La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

martes, 31 de diciembre de 2013

A INVENTAR 2014


La vida se nos da vacía . Tenemos que inventar la parte feliz

- Richard Ford. Canadá-


Hay años que marcan la vida. Años que se recuerdan siempre. Años sellados por el amor o por los cambios, por acontecimientos que suponen finales o comienzos. Y otros que pasan sin pena ni gloria porque no hay mucho que reseñar de ellos, apenas algo que recordar - tal vez un viaje o un encuentro  - y permanecen en el calendario de nuestra memoria como una nebulosa de días intercambiables, de rutinas, de tedio.

2013 ha sido uno de esos años un poco bobos, insulsos, perfectamente olvidables. Algo de ruido exterior pero poco cambio interior. Más trabajo (y peor), más cansancio, más desgana. Vergüenza del oficio, incomodidad, desmotivación laboral. Sólo 16  post (con este 17). Una novela que no avanza, o avanza tan lento que cada vez cuesta más dar el siguiente paso.

Sin motivos para el recuerdo pero tampoco para la queja. Buena salud mía y de los míos, dos bodas (y ningún funeral), un nacimiento, dos viajes felices y perfectos, un par de fines de semana en la sierra en esa casa soñada en vías de extinción, algunos encuentros, las amistades de siempre y las nuevas, la terraza (con su rosal, su cosecha de pimientitos, su hierbabuena y su albahaca), la piscina, el verano tranquilo (y corto, siempre demasiado corto), la feria del libro y sus fiestas y sus posados en fotocall, las presentaciones de libros, los aperitivos de domingo que acaban a las diez de la noche, esos otros domingos de paseo por el Retiro y películas petardas de Antena 3.

Ha sido el año de Twitter, también. Un descubrimiento tardío del que renegué durante tiempo porque no le pillaba el punto y gracias al cual he recuperado algo de mi pulso periodístico, en permanente peligro de adocenamiento, y he encontrado gente inteligente, con la que me río, de la que aprendo, que mantiene mi mente estimulada en un mundo en el que cada vez encuentro menos cosas que me saquen de la rutina y el aburrimiento.

Me indigné y me entristecí en enero por las nuevas condiciones laborales; nevó en febrero; en marzo viajé a Oviedo por la mejor de las razones y me dí el capricho de una tarde sin salir de la habitación del Reconquista, la lluvia fuera y el calor dentro; en abril descubrí a Rodríguez e imaginé amores platónicos por encima de mis posibilidades; en mayo floreció el rosal; en junio se casó uno de los pocos amigos antiguos que conservo y el destino jugó al despiste: lo que pudo haber sido no fue; en julio mi Lisboa querida, (a la que aún le debo algún otro capítulo de memorias), quizá lo más memorable de este 2013; en agosto mi refugio de mar y descanso, y una playa desierta después de una tormenta de fin de verano; en septiembre varias fiestas veraniegas retrasadas y la lluvia inoportuna; en octubre el otoño con la tristeza de todos los otoños; en noviembre un fin de semana pleno de amigos y campo, una botella de tequila a medias para celebrar un cumpleaños fuera de fecha y una chispa de emoción que se extinguió como el sueño de Cenicienta al llegar las doce; en diciembre el frío, la puta realidad destrozando las ilusiones que nos atrevemos a imaginar y de nuevo los amigos que elegimos de familia como el mejor lugar donde ser feliz.

Pero de alguna manera hay que llenar el vacío de la vida. Y en 2014 habrá que seguir inventando motivos para la felicidad o la ilusión. Que en abril cumplo 40 y aunque conozco la trampa que encierra todo deseo, a este año le pido, con todo el descaro, señales que no despisten, ilusiones que no se malogren antes de estallar, empujoncitos de alegría que hagan memorable el año. Que alguna mentira inventada se vuelva verdad.



FELIZ    2014




martes, 19 de noviembre de 2013

MEMORIAS DE LISBOA (II)




Latitude 38º 47  Norte
Longitude 9º 30 Oeste
Altitude 140 m acima do nivel medio das aguas
Aqui... onde a terra se acaba e o mar começa 
(Luis de Camoens)


 








Cabo da Roca es todo viento, luz, paisaje y aura. Un faro dando la espalda a la tierra, alumbrando hacia el oeste. Una cruz que mira al horizonte, que bendice llegadas y despedidas, en el lugar donde se acaba Europa, donde ya no hay más costa, sólo océano y roca, piedras y flores. 










Intensidad de azules. Donde mires, azul. Ojos, camiseta, cielo, mar. El viento, las fotos, los inevitables turistas. Los turistas siempre son los otros, nunca uno mismo. Uno tiende a sentirse viajero, a pensar que su mirada es distinta, que su foto será única.




Azul y luz. Toda la claridad del mediodía de verano anegando la retina. Azul verde mar, azul azul cielo. Ninguna sombra en este último rincón del mundo. Mar abierto, acantilado abierto, brazos abiertos, en cruz. La luz a bocanadas, todo el paisaje bien dentro, atragantado de infinito y belleza. Fotos y más fotos, que nunca captarán toda esta intensidad

.



Después la búsqueda de una playa imposible. El intento y el posterior abandono. El calor, la sed, el tiempo esfumado. Las dos de la tarde, en el fin del mundo. Ganas de mar y arena, de estampa de verano, de ola atlántica y cuerpo al sol. Praia Grande y su piscina asombrosa asomándose al océano. Promesa y anhelo de alojarme algún día en ese hotel y empaparme en esa piscina gigante y azul que mira al mar. Hasta Vila-Matas habla de ella, como escenario fantasmagórico de una película de Wim Wenders rodada un desolado invierno. Pero ahora es verano, y estamos en la playa, por fin. El mordisco del agua helada resulta bendición tras la última media hora de coche. Y es julio pero aquí parece septiembre. Empieza a nublarse y la ausencia de sol en mi piel me arranca del letargo en el que he caído durante un tiempo que no soy capaz de calcular. ¿Cinco minutos?¿Diez? ¿Quince?¿Media hora? Son cerca de las cinco y no hemos comido. Ni unas patatas, ni una coca cola, nada. Las nubes no se van y ya no apetece el baño. Es hora de irse y sin embargo alargaría la tarde sin moverme. Clavada en ese trocito de arena, pegada a la toalla, durmiendo o mirando al mar, a los niños que juegan, a los portugueses guapos.




Idea de comer en Azenhas do Mar, donde cantaba Quique González, esperando algo de belleza. Vi rocas en vez de piedras y ninguna flor, ni banderas, ni sol. Las nubes atenazando cuatro casas en un acantilado, un paraje fantasma donde no se vislumbraba ningún sitio abierto. Un lánguido y último esfuerzo de parar en el mirador para hacer fotos, con el entusiasmo esfumándose a medida que arreciaban el hambre y el frío. Diecinueve grados son pocos para ir en camiseta, short y chanclas. Otra media hora para llegar a Sintra, yo malhumorada y desganada, toda destemplanza de cuerpo y ánimo. Un sandwich de queso, un bollo y un café servido por un camarero amable en una pastelería minúscula y con encanto, pintada de colores, muy malasañera, en Sintra. Ni ganas de parar en alguna tienda a comprar una sudadera. Sólo llegar a casa, ducha, entrar en calor.



A medida que volvíamos a Lisboa las nubes se fueron despejando y quedó el atardecer por delante, y luego la noche. Las espectaculares vistas desde la terraza del Park, el cielo lienzo de añiles, fuegos y púrpuras, la tarde cayendo entre brindis de mojito. Luego el callejeo en busca de un sitio para cenar. Deliberaciones, dudas, ya las diez. Vuelta al primer sitio que habíamos visto, un restaurancito de comida casera, con público portugués, pocos guiris, en una de las calles donde el Barrio Alto empieza a confundirse con el Chiado. No había sitio en la minúscula terraza, ocupada por una familia entera que llevaba dos horas con las copas de después de cenar, así que  cenamos dentro. Amêijoas a Bulhão Pato, no queda bacalhau com natas y pedimos de otro tipo, yo pido lenguado, o tal vez fue dorada, no me acuerdo, pero sé que estaba rico, vinho verde, postre de chocolate, café. No recuerdo haber tomado un café malo en Lisboa.




La agradable cena nos devuelve el buen humor, ya casi ni hace frío. Paseo por el Chiado. "Siempre queda hueco para un helado", así que helado gigante y una apuesta de la que tengo noción pero de la que ya no me acuerdo, ni quién la propuso ni quién la ganó. En una esquina de rua Garret descubro la librería Bertrand, la más antigua del mundo. Paseo hasta Plaza Rossio, vuelta en taxi. Menos de cinco euros. Agotados y felices, día completo. Al siguiente toca Lisboa. Ganas de empaparse de ciudad. 



domingo, 17 de noviembre de 2013

CATORCE



Y van catorce años sin Enrique Urquijo. Y este año casi se me olvida. Hace tiempo que no lloro escuchándole, que sus canciones ya no duelen como antes.

El año pasado escribí esto, y me resulta extraño, porque ahora mismo no tengo ganas de acordarme de A. y de J., pese a que a veces vuelvan, en sueños, en canciones o en malas tardes de frío y nostalgia.


Pero Enrique Urquijo no tiene la culpa de eso. Los recuerdos son tan estúpidos como el más estúpido de los perros, y también echo de menos a Ray porque ya casi nunca escribe y porque sus novelas ya no son como las de antes. Las emociones no se eligen y los recuerdos que van y vienen tampoco.


Y no es que me esté quitando de los losers, como me recomienda mi amigo Juan, pero empiezo a sentir las canciones de Enrique y de Los Secretos como algo muy del pasado. Parafraseando a Pablo Ager, no sé si esto es madurar o simplemente hacerme vieja. Pero en este momento miro más al futuro, con la esperanza de que aún me sorprenda, que al pasado, que ya me lo sé. 


miércoles, 9 de octubre de 2013

MEMORIAS DE LISBOA (I)


   Cambiando la liturgia de aeropuerto por una banda sonora de carretera, on the road again, por segunda vez en este 2013, llegamos a Elvas de atardecer y buscando el hotel nos casi perdimos para encontrar una puesta de sol tumbándose indolente sobre los campos, posando con descaro para el objetivo de nuestras cámaras. Nunca deja de sorprenderme la luz del ocaso de los veranos, con esos reflejos a veces inverosímiles que lo iluminan todo de irrealidad y promesa, anticipando noches que invitan a ser vividas con una intensidad que sólo parece posible en estos meses, en la calidez de una intemperie tibia que azuza el deseo. No fue tibia la noche portuguesa, pero sí cálido el trato del dueño de la Tasquinha Alentejana, que nos preparó una mesa en un santiamén y nos sirvió con amabilidad y simpatía.





 Pese al frío, hubo algo de mágico en aquella cena, un aura de protagonistas de una peli europea de Woody Allen, de personajes en medio de ningún sitio con la única obligación de disfrutar de lo que se les ofrece. No es Elvas, con sus cuestas empedradas, un sitio agradable para el paseo, especialmente si una va en sandalias de verano. Pero hubo paseo y una sensación de haberse transportado en el tiempo décadas atrás. Quizá era así España, los pueblos españoles de los que nos hablaban nuestros padres y abuelos, quizá lo sigan siendo así ahora - no lo sé, siempre he vivido en el centro de la capital - con sus ancianas en las puertas y sus gatos callejeros, con sus familias gitanas deambulando por sus estrechas callejuelas.

Al día siguiente, amanecer con vistas al acueducto, desayuno de hotel, carretera, Estremoz desierto en domingo, sol de mediodía y todo cerrado - así era España antes, vuelvo a pensar - menos la tienda para turistas donde, disciplinados y alegres, compramos botellas de vino portugués y helado. Más carretera y parada a comer en Setúbal, confiados. Vueltas para encontrar un sitio, el desconocimiento de los lugares de los que no se tiene referencia. Arroz con marisco, decía la carta, aunque era más bien arroz con cilantro, pero cuando uno tiene la disposición de disfrutar disfruta con cualquier cosa. Más helado bajo la sombra de un árbol, sobre un césped verde y fresco con vistas a la playa, la brisa agitando las banderas, Troia a lo lejos, apuntándose en el mapa de algún viaje futuro. Viviendo el momento, confiados con la hora. Intercambio de mensajes con la dueña de la casa, para avisar de nuestra llegada, sobre las 6. Parecía un cálculo realista salir con más de una hora de antelación para recorrer 47 kilómetros por autovía. Pero no. Las tardes de domingo de finales de julio son hora punta de regreso de las playas de Caparica, al sur de Lisboa. Como Madrid no tiene playa ni únicamente dos puentes para acceder a ella por carretera desde el sur, no caímos en ese detalle lisboeta. Y lo que iba a ser media hora de carretera para por fin llegar a nuestro destino, al final fueron casi dos horas prácticamente a coche parado. Nuestra anfitriona, Tessa, recibió con paciencia y el mejor de los ánimos mis mensajes desesperados, en pleno atasco.


La tardanza en llegar al puente 25 de abril no restó emoción a tan impresionante entrada a la ciudad, tendida sobre el Tajo, esperando a los visitantes hermosa y relajada, dejándose admirar, proyectándose en el río haciéndose mar, jugando a diluirse desde la seguridad y la firmeza de sus siete colinas, de su castillo, de sus tejados. Y enfrente el Cristo Rei un poco desafiante, vigilando la ciudad desde la otra orilla, protegiéndola con sus brazos abiertos.



Y todavía nervios a la llegada a la casa, aunque no hubiera motivos, porque Tessa lo hizo todo fácil. Desde el primer momento la casa se hizo hogar, con su balconcillo con vistas de tejados, azulejos y Tajo, con su patio trasero de árboles y flores, con sus habitaciones encantadoras y amplias, su luz, sus libros, su cocina ideal, su bienvenida de vino blanco en la nevera y bandeja dispuesta para el desayuno.



Pese al cansancio, tiempo para deshacer maletas, una ducha rápida y un primer paseo por Sao Bento, suficiente para saber de las cuestas lisboetas, del relente de sus noches, de sus encantadores restaurantes clandestinos. 




miércoles, 25 de septiembre de 2013

MIENTRAS QUEDE VERANO


Dicen que ya es otoño, pero el verano quiere quedarse y aún hay piscinas abiertas. A 23 de septiembre apuro sol y largos, deseando que nunca llegue el invierno, soñando viajes guardados en la memoria o rememorando viajes soñados. La realidad se hace más líquida con cada brazada y parece posible eternizar ese paréntesis que siempre es el verano. Queda lejos junio y queda lejos Lisboa, toda esa luz, tan limpia y tan inabarcable.

Pasa con algunos viajes como con ciertos amores: uno los ha imaginado tantas veces, lleva tanto tiempo inventándolos y esperándolos que, cuando llegan, aparece el temor de ver defraudadas las expectativas.

Lisboa era un destino anhelado, un viaje preparado con antelación y con mimo, a golpe de intuición, literatura y recortes de periódico, de artículos recopilados desde tiempo atrás, amarillo ya el papel. A Lisboa llevé libros que no leí, papeles desperdigados estorbando todo el rato y perdiéndose justo cuando se necesitaban - ese ritual de los viajes, esa costumbre algo viejuna que es para mí tradición indispensable -, la mejor de las compañías y muchas, muchas ganas. Y ella me devolvió suerte, luz y magia; Venecia y Praga mejoradas. Porque el último viaje siempre nos parece el mejor, y más vale que así sea.


Queda ya también lejos agosto con su domingo de barbacoa y piscina con amigos en chalet de la sierra (toda la melancolía del mundo en ese concepto, todos los veranos de mi infancia y adolescencia se resumen en piscina y sierra). Y hasta se hace lejano el tiempo en Denia, convertidas ya las semanas que paso allí en paz y descanso, playa y lectura y nadar y permiso para no crearse obligaciones, un retiro voluntario donde aflora el yo en estado puro, un dejarse ser en el no hacer nada. Ni escribir este año. Tal vez esa sea mi auténtica naturaleza: la más pura pereza, la más absoluta vagancia. Las doce horas durmiendo, las tres horas de piscina y sol, la comida lenta y el café largo y fuerte que dura hasta muy tarde, el paseo por la playa desde el atardecer hasta que cae la noche, la lectura de periódicos y suplementos y artículos atrasados, guardados durante todo el año para ser devorados con ansia en tres semanas. Pensé mucho. En la novela, en cosas sobre las que me gustaría escribir, en posibles posts. Guardé recortes, subrayé libros, tomé notas. Pero no escribí. Ni, salvo las últimas páginas de Perdida (Gillian Flinn, Mondadori), que ha sido mi descubrimiento del verano, leí mucho tampoco. Empecé varios libros, repasé otros (tomad nota de El váter de Onetti, de Xoan Tallón), paladeé lenta la poesía de Sonia Fides. Pero no encontré ninguno que me absorbiera o que me tuviera pegada leyendo durante horas.

La sombra del verano es alargada


Septiembre está siendo benigno e intenso. Piscinas que no cierran, fiestas de fin de verano, un verano que no quiere acabar, la tristeza de las tardes acortándose, los presagios del inevitable invierno, la conciencia de que la belleza de los atardeceres en la terraza se extinguirá pronto, la vuelta a la rutina de los domingos. Los propósitos de principio de curso quedarán tan incumplidos como las expectativas de todos los junios, pero, pese a saberlo, lancemos nuestros deseos al aire, mientras quede verano. 


Piscina y mar, ¿se le puede pedir más al verano?
Praia Grande (entre Cascais y Sintra, Lisboa)




lunes, 8 de julio de 2013

ANIVERSARIO


Un año ya en este espacio. He vuelto a acumular montañas de papeles que me da pereza ordenar, que cualquier día tiraré sin haber leído o que permanecerán ocupando sitio y rebozándose de polvo hasta la próxima mudanza. Sigo siendo desordenada y perezosa: la casa nueva no ha conseguido doblegar los viejos hábitos. Miro la mezcla de ropa de verano y de invierno esparcida por la cama, el sofá, las sillas, los armarios, los percheros y sé que nunca lograré el orden completo, hacerlo todo a su tiempo. Dejar la plancha en mitad del salón, estorbando incluso, no ha servido de mucho: ahí sigue, haciendo las funciones de mesa auxiliar, de armario provisional donde se amontona la colada reseca. 

Pero el verano impone su propio ritmo y aquí los veranos no parecen de ciudad. Podría pasarme todo el mes de la piscina a la terraza sin echar de menos pisar la calle. Es un estado semivacacional que lo impregna todo. Lo urgente y lo importante dejan de serlo y el tiempo pasa tan engañosamente despacio que los días se consumen engullidos por una laxitud incompatible con cualquier esfuerzo. Las prioridades cambian y preocupa menos tener un único vestido que ponerse, ante la tarea titánica y masoquista que se antoja siquiera encender la plancha, con treintaytantos grados abrasando el aire.



Un año, decía, y ningún acontecimiento extraordinario que añadir al balance, salvo más tiempo de trabajo y menos para lo demás. Lo cual tampoco está mal del todo. El sofá resultó ser cómodo y práctico y albergó siestas, pelis de sobremesa y hasta partidos de fútbol; la caldera y el horno tuvieron achaques; aunque la habitación es algo fría en invierno, la cama silenciosa y ancha se sigue llenando de luz por las mañanas; mi madre se preocupó de proveer de flores y hierbas la terraza, que sigue siendo un sitio espléndido al caer la tarde. Pude volver a hacer café en la mini cafetera italiana, descubrí las maravillas de la inducción, donde hasta un cocinero mañoso consiguió hacer una paella estupenda, y he cocinado para los amigos, en unas cuantas comidas de domingo de esas que se alargan hasta la hora de la cena. La primavera no fue propicia para celebrar mi cumpleaños en la terraza y la diáspora y la holganza veraniegas amenazan con dilatar esa fiesta anunciada hasta septiembre, pero sé que el sofá y la mesa aguardan invitados.




Un año. El verano que no llegaba se ha plantado en todo su esplendor y ya no parece haber otra preocupación que la de descontar los días para las ansiadas vacaciones. Este año no hay cajas pero hay ropa desperdigada por la casa, esperando orden. Y yo pospongo el momento de la plancha, ante otras urgencias: los amigos, el cine, unos cuantos largos en la piscina, un par de horas de sol, un café con un libro en la terraza al atardecer, escribir este post. 






viernes, 21 de junio de 2013

SUPERMÁN, LAS POLILLAS Y EL DESEO DE VOLAR



Hoy empieza el verano y resulta desconcertante porque hay demasiadas señales contradictorias. En la radio del coche suena Revólver, "los años me dicen que el verano no es buen aliado para la razón", mientras veo a Supermán en todas las marquesinas de las paradas de autobuses de Príncipe de Vergara y Menéndez Pelayo, lo que despierta en mí un vago deseo de querer volar. La sensación de verano va y viene con la temperatura cambiante de las últimas semanas y el tiempo mariposea en un flirteo juguetón que no acaba de asentarse. Un sí pero no constante, un casi que ronronea hasta hacerse zumbido insoportable, un regateo de tiqui-taca interminable sin remate que logre cambiar el resultado del marcador que arrastro desde hace ya demasiado.

Parece verano en la sonrisa que muestran las fotos, en los libros que acumulo sobre Lisboa, en las reservas que encierran la ilusión de las vacaciones, en el rumor que sube de la piscina azul, en el rosal incansable y las adelfas que han florecido en mi terraza, en el olor a albahaca y los primeros tomates de mis macetas. Pero persiste la incertidumbre en los armarios por ordenar, la prevención que contradice ciertas emociones, la evidencia de los silencios, la tozudez de los hechos. Las promesas que se lanzan y no se cumplen hacen más daño que las que nunca se hicieron.

Revolotean las polillas dándose golpes contra la luz dejándose llevar por esa insensata ley de la atracción que nos dirige hacia lo que menos nos conviene y yo no sé si seguirlas o ahuyentarlas. Su vuelo es a ratos baile amoroso y a ratos danza que presagia muerte. Hasta que se posan o se esconden o escapan por la ventana abierta. Yo las observo, tratando de llegar a alguna conclusión sobre su errático comportamiento, intentando descifrar todas esas señales que ni siquiera sé si lo son, abriendo y cerrando puertas al ritmo de alas ajenas, parpadeando muy rápido para que toda esa luz que me ciega en flashes entrecortados no me haga perder la razón. 

lunes, 3 de junio de 2013

JABOIS, FITZGERALD Y LA ESQUIZOFRENIA DE LA PRIMAVERA





En esta primavera ambigua que no acaba de encontrarse, tan pronto desvestida de verano como travestida de invierno, la tibieza que no trae el clima la pone la vida, que atraviesa los meses luminosos, abril, mayo, sin aportar luz ni emociones; apenas se atisba alguna promesa diferida que no basta para alimentar el ansia. Y a falta de otra intensidad una se sumerge en letras para despertar del letargo, para sentir el pellizco que hace saltar del asiento. Una vuelve a las obsesiones, o se inventa otras nuevas, en busca de un sucedáneo de vida que no acaba de suceder. Una vuelve, por ejemplo, a Scott y Zelda Fitzgerald, a ese embrujo de las historias literarias tan desastrosas en la vida como perfectas en el papel. A esa mezcla de realidad y literatura, a esa forma enfermiza de escribir relatos, novelas, cartas para exorcizar fantasmas. Todas las protagonistas de Scott son Zelda y Zelda necesita a Scott incluso para enamorarse de otro. Los grandes amores no siempre resultan como a uno le gustaría, son lo que son, y se necesitan para justificar los amores que vendrán después o para minimizar los anteriores. 

 Decía Jabois en la presentación de esa joya que es Manu - la crónica de la gestación, el embarazo y el nacimiento de su hijo, que en realidad habla de muchas otras cosas y que nadie debería perderse - que uno lee a los grandes, bebe de ellos, se arrima para ver si de tanto ir a la fuente a uno se le pega algo y esboza un cántaro, pero cuando se intenta escribir enseguida uno reconoce que no es Fitzgerald y que probablemente nunca llegue a garabatear ni siquiera algo que se le parezca. Fitzgerald es una trampa porque su prosa no es rimbombante y lo que cuenta tampoco es, en sí, impactante o extremo. Sus metáforas no suelen ser deslumbrantes y sus personajes a veces carecen de todo interés. Pero es empezar a leerle y uno se desliza por la historia como arrastrado por burbujas de champán, su escritura embriaga como esos vinos frescos y un poco dulces que uno bebe sin darse cuenta, hasta acabar borracho y feliz sin haberlo querido. Fitzgerald siempre cuenta la misma historia, habla del mismo tipo de gente y sin embargo, como el París de Vila Matas, no se acaba nunca, nunca agota ni aburre, aun en sus relatos menores o más descuidados. Es sabido que Hemingway envidiaba ese talento fácil de Francis Scott, que definió como un talento "tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa" (esto lo he copiado de este artículo, a ver si leyendo mucho a Jabois y a toda la maravillosa tropa que escribe en Jot Down se me pega algo). 

 Uno lee a Fitzgerald y le vienen las ganas. Ganas de cosas. De escribir, de enamorarse, de ser rico, de ser estudiante en Harvard, guionista de Hollywood o aspirante a actriz. De conocer los teatros de Broadway, de pasar temporadas en la costa azul, en islas del Mediterráneo o junto a los artistas de París. De vivir en hoteles, emborracharse con champán y enloquecer. De bailarlo todo, de encadenar fiestas de tres días. Incluso de cometer crímenes con ligereza, por descuido, o de suicidarse con elegancia. Las desgracias en las historias de Fitzgerald parecen ligeras porque se cuentan con levedad, sin ningún afán aleccionador o moralista. Se cuentan con tal encanto y alegría que uno desearía vivirlas, tal cual, porque hasta en los personajes más desgraciados hay algo que envidiamos o que anhelamos. Ya sea la riqueza, la pasión, el amor, la inocencia, la conquista, el éxito o el fracaso. Hay en la forma de escribir de F.S. una luminosidad que deslumbra y resplandece, una superficie de glamour y lentejuela que hipnotiza. Como Narciso, nos dejamos seducir por la belleza del reflejo. Sólo al hundirnos en ese espejo asoma, al romperse la imagen ideal en la que estamos atrapados, la oscuridad que acecha en lo profundo. 

Como dice un querido amigo mío, una cosa me llevó a la otra y no sé por qué he acabado hablando de Fitzgerald y Jabois cuando en realidad intentaba escribir sobre la esquizofrénica primavera de 2013. 

 En cualquier caso, estamos ya en Feria del Libro por Madrid. Así que aquí dejo estas recomendaciones:


MANU
Manuel Jabois
Pepitas de Cabalaza


PIZCAS DE PARAÍSO 
Recopilación de cuentos de Scott y Zelda Fitzgerald.
RBA Ediciones






 ALABAMA SONG
Gilles Leroy. Ganador Premio Goncourt 2007
Biografía-Ficción en la que Zelda cuenta su historia con Scott.
RBA Ediciones

RESÉRVAME EL VALS
Zelda Fitzgerald
Román y Bueno Editores

SUAVE ES LA NOCHE
F.S. Fitzgerald
Alfaguara


domingo, 5 de mayo de 2013

SIXTO RODRÍGUEZ O LA IMPORTANCIA DE LA MELODÍA


Hay momentos en la vida que traen consigo su propia música. Canciones que ponen letra a ciertas vivencias, a determinadas personas, y que quedan asociadas a ellas para siempre jamás. A veces el descubrimiento de un cantante, de un album, de una banda sonora marca una etapa de la biografía. En ocasiones son compañías pasajeras, cuya cercanía agotamos hasta la extenuación y de manera intensa durante un breve periodo, que quedan relegadas cuando otra melodía, menos gastada, nos invade con burbujeante novedad. Pero, ay, de vez en cuando se produce el milagro de la emoción que llega para quedarse, de los amores eternos que van calando poco a poco de manera irreversible, hasta pegarse al hueso, que hacemos sangre de nuestra sangre. Hay músicas que, una vez escuchadas, ya no se van de la cabeza, y pueden llegar a obsesionarnos. Entonces llega la fiebre, y el deseo de saber de ese artista, de indagar sobre su discografía, de saber quién es, qué ha hecho, qué hará. Buscamos todo sobre su música, sobre su vida, entrevistas, videoclips, actuaciones, conciertos. A través de la música nos interesa la persona. A veces, sólo llega la decepción más absoluta: el músico fascina pero no el que queda al bajarse del escenario, como consagró Enrique Urquijo en esa maravillosa historia que es Ojos de gata. Otras veces, persona y personaje, artista y el que queda al despojarse de la guitarra o el micrófono son uno, y nos sigue interesando el ser humano que hay detrás del nombre. Hay otras ocasiones en que uno descubre a la persona y después llega su música.


Me sonrojé por mi ignorancia hasta la fecha del documental Searching for Sugar Man, pese a haber ganado el Oscar, y corrí a la cartelera por si aún estaba a tiempo de verlo. Ventajas de vivir en Madrid, donde aún quedan cines como los Renoir, (crucemos los dedos para que sigan por mucho tiempo). Confieso que no soy una entusiasta de los documentales, pero fui a ver este con una ilusión que hace tiempo no siento al ir al cine (salvo excepciones, como la impaciencia por que se estrene Antes de la medianoche, la tercera parte de la historia de Jesse /Ethan Hawke y Céline/Julie Delpy que Richard Linklater nos regala cada diez años. Quien no haya visto Antes del amanecer y Antes del atardecer que corra, ya, en cuanto acabe de leer este artículo y de ver Searching for Sugar Man). Sesión de tarde de un domingo de abril con la primavera estallando en la ciudad en todo su esplendor. Nada de palomitas, que el cine hay que respetarlo. Ganas de conocer la historia de Rodríguez, de escuchar su música.

Desde la primera escena ya está uno dentro del 'mundo Rodríguez'. Un coche, una carretera de costa, un atardecer entre acantilados. Y las notas de Sugar Man. La música. La voz. La letra que a priori no entiendes pero que a medida que se desgrana en subtítulos reconoces ya como imprescindible.


La pasión, la fe, la búsqueda de dos tipos que en la otra punta del mundo, se interesan, se preguntan, se cuestionan, y se dejan arrastrar por la curiosidad, por un cierto sentido de la justicia, nacido de la admiración y de ese afán de todo seguidor por llegar a conocer al ídolo que ha conseguido conmoverle con su arte, que ha marcado la biografía y que se siente como algo propio. El peregrinaje tras la pista de Rodríguez, las ciudades que nombra en sus canciones, Londres, Ámsterdam, sin éxito. Todas esas leyendas urbanas sobre su desaparición, sus mil maneras de morir. El callejón sin salida, la tentación del abandono, la cruda realidad como profecía autocumplida (el primer album de Rodríguez se llama Cold Fact, el segundo Coming from reality). Y entonces un nombre en una de las letras, un clavo ardiendo del que tirar, un soplido a la flauta de la suerte. Y sonó. Met a girl from Dearborn, early six o´clock this morn. A cold fact. Dearborn, Wayne, Michigan. Detroit, cuna de la Motown, y del propio Rodríguez, criado en el sonido de sus calles, de sus fábricas, de sus pubs, de sus esquinas.


Y después la emoción de rescatar al ídolo. De saberle vivo, dedicado a sus cosas, a su familia, a la construcción, a vagabundear por los suburbios de Detroit durante más de veinte años, sin haber grabado un tercer disco porque sus otros dos nadie quiso comprarlos. De recibir una llamada suya, de escuchar su voz al otro lado de la línea. De contarle que es un mito en Sudáfrica. Que sus canciones son tan importantes para varias generaciones como las de Dylan o Simon y Garfunkel o los Beatles o los Rolling o Elvis Presley y que sus letras se convirtieron en himnos de libertad contra el apartheid. Que su música, a pesar de estar prohibida y censurada, despertó conciencias e inspiró a músicos blancos que se levantaron contra el régimen.

Rodríguez parece encarnar la máxima de Samuel Beckett ante el fracaso: "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor". Sus discos no se venden en Estados Unidos y es despedido de la discográfica dos semanas antes de Navidad, como él mismo había anticipado en una de sus canciones. Sus discos se venden por millones en Sudáfrica pero nadie tiene noticia de ello y por descontado él no recibe un dólar. Decide presentarse a concejal de Detroit y queda en el puesto 139 de 169. Y a pesar de los reveses en cada intento, Rodríguez no se siente un perdedor. No es un fracasado atormentado y llorica. Simplemente acepta la realidad. The cold facts. Volviendo otra vez a ella y levantándose. Coming UP from reality, podría decirse, haciendo un forzado juego de palabras. Como si, en el fondo, no esperara otra cosa. No le salen los proyectos y sigue a lo suyo sin frustrarse en exceso. Tampoco se tortura por el pasado, por esa vida no vivida y que tal vez, si la justicia poética fabricara realidades, hubiese sido la que le correspondía. "Tenía la sensación de haberlo logrado", dice Rodríguez, hablando de cómo se sintió tras grabar su primer disco. Y con eso le bastó durante toda su vida.


Lo de después, el encuentro con los que quisieron resucitarle, el viaje a Sudáfrica, los conciertos, fue como un bis al final de una actuación. Se toca sabiendo que ya todo ha terminado, que no habrá más canciones después. "Gracias por mantenerme vivo", dice, en ese concierto único y mágico en el que fue ídolo, artista, príncipe. Todo lo que ya era, pero esta vez con público, para el público, para su público.


Y si la historia que cuenta el documental es fascinante, también su elaboración es una historia. El director sueco Malik Bendjelloul, conoció la historia en 2006, por boca de uno de los protagonistas, Stephen Sugar Segerman. En seis meses completó un 80% de la película, que en principio iba a ser un documental de media hora para televisión, pero no encontró productor. Aunque curtido como director de documentales, este era su primer largo. Él mismo hizo la animación, la música y el montaje. Tardó otros tres años en completarla. Para entonces ya había encontrado unos productores que creyeron en el proyecto. Pero no sin dificultades: en tres minutos al teléfono, después de varias llamadas sin pasar de la recepcionista, tuvo que convencerles de que su historia era tan buena como para merecer un Oscar. 








jueves, 2 de mayo de 2013

EL SENTIDO DE LAS COSAS



Hoy he visto deslizarse nubes
como fotogramas
borregos resbalando en una pantalla azul.
Entonces un avión irrumpe en escena
una flecha acerada atravesando cielos a la contra
en dirección opuesta
al sentido de las cosas.

A veces hay señales en la mañana
que uno no sabe cómo interpretar
que cambian el rumbo del día
que indican
que nada está quieto.

Un avión ensartando nubes.
Sólo eso.
O un signo
que trastoca el mundo.

Hay días en los que algo se mueve
o está a punto
de producirse un cataclismo.


martes, 23 de abril de 2013




“Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor sea muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

(Holden Caulfield)

-  El guardián entre el centeno. J. D. Salinger -   








¡FELICES LECTURAS!

lunes, 15 de abril de 2013

39

"El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y las contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear." 

 DAVID TRUEBA. Saber perder.




Ha estallado la primavera, por fin, un poco de improviso, y no nos acabamos de fiar de este sol limpio, de estos 25 grados que despiertan recelos porque no estamos seguros de que vayan a durar, ni cuánto, en este tiempo de incertidumbres, inseguridades y pocas verdades sólidas a las que aferrarse. Hasta la meteorología falla, nos engaña y osa no ajustarse a nuestros deseos o necesidades. 

Ha estallado la primavera y me pilla de cumpleaños. Peligrosa combinación para alguien que tiende a alterarse con la primavera y vivir el cumpleaños con cierta intensidad. Septiembre, Nochevieja y 15 de abril son las tres fechas que marcan mi calendario anual. Momentos para hacer balance, para recordarme justo 365 días antes e imaginarme 365 días después, para soñar y desear. 

El cumpleaños es la celebración de que se ha sobrevivido, otra vez, a las estaciones, al amor o al desamor, a la felicidad o a la desdicha, al aburrimiento, al trabajo, a la familia, a los amigos, a los disgustos, a las alegrías, incluso al vacío y a la nada. Todo queda atrás, otra vez, y hemos de volver a arrastrar nuestra vida a lo alto de la montaña, como Sísifo su piedra, hasta que vuelva a caer y empiece otro nuevo ciclo. 


Desear es consustancial a la primavera y al cumpleaños. Por más años que cumplo ( y estoy a uno de cambiar de década, con todo el vértigo que traen las cifras que acaban en cero), siempre me parece que nunca voy a curarme de esta impaciencia tan infantil, de este afán de que me quieran, de esta necesidad de tarta en mi honor y exigencia de un deseo cumplido por cada vela soplada. 

Llego a mis 39 trastocada por esta primavera tardía y reventona, por esta luz de pronto después de tanta lluvia, por este calor repentino sin que nos haya dado tiempo a sacudirnos el frío. La piel pide aire y el alma emociones, como cada año por estas fechas, sin que, por más años que pasen, termine de aprender que el ansia nubla el entendimiento y arrebata la cordura. 

Es insensato desear euforia, cuando ya debería haber aprendido que la única felicidad duradera está en la calma. Pero la calma es para el invierno, para los espíritus acomodaticios y las mentes ancianas, seguramente más sabias que yo. Mi talante adolescente no se ha desprendido de las ensoñaciones románticas que le inocularon Peter Pan, los cantautores, la literatura y el cine. Se resiste a madurar y, como cada primavera, como cada cumpleaños, desea desear. 


Feliz primavera. Y cuidado con lo que deseáis, no sea que se cumpla.



jueves, 21 de marzo de 2013

A LOS HOMBRES FUTUROS (BERTOLD BRECHT)



Porque vivimos en tiempos sombríos.
Porque es necesaria la palabra, y la poesía.
Porque al final la primavera siempre llega 
y más vale que nos pille alerta.
Siempre estamos desarmados ante el futuro
y siempre habrá alguien que nos haga pasado. 


Madrid, 21 de marzo de 2013.
Día  Mundial de la Poesía.
Ayer entró la primavera. 

1

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos estos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida.
pero, creedme, es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara, estaría perdido.)
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia,
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.




Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia. Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
Se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

3

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
Cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.


BERTOLD BRECHT