autobús en hora punta (tanto a primera hora de la mañana como, sobre todo, a la vuelta de un agotador día en la oficina), en los atascos y delante de una barra, NUNCA hacía distinción de sexos ni de edades. Por mucho que protestara la viejecita de turno en el autobús, o le pusiera ojitos de cordero degollado la conductora novata al intentar meter el morro del Polo en “su” fila, o desplegara su mejor sonrisa una morenaza para que le pidiera la copa, no cedía al chantaje femenino.

Así que se escoró totalmente a su izquierda, apoyándose en la peliteñida para impedirle el paso, mientras por la derecha le empujaba una mata de rizos hilarantes en su intento de zafarse de unos ojos saltones con pajarita que atacaban su cuello, su mejilla y sus labios poniendo morritos babosos. M. recibía empujones y codazos por los flancos y la retaguardia, resistiendo los envites estoicamente, casi sin dolor, su cuerpo ya inmune a los golpes, concentrado en un único objetivo: alcanzar la barra blandiendo la entrada en la mano para que la camarera cogiera la suya y no otra, y en ese preciso momento gritar bien fuerte: “Passport Coca Light”.

Un escalofrío le electrificó de pies a cabeza cuando sintió aquel roce. Fue un contacto leve, fugaz, pero intenso. L se volvió, pero sólo quedaba ya un aroma de mujer que hubiese podido aspirar durante el resto de su vida sin cansarse. Antes de desaparecer, tragada por la pista de baile, L acertó a distinguir el suave balanceo de la falda de un vestido rojo y el movimiento de una melena negra y rizada, que se perdieron para siempre entre los otros cuerpos.
(Continuará)

domingo, 23 de diciembre de 2007




La Navidad se ha instalado en un rincón de mi casa.
Es mi invitada, es bienvenida.
Aunque lo digan El Corte Inglés
y las luces en la ciudad,
aunque esté de moda renegar.
Yo me apunto a la celebración.
Ya habrá tiempo de no celebrar nada.


viernes, 21 de diciembre de 2007

La vida por delante

A Carmen Moreno, que con su dedicatoria inspiró estos versos

Digo vacío y tiemblo.
Mis manos, desnudas, no tienen fuerzas.
Empezar a construir desde el vacío.
Aunque no sienta nada,
aunque escapen las razones,
aunque mi equipaje sólo esconda ropa usada
raída de desconciertos
y lunas viejas
que no iluminan las noches.

Digo vacío y tiemblo.
Mi soledad no está hecha de miedo, sino de valentía.
Aunque duele igual
porque el presente se viste de certezas
que preferiría ignorar.
Pero elegí abrir los ojos
y aquí estoy
con mi maleta de recuerdos
que no hay manera de esconder.

Digo vacío y tiemblo.
Pero siempre hay manos
dispuestas a tomar las mías
y llevarme a la orilla de un mar del sur
o a una barra de bar
o a una pantalla llena de palabras
para recordarme
la vida que me queda por delante.

martes, 18 de diciembre de 2007

Mordiendo anzuelos-trampa

Y el tiempo pasa, pero el dolor no.

Me atrapo con mis propias trampas.
No me quedan trucos que inventar
ni mentiras que contarme:
esas las reservo para los demás
aunque no engañe a nadie.

El recuerdo es inútil,
el olvido imposible.
De nada sirve saberlo.
Sin posibilidad ya
de autoengaño ni de vuelta:
esa es la certeza que me mata.
Mi tristeza es peor
que la de todas las canciones tristes.

Sólo siento el miedo en la mirada de los demás.
Incapaz de juzgar el peligro
no deseo ponerme a salvo.

No sirven los amigos,
no alivian los viajes
y él sigue en todas partes:
en los discos nuevos
en los conciertos no compartidos
en el minibar de las canciones
en las películas que no veremos juntos,

en el sexo a solas antes de dormir
en las lágrimas que siguen brotando
como el primer día.


Y sigo
mordiendo mis propios anzuelos
sólo por sentir
que hay algo que pescar.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Fugacidades VIII


SOLEDAD


Mi alma llora en el silencio de la soledad no compartida y se agita al recordar un beso húmedo y caliente. Una mejilla que sostiene una lágrima, un dolor de cristal roto en mil pedazos. La rueda de la vida sigue arrastrando lentamente nuestra callada existencia, igual que el viento arranca los besos y las palabras y los extiende por el cielo en una lluvia de amor que al caer nos hace desdichados.

***

ADOLESCENCIA


Corazón solitario de bruma y estrellas. Alma henchida de dolor y recuerdos. Piel enamorada. Surco en la pálida noche gris, luna cuadrada que alumbra el camino. Soledad en pedazos de tierra húmeda, secreto llanto de felicidad infinita. Lluvia de estrellas que alborota mi soledad y me recuerda tu ausencia. Deseos fugaces que caen con la estela del cometa perdido.
***

TEMBLOR

Se rompe la tierra bajo el temblor del cielo y el suelo que piso se vuelve sangre. Emergen las raíces como manos que sólo saben palpar mi cuerpo y la lluvia se seca al rozar el borde de mis ojos. La hierba mojada es un grito de auxilio pero las hojas no escuchan el viento: la luz oscura del silencio cubre de abismo la primavera.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Cita en Amsterdam


Después de Ámsterdam, nada volvió a ser lo mismo. Aquel viaje fue extraño, desde el principio. Me citó en la ciudad a la que tantas veces habíamos planeado ir juntos y yo acudí, convencida de que nos merecíamos una segunda oportunidad. En Madrid, la luna llena me despidió de madrugada, a través de la ventanilla de un taxi que cruzaba veloz la noche de verano para llegar a tiempo al aeropuerto. Desde el avión, llegando ya a Schiphol, una visión de oro, imposible desde cualquier otro lugar: el sol reflejado en el agua del mar, de los ríos, de los canales. Destellos amarillos, rojos, naranjas, deslizándose, escapando, jugando entre el agua, como el oro que se destila en el molde. Tomamos tierra en un aeropuerto ajeno, de largos pasillos. Él me esperaba al final de uno de ellos, con una maleta roja. En aquel lugar de nadie, el futuro parecía posible y mi sonrisa contra la suya tuvo algún sentido.


La Estación Central me pareció una estación de cuento, demasiado dorada para tomarla en serio y me pregunté si allí paraban los sueños. Al otro lado de la ciudad, donde las casas de ladrillo rojo y puertas blancas se inclinan sobre los canales, entre aromas de charca y arenque, el silencio de los puentes y las barcas no presagiaba nada bueno.

En un coffee-shop del barrio rojo brindamos por nuestro reencuentro, pero ni el humo de la marihuana sirvió para vestir de verdad nuestras risas. En el agua verde de los canales no había ranas que besar y el mar gris de La Haya no reflejó nuestros rostros tristes, imágenes de un amor que se intuía ya póstumo.

En el Nemo, el cielo se adornó de estrellas que cubrieron la ciudad flotante y miles de ventanas parpadearon en la lejanía. De tan bellas hay visiones que duelen. Temblé de frío y de angustia y deseé un abrazo que no se produjo. Después comenzamos a andar y él me cogió de la mano. Debajo de una farola intuí un destello afilado en su mirada, que no supe interpretar. “Cuando los ojos se llenan de asombro no hay consuelo para la melancolía”, fue lo último que pensé. No me dio tiempo a decírselo. Ni un grito salió de mi boca mientras me clavaba el cuchillo en el vientre, aunque estoy segura de que mis ojos se abrieron más que nunca, sin comprender. Supongo que el agua estaba fría, pero ya no la sentí.

Desde entonces le persigo, buscando una explicación, pero él finge no verme. Empalidece, tiembla y hay miedo en sus ojos, aunque no dice nada. Y yo sigo vagando entre los canales de esta ciudad fantasmal, esperándole en el lugar donde todo cambió.







Publicado en la Revista Muchoviaje en enero de 2006

domingo, 9 de diciembre de 2007

CICELY EXISTE

El consuelo de una visión consiste en creer en ella, no en que sea real

C. Pavese.

La frase de Pavese resume perfectamente lo que ocurre con ciertas novelas, canciones, películas o series de televisión. No importa que sean obras de ficción: nos transforman porque creemos en ellas. Porque nos hacen creer en algo.

Una de esas series que nos han transformado a algunos es Doctor en Alaska (Northern Exposure en el original). Creada en 1990, consta de 110 episodios repartidos en seis temporadas. En España se emitió por primera vez en 1992, reponiéndose desde entonces varias veces, en La 2, a horas intempestivas y de manera irregular y a menudo incompleta, como pasa con la mayoría de las series que en Estados Unidos se consideran de culto y que aquí son maltratadas por los programadores (sirva también de ejemplo El Ala Oeste de la Casa Blanca). A pesar de las dificultades, y mucho antes de que existiera el DVD y el emule, muchos nos enganchamos a ella y a sus personajes. Y ya forma parte de nuestra vida.

Me hubiese gustado escribir algo bonito u original en homenaje a la serie. Pero no he sido capaz de superar los fragmentos de su versión “tuneada” que podéis encontrar en el imprescindible blog de L´Habitació d´Arlés http://habitacioarles.blogspot.com/, ni tampoco de encontrar mejores palabras que las de este artículo, antiguo, que en su día recorté y que creo que expresa a la perfección lo que significa Cicely, la pequeña localidad de Alaska donde se desarrolla la serie y auténtico microcosmos donde caben mil mundos. Aquí está. Para recordar y disfrutar. Y porque, ya inmersos en fastos prenavideños, ¿a quién no le gustaría creer en Papá Noel?


CICELY
por Fernando Baeta.

"Cicely es la prueba concluyente de que, como sentenció Pavese, el arte de vivir es el arte de aprender a creer en las mentiras. Cicely es el arte de vivir porque nos hace creer en las mentiras. Cicely, ochocientos y pico habitantes imaginarios, es mentiroso, utópico, bello, virginal, necesario. También es un tratado de filosofía para escépticos, en edición de bolsillo. Nada en esta serie televisiva es necesariamente cierto, aunque todo en ella es necesariamente envidiable. Cicely es la expresión inteligente de todo aquello que nos estamos perdiendo, el sueño sin final, la magia, la otra cara de nosotros mismos, lo que pudimos haber sido.

No es la simple historia de un médico de Nueva York que cae en Cicely, Alaska, y se pregunta sin desmayo ¿qué narices hago yo aquí?, sino la historia de un pueblo inalcanzable en el que hubiéramos podido vivir si fuéramos de otra forma. Hubo un tiempo en el que todos pudimos ser Joel Fleischman, Maggie O´Connell, Chris Stevens, Maurice Minnifield, Holling Vincoeur, Shelly Tambo, Ed Chigliak, Ruth-Anne Miller, Marilyn... o muchos otros de los personajes circunstanciales que conforman el contexto de esta epopeya en 625 líneas. Pero ya es tarde para lamentos. Tenemos que hacernos a la idea de que Doctor en Alaska es sólo una edificante serie de televisión en la que sus creadores, productores, directores, guionistas y actores cobran por engañarnos, por hacernos creer que todavía es posible la utopía, soñar despiertos. Pocas veces una historia ha llegado tan lejos partiendo de la más absoluta de las miserias, que diría aquel amante sarnoso.

Nos gustaría creer que Joel no se irá a Manhattan, que Maggie sabrá, por fin, qué es la felicidad, que Chris seguirá haciendo humana la filosofía desde su micrófono en la K-OSO, que Ed se convertirá en chamán, que Marilyn continuará teniendo todas las respuestas, que Shelly no crecerá y que Holling no envejecerá, que Maurice se enriquecerá todavía más y que Ruth-Anne aprenderá italiano para poder leer a Dante. Nos gustaría creer en Papá Noel.

Nos gustaría creer que Cicely existe aunque sepamos que nunca existió, que nunca existirá. Cicely es la prueba de cargo de nuestras frustraciones, de nuestros fracasos, de nuestras apuestas equivocadas."



miércoles, 5 de diciembre de 2007

Fugacidades VII

EL BESO

Cuando no hace sol es porque llueve
y cuando brilla porque no te alumbra:
la oscuridad es tu forma de vida
y yo no puedo convertirme en sombra.
Pero me sigue lloviendo dentro de la risa
al penetrar en tu boca.
***

HECHIZO DE BARRO

La magia de la noche ilumina tu cuerpo y yo me pierdo entre tus dedos, haciéndome pequeña, casi invisible. Tú me modelas a tu antojo, convirtiéndome en un muñeco de barro que se deshace entre tus manos lentamente.

***

CON LA MIEL EN LOS LABIOS

Como siempre, me dejas con la miel en los labios. Te vas y yo me quedo con la boca húmeda, ávida de besos. Con las manos llenas de caricias y cosquillas, pero vacías de ti. Con la piel a flor de sentimiento, erizada de lengua y saliva. Con los muslos entreabiertos, esperando que vengas a vaciarte en mí y me llenes de espasmo y escalofrío. Con el corazón latente dispuesto a estallar de amor. Con mi alma a solas, herida de deseos y palabras.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Estampas de Amsterdam II



PLACERES LEGALES


Ámsterdam no quiere ser Venecia
ni falta que le hace.
Hay mundos que se definen por su indefinición
y este universo sin reglas
tiene un ritmo propio
implacable
como una religión sin dioses.

Aquí nadie mira a nadie.
Donde lo extraño forma parte de lo cotidiano
ya no hay distinciones:
los turistas habitan una ciudad
en la que sus habitantes están de paso.

Los placeres no están prohibidos,
se ofrecen en los cafés
y se exhiben bajo luces rojas.
Cuando el pecado se muestra en un escaparate
el deseo se esfuma al no saberse culpable
ni digno de ser castigado.

Es la tentación de probar lo que se nos niega
lo que da valor a nuestro apetito de emociones:
sólo se disfruta
lo que antes se ha anhelado.
Lo que está al alcance de la mano
resulta despreciable:
no se valora
lo que se ofrece fácil.

Cuando la libertad anula el pecado
las tentaciones desaparecen
y el mundo se vuelve más aburrido.

Hasta el caos tiene un orden
en esta otra ciudad de los canales,
que no parece del Norte
pero tampoco es del sur.
Ámsterdam no es Venecia
y bajo sus puentes
no caben los suspiros.



martes, 27 de noviembre de 2007

Como de costumbre

Como de costumbre, ella escribió una historia después de su encuentro. El relato de lo que siempre imaginaba y nunca sucedía. Una fantasía con la que seguir alimentando el interés, la emoción, la excitación, el morbo.

Esta vez se vieron en casa de ella. “A partir de las 11”, le había citado. Él apareció a las once y diez, con una camisa verde y una barba más tupida que otras veces, con un bigote poblado que al principio le resultó extraño. Pasaron al salón, ella le ofreció café, pensando que iba a decir que no, pero dijo sí. Se puso algo nerviosa mientras preparaba algo que no había previsto del todo; él la siguió a la cocina y se sentó en el lugar menos apropiado. Le gustó la familiaridad del gesto, la naturalidad de la escena y también ella aparentó naturalidad, sin conseguirlo. Apagó el fuego antes de tiempo y el agua se escapó por las junturas de la vieja cafetera. Le sirvió el café, sin estar muy segura de cómo le gustaba o de si le apetecía en realidad y regresaron al salón.

Ella le enseñó los cuadros y él respondió con un comentario crítico. Se preguntó si se había fijado en el cuadro azul de la esquina, el de encima del radiador. El motivo de la pintura era un escenario que les unía. Aunque tal vez eso perteneciera al pasado, ya tan lejano. Su relación había sobrevivido al lugar en el que se conocieron y había evolucionado, cambiando ese paisaje por otros: apartamentos de ciudad más acordes con la realidad adulta, alguna terraza en la que compartir desayuno, la pantalla del ordenador.

Como de costumbre, hablaron de libros, de sus vidas y de sexo. Ella le enseñó un libro con fotografías de chicas desnudas y le contó que había posado para otro. Se había imaginado muchas veces posando para él. Le excitaba la idea de que él la fotografiara desnuda, aun sabiendo que eso tenía pocas posibilidades de ocurrir, fuera de las fantasías que solían intercambiar. Y sabía que nunca se atrevería a pedírselo. Bromeaba, intentaba provocarle, pero era consciente de que él no iba a hacerlo y lo último que ella buscaba era forzar una situación que le comprometiera, por mucho que lo deseara. Y, en el fondo, sus encuentros eran excitantes precisamente por eso, porque encerraban la emoción de lo que todavía no ha sucedido, la sorpresa de lo inesperado.

Él le regaló una concha del Caribe y presumió del riesgo que había corrido con ello. A ella le gustó el detalle, pero no quiso darle demasiada importancia. A cambio, le contó sus últimas experiencias sexuales, sorprendentes y atrevidas, con sinceridad y naturalidad. Hacía rato que se había convencido de que esta vez tampoco se haría realidad ninguna de sus fantasías; no halló en los ojos de él el brillo de otras ocasiones, no sintió su deseo clavándose en ella, como otras veces.

La camisa verde no era la que más le favorecía. Le habría gustado más con camisa blanca o azul oscuro, que, en su opinión, le quedaban mejor. Sin embargo, superada la primera impresión, y acostumbrada ya a su imagen tras casi dos horas de charla, cada vez le gustaba más su aspecto barbudo. Ya se lo había comentado él en alguna ocasión: “Durante una temporada llevé barba; te habría gustado en esa época”, le había dicho. Tenía razón. Le daba un aspecto interesante y maduro, muy varonil, sumamente atractivo.


Hablaron. Él se mostró curioso e interesado por las cosas que ella le contaba, atípicas, impropias del tipo de persona que ella solía ser, de la que había sido hasta hacía unos meses. Le divertía el cambio de ella y, sin embargo, tampoco le extrañaba demasiado, como si en el fondo siempre hubiera esperado algo así. Una de las cosas que más admiraba en ella era que siempre conseguía sorprenderle y que sus historias nunca eran aburridas. En cada encuentro, ella le contaba cosas tan distintas, tan dispares con respecto a la última vez que las dos o tres horas de charla se le hacían cortas, pasaban más rápido de lo que le gustaría. Él vivía esta situación con una mezcla de alivio y fastidio. Fastidio porque cuando se quería dar cuenta ya era demasiado tarde para iniciar algún acercamiento físico. Y alivio por el mismo motivo.

Eran cerca de las dos. Él recibió una llamada y se disculpó: “Lo siento, tengo que irme”. “Vale”, dijo ella, mientras se levantaba para despedirle. A él le contrarió la complacencia. En sus fantasías, ella le acorralaba contra el sofá y le impedía irse. Deseó con todas sus fuerzas que ella le besara, que no le diera alternativa. Pero sabía que no iba a hacerlo: que tendría que ser él quien diera el primer paso. Se levantó y la siguió hacia la puerta. La cama con la colcha roja en medio de la habitación era tentadora, y prefirió no mirarla, imaginando de nuevo que ella le empujaba sobre el edredón de cuadros mientras le desabrochaba la camisa y luego se montaba a horcajadas sobre él, tras deshacerse de sus pantalones. En su fantasía, ella llevaba una braguita roja de algodón, casi navideña y, una vez encima de sus caderas, se despojaba, en un gesto travieso y seductor, de su polo y su camiseta, mientras le decía: “Chúpame los pezones”. Pero, una vez más, la realidad se impuso y volvió a reprimir sus deseos. Se dieron dos besos en las mejillas y se despidieron hasta la próxima vez, felicitándose la navidad y deseándose un feliz año.

Ella cerró la puerta y de nuevo se sintió decepcionada. Se sintió cobarde y gilipollas por no ser capaz de besarle en los labios, por no haberle dicho lo guapo que estaba, lo mucho que le deseaba, lo bien que olía. Sus historias de tríos no podían compararse a la excitación que él le provocaba, pero eso era algo que sólo se atrevía a contarle por escrito, disfrazado de ficción en alguno de sus relatos, a distancia a través del chat. Se sintió triste, y frustrada, y le deseó y le odió más que nunca, culpándose y culpándole por su cobardía, por excitarla para nada, por ser tan irresistible, por seducirla con esa barba y esa sonrisa, y esa voz, y esa mirada en la que ya no sabía reconocer el deseo. Pensó lo distinto que hubiera sido su encuentro si él se hubiera atrevido a besarla, por sorpresa, y ella hubiera tomado este acercamiento con alegría, respondiéndole contenta y apasionadamente. Habrían hecho el amor allí mismo, en el sofá, o incluso habrían llegado hasta la cama. Él se habría quitado la camisa mientras ella no paraba de besarle; ella se habría desnudado y él le habría dicho: “No te quites las bragas”. Se habrían buscado ávidamente, tocándose y besándose sin descanso, saboreando sus bocas, enredando sus lenguas, chocando sus dientes. Ella le habría hecho gemir de placer; él la habría embestido como nadie, para que le sintiera dentro de ella, para hacerla disfrutar mientras la penetraba y se habría aferrado a sus nalgas, a su carne, arañando su piel y apretándola hasta hacerle daño mientras se corría. Después ella habría seguido jugando, sonriendo, besando, tocando, disfrutando y le habría susurrado al oído con voz ronca: “Esta noche me correré pensando en ti”.

Sí, habría estado bien algo así. Y pensó que era una lástima que nunca llegara a suceder.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Fugacidades VI

LUNES DE COLEGIO


Lunes de colegio, gris como las nubes que pesan sobre mis alas.
Plomo en mi infancia en tardes de lluvia
donde la luz fluorescente de la clase
sustituye a los juegos en el patio y la tristeza se adueña de mis sueños.


***


INCOMUNICACIÓN

Lloré sinsentidos de dicha el día que tus palabras salpicaron mi rostro.
Llovieron mares de ausencia desde cielos de belleza infinita, curando las heridas que dejó un beso, borrando las cicatrices que dibujaron tus estrellas en mi piel.
El día que el cielo caiga sobre mi mente estrujada arderé bajo las cenizas de tu ternura y la pasión recogida en un rincón de tus versos será refugio para mi corazón de poeta, que anhela y sueña y espera tus palabras como sonrisa a la pena. Entonces, el sueño de la eternidad compartida se desvanecerá para siempre en la noche de tu alegría
estrellada contra los muros que nos separan.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Manual de Topografía

MANUAL DE TOPOGRAFÍA

Para Adrián, que en una ocasión me preguntó por los musos

Hay, allá en Norteña,
un muchacho poeta
que sueña, vive, escribe, ama
y no mercadea
ni capitula
o tal vez sí
pero no con las cosas
que de verdad son importantes.

Hay, allá en Norteña,
un topógrafo de emociones
que mide los paisajes
con la regla de unos versos;
que estudia las grietas
de almas hace tiempo condenadas.

Carne cruda, cosecha del 89,
carne de cañón
afilando unos dientes
que la vida se encargará de partir.
Todos somos boxeadores sin futuro
y no hay esperanza en las cabinas telefónicas
ni en los mercados de barrio.

Hay, allá en Norteña,
un sembrador de cebollas
con la verdad colgando de la boca
la verdad de los niños
o de los borrachos
apóstata de las ilusiones perdidas.
No escondas cadáveres en tu sombrero
que los zapatos de cemento
siempre dejan huella.

Hay, allá en Norteña,
un adicto que se envenena con música,
con peoremas y palabras.
Vidas cruzadas en los blogs.
¿Te acuerdas de cuando éramos reyes?
No se llega a ningún sitio caminando en círculos.
No quedan conserjes de noche
ni salitre que llevarse a los labios.
Las camareras nunca se acuerdan de los poetas malditos.

Y cada cual en su camino
va cantando espantando sus penas
y cada cual en su destino
va llenando de soles sus venas
y yo aquí sigo en mi trinchera corazón
tirando piedras...

Las tardes de domingo
son tristes en Oviedo,
pero siempre queda el último vals
cuando se intuye
que las cosas buenas de la vida
sólo duran
lo que dura un fin de semana.

No hay manuales para la vida,
porque la existencia no obedece instrucciones
y se va escribiendo
en renglones desiguales
en antros oscuros
en días felices
porque no tienen por qué ser cursis
los poemas de amor.

Dinamita tus dudas,
mastica la vida a borbotones,
llénate las venas de sangre
que las letras del futuro
llevan escrito tu nombre.

martes, 20 de noviembre de 2007

Estampas de Amsterdam

AMSTER Y DAM


En Ámsterdam hay dos ciudades
separadas por puentes imaginarios
y edificios habitados por fantasmas
que a veces se asoman
y saludan con la mano
desde el museo de cera
de la plaza Dam
o se dejan las piernas
tomando el fresco
en un balcón del Jordaan
tras llevarse las letras
de una tienda de pianos.

En ocasiones
chapotean en los canales
y asaltan barcos
atestados de turistas
que salen borrosos en las fotos
o roban billetes de tranvía
a las pobres niñas descuidadas.
Para compensar
preparan atardeceres
en Vondelpark
con sauces y patos incluidos
y sacan a pasear
a príncipes guapos
que por la noche
volverán a croar
bajo el agua verde de estas calles.

A menudo les gusta jugar
y abandonarse
en un rincón del puerto
entre cajas y piedras sucias,
entre restos de naufragios
y toman forma de cisne
o de gaviota gigante
que espera devorar los peces muertos.
Entonces el aire huele a arenque,
y presagia que alguien morirá
una noche de hermosa luna
bajo las estrellas del Nemo
o en una habitación de hotel.





sábado, 17 de noviembre de 2007

Desde que no nos vemos (homenaje a Enrique Urquijo)

(Cronología sentimental con banda sonora)


Aquel noviembre del 99 fue para mí un mes malo. Mala racha, tiempos tristes. El amor se me escapaba sin quererlo, sin saber por qué, sin que pudiera comprender. “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, me preguntaba. Es tan corto el amor y tan largo el olvido. Hilvanando pensamientos al hilo de mi vida, desgranando en mi diario reflexiones inútiles sobre cómo salvarme, cómo salvar la historia de amor más importante y profunda vivida hasta entonces (sin saber que él, que no fue mi primer novio pero sí el primero del que me enamoré, ya había decidido por los dos sin tener el valor de decírmelo), una noticia me sacudió y me hizo salir de mí misma, por primera vez en muchos meses.

El día 17, miércoles, la muerte de Enrique Urquijo fue más importante que todo lo demás y volví a escribir. Mi diario se abrió en homenaje a la voz que puso – que pone, que sigue poniendo – música a mis vivencias, canciones tatuadas en mi alma, desde siempre y para siempre.

En este noviembre de 2007 extraño, en el que extraño el amor (o a un amor - qué más da, cuando ya no se tiene ni se volverá a tener -que conoció, admiró y quiso a Enrique, que hablaba de él con veneración, que me regaló una camiseta de Los Problemas, que sentía sus canciones igual o más que yo), releo lo que escribí entonces y quiero rescribirlo aquí.

Un verso de Luis García Montero y mis propias palabras hoy, ocho años después, siguen recordando a Enrique Urquijo.


Que tengas un buen día
Que la suerte te busque
En tu casa pequeña y ordenada
Que la vida te trate dignamente
.*

* Del poema “Mujeres” de Luis García Montero. Habitaciones separadas. Visor, 1994.

“No sé si a Enrique Urquijo le encontró la suerte, o quizá sólo encontró amistad y rivalidad en la mala suerte, pero supongo que la vida no le trató muy dignamente, y menos aún la muerte. En un portal de Malasaña, con polvo blanco en vez de sangre en sus venas. Cuando escucho Agarrate a mí María no puedo evitar un escalofrío ante esa estrofa, tal vez premonitoria, desoladora en cualquier caso: si acaso no vuelvo a verte, olvida que te hice sufrir, no quiero si desaparezco que nadie recuerde quién fui.

Aunque nunca llegues a saberlo, Los Secretos forman parte de mí. Sus canciones son la banda sonora de mi vida.

(...)**

Esto no es exageración, ni literatura. Por eso, GRACIAS, Enrique, y descansa en paz, por fin”
Madrid. 17 de Noviembre de 1999/ 17 de noviembre de 2007.

**[Lo que encierran los puntos suspensivos es la cronología sentimental a la que hago referencia en el título de este post. Después de actualizarla, considero que es demasiado larga y personal como para incluirla aquí. Pero si estáis interesados, podéis leerla en mi otro blog]:

martes, 13 de noviembre de 2007

Fugacidades V

AMANECER

Amaneció rojo. Una pincelada de fuego rasgó la mañana limpia y helada de noviembre, preludio de un invierno frío como el futuro, aunque sólo trajera una jornada gris y aburrida, como de lunes aun siendo martes.

***

PREMONICIÓN

El surco de tu recuerdo desdibuja mi soledad aún no labrada, mientras el perfil de tu mirada desborda una tristeza aún desconocida. La sombra de tus labios ensancha mi ya perdida memoria y bajo el viento de tus velas se rompe mi mar en el desierto.

***

LLUVIA

Lloras. Tus lágrimas caen en mi alma como pesadas gotas de dolor durante tanto tiempo guardado y mi corazón se deshace en pañuelo para la lluvia de tus ojos.
Lloras. Y mi amor recoge la amargura de tu pecho, igual que el botánico arranca esa flor única en su especie, con mucho cuidado para no hacerte daño.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Otoño en Madrid II

Hojas verdes, aferradas a las ramas. Aceras desnudas, aún sin cubrir de ocres crujientes. Abrigos en los armarios, bufandas en las maletas, chimeneas sin cenizas. Cajones atiborrados, camisetas sin guardar. Sol de primavera, octubre caluroso. Añoranza de verano y aún más de invierno. Tiempo de nadie, este principio de noviembre. El otoño se resiste a llegar y el ánimo no sabe a qué atenerse.

Para acompañar estos días indefinidos, una canción de Antonio Vega. Su letra encierra algunas frases de esas que todos hemos pensado alguna vez. Una declaración de intenciones en toda regla. Sea quien sea, ser como soy. Deseo de huida hecho poesía. La historia de una vida en cuatro estrofas. Ojalá me condenaran a la niñez. Imposible desengancharse de versos así. Ojalá me condenaran a compartir. Canciones como ésta me reconcilian con el mundo. Ahí va, entera. Para vosotr@s, que estáis ahí.




Pasa el otoño en Madrid
y el color ocre se funde a gris.
Vuelven recuerdos de inviernos
pasados junto a ti.

Sentado hoy frente al mar
nada perturba la paz
y ahora comparto contigo
nuestra verdad.

Y es que de hecho hasta hoy
no me ha importado nunca dónde voy,
en cualquier puerto puedo recalar.
Sea quien sea, ser como soy.

Atados manos y pies
al corazón que fue infiel,
Ojalá me condenaran a la niñez.

Pero después descubrí
que amar en libertad no hace sufrir
Ojalá me condenaran
a compartir.

Y llegó la madurez:
ideas claras, saber lo que quiero hacer.
Ojalá me condenaran a no volver.

Quiero escuchar crujir las hojas al andar
Una vez más
ver que el otoño pasa en Madrid.
Quiero guardar
hojas doradas hasta abril
Pasa el otoño en Madrid...


Pasa el otoño. Antonio Vega.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Miradas de Sicilia (III)


NOCHE EN TAORMINA

Recuerdo que en una playa de Taormina
estrellas fugaces rasgaban el cielo
y el reflejo del fuego en la montaña
iluminó la noche de agosto.

Bailando bajo los astros
entre velas flotando en el agua
conté estrellas
que desaparecían
nada más nombrarlas.


De pie sobre arena
fina como los sentimientos
hundiéndome
en la fragilidad de los afectos,
en el dolor de las palabras
dando vueltas
en mitad de la noche
ajustando mis pasos
al compás de la música
para acallar
los silencios
y
las ausencias
mientras luces fugaces
hacían bella la oscuridad.

En una playa de Taormina
una noche de agosto
supe que las estelas de soles apagados
se llevaban con ellas mis deseos.



Soha Beach. Agosto de 2004.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Fugacidades IV

UN SUEÑO

Se durmió. Y el sueño la atrapó con sus destellos de algodón, sus nubes de cristal y sus espejos de indecisión. Abrió los ojos y se vio encerrada en la enorme burbuja de su eterna soledad. Sonrió derramando lágrimas de cereza y gotas de estupor ante el mundo que se le venía encima, en un susurro agobiante de voces insatisfechas, de mentes contrapuestas, de globos de colores. Pero le quedaba la magia jamás compartida de su locura. Ese era su gran secreto. Y se volvió a dormir, dejándose atrapar por el sueño infinito de los siglos.
***

EL HILO DEL DESTINO

El eco de tu suave boca me engancha a tu recuerdo como luna enhebrada a su estrella. Me atrapan los rayos de tu loca cordura en una ola de hierba que azota mi rostro con la fuerza de una sonrisa salvaje, arrastrándome sin remedio hasta lo más profundo de tu ser. La magia de tu azul perfuma mi deseo y en la pradera de tu cálido sol amanece mi corazón sembrado de brotes de amor. Sin darme cuenta, tiro del hilo del destino y el cielo cae en torno mío.

***

AMISTAD

Su sonrisa se perdió entre el barullo de la multitud y la inmensa soledad de su mirada se hundió en mi corazón cubriendo de estrellas la noche. De sus mudas palabras se alimentó mi alma y el candor de sus manos cansadas calmó mis heridas, susurrando sentimientos durante tanto tiempo sepultados bajo su conciencia. Entonces una luz surgió en el abismo y quedamos atrapados para siempre, sin remedio, en la red de la verdadera amistad.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Otoño en Madrid

OTOÑO EN MADRID

Qué contrasentido
vestir el chubasquero con las gafas de sol
para que los paraguas
no se sientan tan solitarios.

Dan ganas de recortar los rascacielos
como en un rompecabezas
y pegarlos sobre las copas de los árboles
que nunca se arrepentirán suficiente
de haber dejado caer las hojas.

Esto no es Manhattan, pero podría serlo,
si no fuera por su barniz antiguo
o por sus gatos en las aceras
que remolonean al olor de las tascas
y de sus tapas no reciclables.

Los perros ya no duermen en las esquinas
porque la ciudad les cubrió de espanto.
Ni siquiera el amanecer púrpura
puede iluminar tanto dolor escondido.

viernes, 26 de octubre de 2007

Carta a Malena, Viento y Maribel

Queridas amigas:

Hace tiempo que os quería escribir una carta. Os escribo a las tres porque os considero como mis “hermanas mayores”: atesoráis la sabiduría de la experiencia, la templanza de los años y el manual de los buenos consejos para todos. Como escribió un buen amigo mío: “Los amigos son la única familia que nos permitimos elegir”.

Malena, fuiste la primera a la que adopté. Por estar ahí desde el principio (Ripple-Mark, Dashina, Mi Chica y tú fuisteis de mis primeras visitas, y ahí seguís, gracias), por tus sabios comentarios, todavía me acuerdo del primero: "No saques a los fantasmas de sus tumbas ni pongas en sus labios palabras que jamás dijeron, porque corres el riesgo de amar más a los fantasmas que a las personas que ellos existieron". Al leerlo lo único que pensé fue que era justo lo que necesitaba leer; que tal vez había escrito el post reclamando una respuesta como la que tú me diste. Esa sensación se ha repetido muchas veces. Como la hermana mayor que ya ha andado los pasos del camino y enseña a los que vienen detrás, con el mismo amor de los padres pero desde la cercanía de la amistad fraternal. Tus rosas, tus jardines zen, tus reflexiones, siempre son refugio y oasis de paz. Tu generosidad se refleja en tu número creciente de visitas. Eres necesaria para muchos de nosotros y eres consciente también de que la amistad, como los jardines, hay que cuidarla. Tu atención a los detalles brilla en todo lo que haces. Y nos ilumina a los demás.

Viento, llegaste por sorpresa un día y desde entonces no has dejado de soplar. Tu aire fresco, siempre atento, airea mi tierra, limpiándola de lodos y malas hierbas. Tus comentarios son auténticos regalos. Tus versos destilan sensibilidad; la belleza de tus palabras llega hasta el alma. Como dejé escrito en vuestro blog conjunto: las inteligencias se reconocen y las sensibilidades también, y a veces se produce el milagro de que llegan a unirse. Vosotras sois un tándem perfecto. Y necesario.

Maribel, has sido la última de las tres en aparecer, trayendo tus palabras y tu amistad. Llegaste para quedarte, mostrando y demostrando tu fidelidad un día tras otro, y ofreciéndome un regalo que no puedo olvidar. Nunca imaginé, aunque lo haya soñado muchas veces, que mis textos puedan influir en alguien hasta el extremo de inspirar un poema tan bello como el que tú me dedicaste. Y que a su vez ese poema diera lugar a comentarios que llegaron sin yo pedirlo, pero que me llenaron de emoción.

Sin haberos visto nunca formáis parte de mí.

Hoy tomo las palabras de otro para expresaros mi agradecimiento y mi amistad. Es uno de mis poetas favoritos, Jaime Gil de Biedma. He tomado algunos fragmentos de un poema titulado “Amistad a lo largo”, que creo que expresa lo que sentimos muchos “blogueros”. Aquí van, para vosotras y para muchos otros amigos del blog:

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad
.

Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía
.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras (...)


Sólo quiero deciros que estamos todos juntos (...)

Quiero deciros cómo todos trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

¡Ay el tiempo!. Ya todo se comprende.
Jaime Gil de Biedma. Amistad a lo largo.
Antología Poética. Alianza Editorial.

martes, 23 de octubre de 2007

Fugacidades III

DÍA GRIS

Hoy es uno de esos días en los que llueve sobre mojado, y la tempestad arruina los buenos propósitos.
Hoy el humor se esconde bajo la almohada y hacer cualquier cosa se vuelve imposible.
Hoy me siento vacía y culpable por no tener otros problemas.


***

RECUERDOS

Mi soledad se llena con el vacío y la noche estalla en sonrisas de dolor. La memoria fresca y ambiciosa hurga en la herida aparentemente curada, que se desangra en recuerdos y esperanzas.


***

EL REGALO


Fue tan inesperada la sorpresa de tu amor que no noté el veneno que lentamente me inundaba. Me sentía tan llena de tu vida que no viví mi propia muerte.

Tus caricias escondían dolor, pero mi mente hipnotizada no supo darse cuenta. Me deslumbró la sinceridad de tus ojos y no sentí cómo sangraba mi alma herida. La hendidura a traición de tu espada envuelta en papel de seda tatuó una cicatriz que sólo veo yo.

Tardé en morir, pero mi corazón de diamante revivió haciéndose más fuerte. Ahora ya ha aprendido y no se fía de los regalos, aunque el tuyo lo guarde para siempre en un rincón de mi vida.

lunes, 22 de octubre de 2007

Mi otro blog

Hola a tod@s:

Nunca pensé que este blog se fuera a quedar pequeño. Pero hay asuntos que merecen su propio espacio. Por eso he creado MUNDOS PROPIOS (Y EXTRAÑOS), dedicado a los artistas cuyas obras han cambiado mi mundo. Unos son conocidos, otros no tanto. Os invito a conocerlos en el enlace de la derecha.

Gracias por vuestra fidelidad. Sin las visitas y comentarios ninguno de estos blogs tendrían demasiado sentido.

Un saludo, desde mi tierra.

ETDN

jueves, 18 de octubre de 2007

Miradas de Sicilia (II)




Travesía de vuelta Islas Eolias-Milazzo en el barco Isola di Stromboli.

El paisaje nos fascina. Todo mar, sólo azul. Al fondo las islas con sus volcanes, también azules. Sólo el blanco de la espuma que produce el barco perturba la paz de las aguas del mar Tirreno. La visión tranquiliza y a la vez estremece por su belleza. Intentamos llenarnos los ojos, la memoria, con esta postal.


Vemos atardecer, y el alma se conmueve ante la imagen que nos ofrece la naturaleza esta tarde, desde un barco. No sé si es el paisaje o somos nosotras pero, de alguna manera, este trayecto de vuelta de las Islas Eolias nos transforma.

En el barco, ante ese atardecer, ante esa visión, nació este poema.


ISOLE EOLIE

Islas azules que son montañas,
que son volcanes,
que son reflejos de sol en el mar.
Entre nubes
entre azules
en el lugar donde Dios existe.

Estelas que forman olas
y abren el mar a nuestro paso.

Un privilegio para los ojos
que se llenan de luz
deslumbrados de tanta belleza.

Una imagen en la retina
que guardar en el recuerdo;
un lugar imposible
que no existe en las fotos,
sólo real en la mirada
de quien sabe apreciar un paisaje
tal vez desdibujado,
a medio hacer,
para ser completado
desde las vivencias
o con las palabras.

La sensibilidad
sólo pertenece a unos pocos.

Dichosos aquellos
que la poseen
y la disfrutan.

Mar Tirreno (Sicilia).


martes, 16 de octubre de 2007

Impresiones de la semana

Una de cal...

El pasado fin de semana unos amigos me propusieron ir al cine a ver una película titulada Un funeral de muerte. “Una comedia, muy divertida”, dijeron. He de confesar que no me gustan las películas de humor grueso, tipo Torrente o Algo pasa con Mary. No le veo la gracia, la verdad. Mi primera intención fue rechazar la invitación, pero tampoco quería quedar como una pedante intelectualoide, en plan “no, es que yo la que quiero ver es la última de Rohmer”. Y no me gustan los prejuicios, así que me informé sobre la película. Las críticas de varios periódicos y suplementos coincidían en que estaba muy bien, que era “humor inglés”, “ácido, inteligente e irónico” y el director, Frank Oz, ofrecía garantías. Otras películas suyas, como Un par de seductores o In & Out están entre mis favoritas. Así que me alegré de no haberme precipitado en mi negativa y acepté.

No me reí ni una sola vez. Ni el guión, ni los personajes, ni la puesta en escena, ni los chistes me hicieron gracia. La gente se reía a carcajadas durante toda la película y yo no podía entender de qué. Me esforcé para no salirme e intenté “integrarme” en el ambiente jocoso. Sin resultado, claro. Me sentí un auténtico bicho raro y juré que la próxima vez iría a ver la de Rohmer.

Y una de arena...

Afortunadamente, hay otro tipo de obras que nos reconcilian con la vida y con el mundo. Tras una temporada en la que nada de lo que leía lograba emocionarme de verdad, por fin dí con una novela que lo ha conseguido. Su título es La hoja plegada. Su autor, William Maxwell. Confieso que no lo conocía, aunque tampoco es de extrañar. Hasta hace poco no se había publicado en España, donde ha sido rescatado por Libros del Asteroide, una reciente, pequeña y estupenda editorial a la que estoy eternamente agradecida por este y otros títulos de su colección. Sigo con Maxwell (EE.UU 1908-2000), más conocido por su faceta de editor de autores como Salinger, Updike, Cheever o Flannery O´Connor, que como escritor, a pesar de haber publicado seis novelas, varios libros de cuentos, un libro de memorias y una recopilación de reseñas literarias y ensayos.

Leí la reseña de La hoja plegada en algunos periódicos y me interesó el tema: la amistad entre dos muchachos en apariencia antagónicos en el Chicago de los años 20, que comienza en el colegio, y su evolución hasta la universidad. Aunque recrea el ambiente estudiantil y universitario, no es la típica novela de colegiales para adolescentes. Es sutil y profunda; los personajes son complejos y oscuros pero a la vez mantienen cierta pureza juvenil que conmueve sin caer en la cursilería. El lenguaje es limpio y directo, sencillo pero no simple (lo más difícil de conseguir en literatura) y las situaciones que refleja, sin salirse de lo cotidiano, contienen una tensión dramática hábilmente dosificada. Se apunta la atracción entre los dos personajes y su extraña relación sin que se caiga en el tópico homosexual. Creo que no se trata de eso; en la adolescencia se tienen sentimientos ambiguos y los celos no son exclusivos de la pasión amorosa, también se dan en la amistad. Hay violencia y escenas duras que emocionan, a veces incluso hasta las lágrimas, pero sin caer en el mal gusto ni el gore gratuito.

Pues eso, que me ha encantado y me ha tenido enganchada durante toda la semana. Y es lo que tienen este tipo de novelas: no puedes dejar de leer, pero lees tan rápido que se acaban enseguida. Ante el vacío sólo se me ocurrió salir a comprar la otra obra del autor publicada por Libros del Asteroide: Vinieron como golondrinas, en busca de emociones parecidas a las que me ha proporcionado La hoja plegada.

sábado, 13 de octubre de 2007

Fugacidades II

MUJER CON SUERTE

Cuando la felicidad se instaló en su vida
ella sintió que no estaba preparada.
Intentó alejarla de sí, pero no lo consiguió.
Y tuvo que resignarse.

***

PASIÓN DE VERANO

La pasión de la razón se hincaba en el dolor de su inconsciencia
mientras la flor revoltosa del verano daba frutos en la sombra de su misterio.
El alma se le derritió bajo la luz del amor no correspondido
y sintió que el mundo caía
bajo
sus
pies.
La botella inflamada de risa lacrimosa resonaba en los rincones de su oído.
El labio que se posó en su pupila
hacía cosquillas en su corazón.

***
ABRIL

Mi esperanza se fraguaba en murmullos de abril.
Mientras la luna solitaria me arrullaba en una cesta de nácar
mi anhelo se perdía en el brillo de tus palabras,
escondiéndose bajo la hierba que adormecía mis manos en las tuyas.
Y persiguiendo el deseo en tus miradas
caí en la trampa que el tiempo me tendía.

martes, 9 de octubre de 2007

Si

Hay poemas perfectos. Para mí, éste es uno de ellos.
Es más que un poema: es una filosofía de vida.
Es ayuda, consuelo, ánimo y fuerza para los momentos buenos y los menos buenos.
Aunque seguro que lo conocéis, yo quiero compartirlo con vosotros.

SI
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por eso te culpan ,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido sin pagar con mentiras,
o ser odiado sin dar lugar al odio,
y aun así no parezcas demasiado bueno,
ni demasiado sabio.

Si puedes soñar – y no hacer de los sueños tu maestro –
si puedes pensar – y no hacer de las ideas tu objetivo –
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.


Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno
tiempo después de que se hayan gastado
y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: “Resistid”.

Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren,
tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita
y, lo que es más,
SERÁS HOMBRE,
hijo.

- Rudyard Kipling -

domingo, 7 de octubre de 2007

Fugacidades I

CONFIANZA

El le pidió que confiara, pretendiendo que no hiciera preguntas, que se dejara llevar.
Ella no supo cómo explicarle que creer era difícil, que primero debía inventarse su propia fe.

*****

EL AMOR DE LOS POETAS

¿Por qué nunca me escribes poemas de amor?
(Silencio)
¿Es que tan poco te inspiro?
(Silencio)
Sé que dedicas poemas a otras.
(Silencio)
Ojalá fuera tu amor platónico.

*****


EL TIEMPO EN UNA BOTELLA

El día que quise meter el tiempo en una botella se me escaparon los minutos por las ranuras y los segundos se evaporaron en el aire.
Al poner el tapón me estalló el presente entre las manos y quedaron esparcidos por el suelo cristales rotos del pasado, mientras el futuro flotaba sobre mi cabeza en forma de nube, como en los tebeos donde el personaje arrastra la lluvia consigo.

lunes, 1 de octubre de 2007

Miradas de Sicilia (I)

Martes

Primera subida en bus a Taormina. El paisaje impresiona, las estrechas curvas entre acantilados también. La vista impone: la bahía azul, el cielo gris y al fondo el Etna , que se funde con el cielo. La visión me inspira un poema.



Llenarse los ojos de paisaje
con el azul del mar
con el verde de la roca sobre el agua
entre montañas
desde las nubes.
Sol turbio
cielo gris encima del mar
bajo la mirada
del volcán
que lo observa todo
y se apiada
de los mortales a ras de tierra,
y tal vez también de los dioses
esclavos de su propio poder
inútil ante los caprichos del destino.


martes, 25 de septiembre de 2007

Escena en el autobús

Iban delante de mí. Me costó trabajo darme cuenta de que iban juntos. Él miraba hacia la ventanilla, y ella hacia la puerta. Ella giró la cabeza y se le quedó mirando.

Él se sintió observado, culpablemente observado, y quiso herirla con su indiferencia. Deseaba abrazarla, pedirle perdón. Su mirada era un enorme “LO SIENTO”, pero dirigida en dirección equivocada. Deseaba volverse, pero se hizo fuerte para no hacerlo. Siguió mirando por la ventanilla, aunque no veía los coches, ni la calle, ni los escaparates oscuros; sólo la cara de ella reflejada en el cristal. Sentía sus manos delicadas, femeninas, que intentaban recuperarle de nuevo y estuvo a punto de retirar las suyas, pero no se atrevió. Permaneció rígido, erguido, intentando demostrarse a sí mismo que esta vez no sucumbiría a sus encantos, e intentando demostrarle a ella que él también tenía su orgullo.

La oía susurrando en su oído, pero no quería escucharla; sabía que sus palabras le harían sucumbir, que si la escuchaba no aguantaría mucho más. Ella intentaba besarle y él se dejaba, pero no podía permitirse el más mínimo sentimiento. Sabía que le estaba haciendo daño, pero no era el momento de flaquear. Aunque lo que de verdad deseara fuese abrazarla con todas sus fuerzas, y besarla, y olvidar, y que todo fuera como antes. Deseó poder borrar las horas anteriores; aquí no ha pasado nada. Deseó poder parar el tiempo: eran las siete y él pasó a buscarla, como siempre. Se besaron, se rieron juntos de sus paridas... y nada más.

Deseaba perdonarla, pero no podía. Estaba harto de ceder, de hacer el primo. Que sufriera ella por una vez. En realidad no era para tanto, pero no era ésa la cuestión. Esta vez estaba en juego su dignidad, su orgullo, tantas veces heridos y vapuleados. Tenía que aguantar. Pero por favor, que no se ponga a llorar. Que me grite, que esté un mes sin hablarme, pero que no llore...

Entonces ella se agitó en silencio sobre su hombro que, lentamente, se fue empapando.

¡MIERDA! No quería llorar esta vez. No quería montar el numerito. Sí, es verdad, se había puesto muy borde. Quizá a fin de cuentas él tenía razón, pero tampoco era para que la tratara así, haciéndole daño adrede. Porque lo estaba haciendo adrede, para hacerse el duro...¿qué pretendía demostrar?

Vale, sí, ella cedería esta vez, pero por favor que le hablara, que la mirara, que reaccionara de alguna manera. ¡Si lo estaba deseando tanto como ella!...¿por qué no dejaba de lado ese orgullo mal entendido?

¡¡¡¡¡Pero no ves que estoy intentando arreglar las cosas!!!!...No me hagas sentir tan estúpida, no me humilles de esta forma, por favor. ¡Háblame! ¡REACCIONA!...Por lo menos mírame.

Sabía que su fingida indiferencia era su única defensa, que en el fondo se sentía culpable él también y le estaba haciendo daño a ella porque con quien estaba cabreado era consigo mismo. Sabía también que en cuanto la mirara quedaría sin protección, desvalido, y no tendría más remedio que abrazarla.

Pero no quería llorar esta vez...esta vez no...no, por favor, no...¡MIERDA!

Y ya no vio nada más. Solamente sintió sus brazos alrededor de ella, y la lana de su jersey empapado, que picaba; y el sabor salado de sus lágrimas. No quería moverse, le daba vergüenza mirarle; estaría horrorosa, tendría los ojos rojos y se le habría corrido el maquillaje.

Entonces sintió que él se apartaba, que la lana dejaba de picar y que una lágrima le rodaba por la barbilla, pero no quiso abrir los ojos. Simplemente sintió sus labios, su lengua, y no quiso pensar en nada... sólo se dejó llevar.