La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

sábado, 31 de diciembre de 2011

Y 2011 fue una fiesta



Empezó 2011 con uñas rojas y voluntad de alegría. Enero se estrenó con la calma del mar enfrente, el arrullo de los amigos alrededor de las mesas compartidas y un paisaje de sol a través de la ventanilla del tren. El frío del invierno lo sacudimos con roscón y brindando con Cynar, bajo el efecto embriagador de un espejismo que burbujeaba con el brillo de las novedades chispeantes. Acabó el primer mes del año con un sueño a punto de cumplirse, la noticia tan esperada llegó y todo fue nervio, impaciencia, ilusión y euforia. Un secreto a voces que no quise proclamar hasta no saberlo seguro. Febrero empezó con dos contratos firmados, dos de los más importantes que he firmado hasta ahora: el de mi plaza de personal laboral fijo y el del contrato de publicación de "Los patos de Central Park". Mi primera novela. Ya. De verdad. Por fin. Un estado de emoción y plenitud solo comparable a la fiebre del enamoramiento. Marzo y abril volcada totalmente en esos patos, cual madre clueca: correcciones, primeras pruebas de portada, primera prueba de imprenta. La gestación material de mi primogénito literario, con mails que día a día lo hacían un poco más real. Y como siempre los amigos para compartirlo, el apoyo incondicional, la alegría sincera de los que se alegraron por mí y conmigo. La paciencia de todos ellos y la de mis padres, cuando la novela se convirtió en casi monotema para mí. La generosidad en forma de camisetas, entrevistas, fotos. Estalló la primavera y yo caminaba un palmo por encima del suelo, feliz. Feliz en mi cumpleaños con los patos recién nacidos, tan bellos, y rodeada de tanta gente a la que tanto quiero. Feliz en la presentación en la que petamos FNAC y en la que me reencontré con personas a las que había perdido la pista como si no hubiese pasado el tiempo. Indudablemente, este alumbramiento ha marcado el año 2011 para mí. Ha sido la gran novedad, con todo lo demás en paz y en calma.




Hubo viajes, también. Budapest fue una sorpresa en una esquina de la primavera. Un paréntesis de puentes sobre el Danubio, baños nocturnos en aguas templadas, piel suave como la de un bebé y largos en piscinas solitarias, laberintos con olor a vino y bromas inteligentes, un mapa para no perderse, la lluvia de un día frío y nublado que acabó en sol y baño. La contradicción mágica de disfrutar de piscinas al aire libre de agua caliente con diez grados de temperatura y no sentir frío. Jugar como una niña en los remolinos y las corrientes locas. Nadar y dejarse llevar, dócilmente, por las aguas de extraño olor a azufre.

Hubo un verano salpicado de idas y venidas a Denia, que empieza a ser algo parecido a un hogar. Un lugar al que ir y del que regresar a lo largo del año, que no se anhela hasta que se vuelve a él y que se echa de menos nada más abandonarlo.

Hubo un viaje soñado para despedir septiembre. Florencia me gustó sin encandilarme, me pilló con el cuerpo escaso de fuerzas y un resfriado atenazando mi garganta, mi voz, mi nariz y mi cabeza. La suerte fue caprichosa en esa ciudad. Nos recibió con una noche de verano mágica, césped en el que tumbarse y música de fondo de un cantautor callejero. Un momento perfecto. Nos bendijo con una entrada gratuita a la Galeria de los Ufizzi sin esperar colas y un arco iris desde su terraza. Pero fue esquiva cuando nos arriesgamos en la Academia y al final no vimos el Miguel Ángel. Recuerdo una tarde espesa de fiebre y desesperación, sin apetito ni apetencia, sin sentido del olfato ni del gusto. Nunca olvidaré esos tallarines con salsa de trufa que no pude saborear en la terraza del Tzá Tzá. Volveré a Florencia para vengarme de esa emboscada del destino y para volver a probar el helado de chocolate de la cioccolateria Vestri. Me gustó Siena engalanada con los estandartes de cada barrio y el cambio de luz en la fachada del Duomo. 


Y después, todo fue Venecia.



















Me encandiló la ciudad con sus reflejos de agua y oro, a pesar de mi debilidad física. Me perdí en sus callejuelas donde todo fue sorpresa y descubrimiento. Disfruté de cenas a la luz de las velas junto a un canal escondido. Dormí en un palacete del siglo XIV,me fascinó San Michele, quise comprar Murano y me empapé de los atardeceres más bellos que nunca he contemplado. Juré volver, en todas las épocas del año.





2011 tuvo más cosas. Tuvo las fiestas en La Independiente, los saraos literarios de la Feria del Libro, el fervor del 15-M, la pesadilla de la JMJ, barbacoas de verano en la sierra, cumpleaños y comidas y taller y tertulias y cenas. Y libros y música y series. Todo eso que hace que los días sean distintos y las noches esperanzadoras.

En 2011 crucé libros, palabras y dedicatorias con Siri Hustvedt, Marcos Giralt, Ray Loriga, Care Santos.

Conocí gente, me reencontré con viejos amigos, perdí amigos que me hubiese gustado conservar.


En fin, bastante más de lo que jamás soñaríais en mil vidas.

2011 ha sido un buen año. Una fiesta, con motivos para celebrar.

Que no decaiga.

 Feliz 2012


miércoles, 30 de noviembre de 2011

INVIERNO




INVIERNO


No hay furia en los atardeceres de invierno
luz que se apaga obediente
temprana y gélida
silenciosamente veloz
terrible como las enfermedades que matan sin doler.


La frialdad hace inhóspita la noche
y un hogar puede ser refugio o cárcel,
o ambas cosas
no se escapa fácilmente de los espejismos.

El calor se vuelve salvación o condena
no se distingue cuando la necesidad nos hace ciegos
todos los abrazos tienen un precio
y hay bocas que muerden en cada beso.
Es dulce la miel que ofrecen los traidores.

El infierno fabrica decorados perfectos
como el amor
o los veranos
de los que no se regresa impunemente.

No se descubre uno perdido en un laberinto
hasta que busca la salida
pero quién quiere huir del paraíso.

Diciembre deslumbra
con sus luces de colores.
Es más confortable una jaula
que la feroz intemperie.

El invierno no es el tiempo de los atardeceres lentos:
más vale que la oscuridad
nos coja protegidos.



jueves, 17 de noviembre de 2011

Adiós tristeza




Como cada 17 de noviembre vuelve el recuerdo de Enrique Urquijo, si es que alguna vez se ha ido. El chico triste de las canciones tristes. En Enrique la derrota es tristeza, sin la chulería orgullosa de Quique González, sin el toque autoparódico de Nacho Vegas, sin la melancolía poética de Antonio Vega. Es tristeza, sin más. Hasta su canción más alegre habla de la tristeza. Y es una despedida.


Hace un tiempo que me estoy quitando de la tristeza: de las canciones tristes, de las personas tristes. También del pasado y de la nostalgia. No me obsesiona el futuro y trato de llevarme bien con el presente. He sustituido la búsqueda por los encuentros, la insatisfacción por la aceptación, la lucha agotadora por una cierta paz. He dejado de estar en guerra con mis recuerdos y los olvidos ya no duelen.

Pero hoy es 17 de noviembre.

Doce noviembres después, no hay motivos para la tristeza, pero sí para el homenaje. Y para sus canciones.




lunes, 31 de octubre de 2011

Madrid, octubre (II)


Madrid, 30 de octubre de 2011



El Retiro bajo el último sol de octubre. La Belleza. Paseo lento, los árboles. Rincones. Me abstraigo del mundo, de la gente. Sólo me dejo distraer por el paisaje.


Pasear Madrid con ojos de turista. La ciudad, tan amada. La luz de mediodía. Qué lejos aquel octubre de 2009. Qué distinto todo. Qué distinta yo.




Deshago viejas rutinas. Estreno costumbres antiguas. No echo nada de menos. Qué sensación tan rara, la paz. Llevo la paz conmigo.




Dice mi madre que salgo contenta en las fotos. Puede que tenga que darle la razón. La felicidad, qué cosa más extraña.

La felicidad no es real, sólo existe la paz.





lunes, 10 de octubre de 2011

Madrid, octubre

Se alarga el verano en este octubre que es luz y promesa. No se vislumbra el otoño y la irrealidad se multiplica. Los 27 grados de la calle son una anacronía perturbadora. Las mujeres visten botas con tirantes; tienen ganas de invierno pero siguen luciendo hombros bronceados, aún no teñidos de la palidez que pintan los interiores a partir de noviembre. Los hombres sudan bajo las chaquetas, el implacable uniforme de oficina no entiende de estaciones. Las colegialas adolescentes destapan con descaro sus piernas bajo minifaldas grises o cuadriculadas que las vuelven más deseables que cuando se disfrazan con ropa de calle.

El sol calienta aún. No hay anticipo de lluvia, ni se la espera. Por las noches basta una colcha o un cuerpo al lado para sentirse a gusto, las manos se mantienen tibias lejos del mordisco del frío que habrá de llegar. Pero no ahora. No todavía.


El otoño es la estación que mejor le sienta a esta ciudad, que en los días más luminosos se vuelve dorada y para a contemplarse bajo un sol que acompaña y acaricia. La lluvia es clemente en octubre y noviembre, se acoge con gusto tras los rigores del verano y permite estrenar calzado y abrigo, desempolvar paraguas y sombreros. Madrid se convierte en pasarela elegante de mujeres que se gustan con sus ropas nuevas. Y a los hombres les sienta mejor la ropa de invierno, o de entretiempo, que la dejadez a la que obligan los rigores del verano. Con camisas, jerseys, cazadoras y zapatos o botas lucen más viriles.


Las tardes invitan a poblar los cafés o las casas ajenas, en busca de calor y compañía tras las idas y venidas del verano que mantienen más alejados o distantes a los amigos y las rutinas.

En octubre todo vuelve a su cauce, lejano el descontrol estival, el ajetreo y el desorden. Octubre es tiempo de calma, de los últimos paseos vespertinos antes de que caiga el sol con su implacable belleza. Los atardeceres progresivamente tempranos son tan hermosos que duelen; reflejan la nostalgia de lo que no fuimos y arrastran la melancolía de lo que ya nunca seremos, aunque siempre queda un destello de futuro en forma de esperanza. El cielo de la tarde estalla en rosas y púrpuras que no se parecen a los anaranjados del verano ni a los añiles del invierno y que invitan a soñar durante los últimos minutos del día, en un instante forzosamente feliz.

Los amaneceres son limpios y brillantes. El sol nace con ímpetu y el día se impone con valentía a la noche, cada vez más larga y oscura. El sol se eleva rabiosamente naranja y amarillo, en los días más claros. Si los amaneceres son por lo general hermosos, los del octubre madrileño los superan a todos.

No hay luz comparable a la de Madrid en octubre.

Incluso en este octubre tan raro, que aún parece septiembre, en este verano impropio que arrastra muertes prematuras y ya empieza a pesar en el cuerpo y en el ánimo.

Desde mi ventana



jueves, 15 de septiembre de 2011

Espíritu de viaje


No hay viaje menor, cada desplazamiento tiene su importancia. Toda ida exige un regreso y esa distancia, en ocasiones, es una aventura. También puede ser infierno, tragedia o abismo. Ulises regresó a un lugar que ya no le pertenecía. Su destino fue volver al punto de partida y el tiempo hizo el resto. El reto no fue sobrevivir al camino, sino al hogar que ya no le esperaba, que le recibió como a un extraño.


“El viaje sólo ignora una palabra, 'pasado', y sólo respeta una, 'destino'”, leo en Sombrero y Mississippi (Ray Loriga. El Aleph, 2010). Me he quedado enganchada a algunas frases de este libro extraño e incomprensible, tedioso y arduo por momentos, ingenioso e instructivo en otros.

Ningún viaje carece de un sentido, como ningún pensamiento es gratuito, aunque a veces no comprendamos su origen o su significado. Ninguna palabra puede ser retirada, una vez dicha. Permanece, aunque se opte por obviarse. No puede alegarse ignorancia de lo que se ha escuchado, aunque a veces uno elija el olvido, o éste se imponga por instinto o como escudo protector.

“Todo viaje responde a un plan, a la imaginación de un destino y a cierto conocimiento sobre las condiciones de la nave y la tiranía de los elementos”. (Sombrero y Mississippi)

Todo viaje es sabiduría. Suma experiencias y, en las ocasiones más afortunadas, recuerdos.

Todo viaje es una oportunidad de aprendizaje y conocimiento; de uno mismo, consigo mismo, y/o de los otros, de los más cercanos y de los desconocidos. O de los extranjeros, de su aspecto, sus costumbres, y, si el tiempo y las circunstancias lo permiten, de su carácter.

Todo viaje implica estar vivo y conviene también estar bien despierto. Para aprovecharlo todo, para que nada se escape.

Todo viaje revela nuestra personalidad. En cada viaje, por breve que sea, vamos escribiendo nuestra historia. Cada viaje implica toma de decisiones, improvisaciones, una determinada manera de hacer frente a los contratiempos.

Todo viaje conlleva su propia literatura. Un equipaje físico y uno espiritual. Ningún aspecto de la vida, cuando se nos revela, debe ser despreciado.

Los viajes que no se hacen también cuentan: en ellos nos definimos. Porque lo que deja de hacerse forma parte de nuestros recuerdos tanto como las vivencias rememoradas.

No, no hay viaje menor.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Morir en Venecia (Fin de agosto en Madrid)

Ray Loriga narra algo sobre morir y soñar en Venecia y yo sólo pienso en huir.

Nada más regresar en ferragosto brotó la alergia en mi piel coloreada de mar. Días de tristeza y cansancio, en una ciudad amarilla y tóxica. Ahogo y claustrofobia a cuarenta grados, un aire irrespirable y sin posibilidad de gritar más fuerte. Mi alegría secuestrada por el entusiasmo ajeno, por la algarabía y el cántico, y mi espíritu imposibilitado para la empatía ni la comprensión. Mi cuerpo atrapado en mi propia casa y yo sin fuerzas ni ganas, queriéndome encontrar muy lejos, en otra parte, en cualquier lugar menos aquí y ahora, agotada, agostada. Mi energía arrebatada por el fervor de una muchedumbre extranjera invadiendo espacios que siento míos. Visiones alucinadas y apocalípticas a través de las pantallas. Una ciudad desconocida y asediada, una juventud que me hizo sentir vieja y extraña, desposeída de los lugares que tanto amo, que tanto vivo. Miedo de las calles cuando dejan de ser refugio y hogar y se vuelven infierno. Miedo de la gente, de las masas que gritan, de unos y otros. Miedo de la policía que vuelve al garrote vil para impartir injusticia y de los que insultan, de los que se arrodillan para rezar el rosario en medio de una plaza y de los que dicen “Os vamos a quemar como en el 36”.

Una parte de mí se quedó a medio camino, en tierra de nadie, en estos últimos días de agosto tan raros. Una espera entre el verano y la nada, con el calor pesado e insoportable de los días sin rojo en el calendario, cuando las vacaciones llevan el nombre de otro mes.

Una parte de mí sólo piensa en escapar. En perderme en Florencia y morir de belleza en Venecia. En no regresar. En enterrar los restos de antiguas vidas, incluso esta de ahora, en una isla y pasear el cortejo fúnebre en góndola por los canales, mientras un completo desconocido observa atento desde un puente y empieza a escribir una historia en su cabeza.



Estatua del ángel caído en el Parque del Retiro


lunes, 1 de agosto de 2011

Levedades de un domingo de verano

“La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas,
por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos”
-Don DeLillo-


Levantarse cuando el cuerpo lo pide, sin despertador ni alarma arrebatando el sueño de golpe, no antes de las doce. Ir caminando a comprar los periódicos dominicales y croissants recién hechos. Zumo de naranja recién exprimido y desayuno lento en la terraza, con una ligera brisa y un cielo tan azul que parece artificial sobre las adelfas de colores del jardín. Delicioso cuento de Ray Loriga para alegrar la mañana, leve y dulce, ligero y entrañable, para despedir el mes de julio. Se está tan bien que dudo entre ir a la playa o quedarme leyendo y terminar Cazadores de luz, la novela de Nicolás Casariego. La he devorado en una semana y quiero saber qué pasa con Malick y Stork. Esta novela me ha producido una sensación parecida a Tokio ya no nos quiere, que también leí aquí en un verano nada parecido a este, hace cuatro años. Un descubrimiento feliz y un deseo de leer más de N.C. Otro autor de esos de los que habla Holden Caulfield.

Termino de leer el periódico y decido playa. Llego cuando las familias de bien se recogen para comer. Primera línea de mar libre para mí. Baño largo, agua en calma, tan transparente que se ven los pececillos en el fondo, nado hasta perder la noción. Solo han pasado quince minutos que me han parecido una eternidad de calma y placer. Me seco al sol, bajo la música. No aguanto más de diez minutos – hoy la brisa es más caliente que fresca - y decido pasear por la orilla, con un sombrero que es novedad estival para mí. Yo, que siempre he buscado el sol, este año he de proteger mi rostro de él. Me he convertido en una mujer con sombrero o con gorra a todas horas y, curiosamente, me siento a gusto con el disfraz, como si jugara a serme infiel, permitiéndome ser un poco distinta. Vuelvo a bañarme, otros veinte minutos de sol, y hora de volver, calculando el tiempo del baño en la piscina – vacía, solo para mí, todos están comiendo o durmiendo la siesta -, de al menos diez largos y del secado correspondiente.

Mi madre ya está preparando la comida. Gazpacho y lubina (fresquísima, de la bahía, la pescan casi a diario) a la plancha con parrillada de verduras (de la huerta, compradas en el mercado de los viernes donde puede verse a Manuel Vicent eligiendo tomates maduros). Lo preparamos en la terraza, este verano está siendo clemente y comemos todos los días fuera. El primer trago de tinto de verano (escarchadito tras media hora en el congelador) sabe a gloria y el resto de la comida también. Variado de frutas de postre (melocotón, paraguaya y fresquilla). La sobremesa se alarga: café con helado y suplemento dominical, más algunos culturales atrasados. Es mi placer secreto del verano: durante el año se acumulan los suplementos sin que me dé tiempo a leerlos, o más bien es la falta de ganas y tranquilidad, y aprovecho estos días para seleccionar lo que me interesa y deshacerme del resto. Tres bolsas llenas he traído, ya he liquidado una.

Son casi las siete y media y, aunque no hace calor, apetece otro baño en la playa y un paseo, viendo la puesta de sol (que aquí, como la playa está orientada al norte, se mete sobre las montañas y no en el mar). Llegamos hasta el final de la playa (unos 3 km de ida, con la correspondiente vuelta) y volvemos antes de que oscurezca del todo, para aprovechar un último baño en la piscina. El agua a estas horas es puro caldo y estos últimos largos del día son de lo más relajante. Hoy no iremos al pueblo, como otros días, a picar algo o tomar un helado o un batido. Nos quedamos leyendo en la terraza.

Se levanta un viento fresco que ahuyenta a los mosquitos – este verano hay menos que otros años – y, venciendo la pereza, me animo a encender el ordenador por primera vez desde que estoy aquí. Me obligo a ello, casi, y me digo que no tengo ninguna necesidad de hacerlo. Estoy de vacaciones. Los días, que nunca son iguales, no se hacen monótonos aunque se haga casi lo mismo. Hay mucho por leer (en papel) y menos días de los que me gustaría. Así que creo que cierro por vacaciones.


Pd.- La foto que encabeza el blog es la de esta playa desde la que escribo, cuando atardece y se queda en calma.


jueves, 14 de julio de 2011

Metamorfosis estelar

Veo las manchas en la pantalla. Letras que son imágenes. Internet es un libro de imágenes en constante transformación.

“Un agujero negro se traga una estrella”, leo. La frase me parece hermosa y enigmática. No alcanzo a entender el alcance, en términos científicos, del suceso.

“El fenómeno ha generado un destello de altísima energía, en rayos X y rayos gamma, que debe ser un chorro orientado hacia la Vía Lactea, lo que ha permitido observar el brillo extremo producido”.

No sé nada de rayos X ni de rayos gamma, los imagino como chispas desprendiéndose de un fuego. Cintas de colores fluorescentes e hipnóticos que se mueven vertiginosas dejando una estela a la que no se puede dejar de mirar. La imagen me sugiere belleza y misterio. Lo oscuro apropiándose de la luz. El resultado: un brillo extremo.


“Es un fenómeno singular. Los expertos calculan que la emisión de rayos gamma que les dio la pista debió comenzar el 24 o 25 de marzo, sigue brillando y seguramente no se apagará hasta el año que viene. Podría ser un chorro de alta energía generado al ser atrapada una estrella del tamaño del Sol por un agujero negro un millón de veces más masivo”.


Imagino la lucha de la estrella y el agujero negro. Las fuerzas de la atracción y la resistencia. El chorro de energía como el grito último ante lo inevitable, un estertor que es un fogonazo, un último chispazo antes de apagarse para siempre, una llamada luminosa y persistente para no desaparecer sin más en la oscuridad del universo. Una metamorfosis estelar que deriva en aniquilación. Y en la transformación, la máxima belleza: un chorro de luz que ilumina la galaxia.

En toda batalla fluye una belleza épica; las historias que merecen ser contadas son las que esconden una guerra. No hay materia literaria en la paz. Acaso una lírica que evoca luchas pasadas o futuras.

Todos somos estrellas, pienso. En cualquier momento podemos ser atrapadas por un agujero negro deseoso de robarnos la luz. Y es precisamente ese instante extremo el que nos obligará a desplegar toda nuestra energía. El que dará la medida de nuestra capacidad de brillar, de qué tipo de intensidad luminosa nos define. Lo que diferencia la pérdida del fracaso es la dignidad con la que se encara y la propia percepción de la derrota. El Universo nos vuelve a dar una lección. Uno no debe apagarse antes de ser engullido. Debe, por el contrario, brillar como nunca.

Fuente: El pais.com

miércoles, 6 de julio de 2011

Sopla verano



Sopla verano y yo recuento un regreso extraño. Ruedo del mar al asfalto en este primer lunes de julio con un paisaje de obligación y fastidio en el horizonte. Me salvan en este viaje de vuelta a la ciudad ardiente las canciones que hablan de la posibilidad de recordar sin odio y de otras cosas que importan. Me salva la memoria de algunas lecturas recientes, de los artículos epitafio dirigidos a los fantasmas de los que fuimos, que se aparecen de vez en cuando para que no nos olvidemos de dónde venimos y podamos convencernos de que somos ya distintos, proyectados y reales en un presente que alguna vez fue futuro. Me salvan los amigos que me esperan, unos cuantos abrazos y el deseo de alguna mirada consumido en besos que quiten y den aliento. Me salva la certeza de algunas sorpresas y la posibilidad de seguir soñando.

Este paréntesis de tiempo y espacio me devuelve perezosa y desganada. Mi cuerpo y mi mente reclaman seguir de vacaciones, mientras intento distraerles con planes que nunca cuadran como deberían en esta ciudad que me recibe hostil, áspera de fuego seco y obligaciones ineludibles. Agota el trabajo intensivo en las noches de verano, que no se inventaron para desperdiciarlas en un despacho artificial que asfixia con la soga de las horas contra reloj.

Ha sido extraña y confortable la paz de estos días, sin necesidad de búsqueda. Completa por dentro, importa menos lo de fuera. La emoción es interior y no hay impaciencia ni angustia.

Hay amores lentos que tardan en manifestarse. Pero una vez que surgen suelen ser sólidos y cuando nos damos cuenta son ya imprescindibles. Puedo decir ahora, por fin, que hay dos hogares que siento míos. He tardado diez años en descubrir que me basta tener un lugar al que regresar o al que ir para hacer completos los veranos.

Tal vez me espera un viaje al otro lado del verano, pero septiembre queda lejos.

El tiempo es una trampa elástica que avanza a su propio ritmo y casi nunca coincide con el nuestro.

Septiembre queda lejos y entre medias quedan dos meses de ciudad, unas cuantas idas y vueltas, y todas las posibilidades del mundo encerradas en los sueños de una liebre plácida que atesora sorpresas de oro escondidas entre los días del verano.


Lunes 4 de julio de 2011. En un área de descanso entre el mar y Madrid.



domingo, 19 de junio de 2011

Tiempo de viaje

Comienza el verano. Es tiempo de viajes.
Mi artículo para el número de junio de la revista Top Viajes.




Perderse sin mapa por las calles de una ciudad que nunca se ha pisado. Recorrer plazas sin nombre, monumentos sin foto previa, sin recuerdo adquirido. Deambular sin memoria, dejándose guiar por los propios pasos. Descubrir rincones, encuadres que encajan en la mirada. Improvisar rutas sin itinerarios establecidos. Dibujar el recorrido con las propias huellas, preguntándose si se volverán a pisar estas mismas calles alguna vez y sabiendo que, de hacerse, será de otra manera, en quién sabe qué otras circunstancias. Viajar es recolectar vivencias, acumular paisajes, elaborar recuerdos u olvidos.

Sentarse en una terraza y esperar, leer el periódico, tomar el sol, dejar que el tiempo pase, que las horas transcurran lentas porque no hay prisas ni horarios de visita. Dejarse guiar, dejarse ir. Estar, simplemente. Darle a lo que se hace un valor que reside en la distancia geográfica: hallarse en un lugar en el que antes no se ha estado, al que no sabemos si se va a volver. Disfrutar de la ruptura que supone todo viaje.

Viajar por la necesidad de desplazarse, de no quedarse quieto, de cambiar de aires. Viajar para cumplir promesas, obligaciones o cuentas pendientes. Viajar para saldar sueños o celebrar futuros. Viajar para reencontrarse con viejos amigos o para reconocer el rostro de los que aún no se conocen.

Viajar y ser consciente con tristeza, desconsuelo, alivio o fastidio que el viaje tocará a su fin en horas, días, semanas. El tiempo del viaje es una cuenta atrás y su significado se elabora en cada jornada. Se viaja desde antes de partir y hay viajes que no acaban con la vuelta a casa.

Viajar para conocerse y descubrir lo que ya se sabía o debería haberse sabido, pero con una certeza nueva. El desplazamiento nos devuelve distintos.

O viajar para descubrir que no había nada que descubrir, para valorar las rutinas cotidianas con otra perspectiva. Viajar para constatar que la vida es parecida en todos los sitios, que soñamos con lo que se desconoce precisamente por desconocido. Viajar para asumir que se desea volver y anhelar que ojalá haya cambiado la mirada sobre la propia ciudad, sobre la propia existencia.

lunes, 6 de junio de 2011

Presentación de Los patos de Central Park

Es difícil saber cuándo una se hace escritora. Si nace o se hace. A partir de qué momento lo es. Qué escrito o voluntad o acontecimiento marca ese sentimiento, esa etiqueta. Las redes sociales lo han complicado todo, o simplificado. Cualquiera se abre un blog, cuelga lo que escribe, se expresa a través de las notas o los estados de Facebook.

Pienso en esto, en estos días intensos, emocionantes y raros de esta primavera convulsa, revolucionaria, ilusa, ilusoria o ilusionante de este 2011 mágico. Primavera con su sol y calor y luego nubes y luego tormenta y otra vez sol y entonces el arco iris.

El día del libro, la feria del libro, las fiestas editoriales, los encuentros, las presentaciones. Los nervios, la taquicardia adolescente, los tesoros manuscritos, el intercambio de libros. Escribo un discurso que habla de bodas inexistentes y la capacidad para el afecto, para el recuerdo, para el agradecimiento y para la fe en el futuro.

Los patos vuelan, cada vez más lejos y más alto.

Mañana martes aterrizan en su puesta de largo madrileña.

Estáis invitados y sois bienvenidos.




sábado, 21 de mayo de 2011

Jornada de reflexión

Por más que sepa que el entusiasmo es un sentimiento adolescente y primario, un poco pueril, no puedo ni quiero reprimir toda esta emoción, contagiosa y expansiva. Está pasando algo, aquí y ahora.

La acción, el movimiento, ilusiona en sí mismo. Es lo contrario a quedarse quieto, a resignarse. No soy ingenua y las utopías en las que creo no me las dicta una asamblea ni me las arrebata un discurso. Mis decepciones me las labro yo, que no vengan otros a imponérmelas con su derrotismo, su pesimismo y su amargura. Los que hablan de manipulación son los más manipuladores. Los que pretenden etiquetarme se equivocan (y no sólo en esto).

Ayer leí en un twit un viejo aforismo que me levantó la sonrisa (y creo que aún no se me ha borrado): "Si los de izquierdas te consideran un facha y los de derechas un comunista, es que lo estás haciendo bien". La política nunca ha sido un asunto que haya conseguido entusiasmarme, pertenezco a la generación pasiva y desencantada que cantaba Kate Ryan en aquella canción que hablaba del caos, la indiferencia y los ideales como palabras inservibles; a la generación que creció con los muertos de ETA en el desayuno, la comida o la cena, en los telediarios y en las portadas y con el GAL como música de fondo de las conversaciones; a la generación que visitó la Expo de Sevilla en escursiones del colegio y que sintió que España era importante porque vio la inauguración de las Olimpiadas de Barcelona 92 en la tele; a la generación que sólo encontró motivos suficientes para la indignación cuatro veces (por los asesinatos de Tomás y Valiente y Miguel Ángel Blanco, en contra de la guerra de Irak y tras el 11-M), pero que llenaba Cibeles cuando el Madrid ganaba la Copa de Europa, Neptuno cuando el Atleti hizo doblete y la Gran Vía en los desfiles del Orgullo gay.

Lo que hace una semana iba a ser un sábado más, ahora es un motivo, una causa. Algo importante que está pasando aquí y ahora, en mi ciudad, en mi país. Sin muertes ni guerras de por medio, por una vez. Hoy tengo un motivo para salir a la calle, a la plaza, que estos días más que nunca es ágora. El silencio atronador de la multitud a medianoche fue ayer el más conmovedor y convincente mensaje, por encima de las consignas y eslóganes.

El poder de la masa es grande. Y sólo las multitudes son capaces de generar esa sensación de fervor unánime que tal vez nos aborregue, pero que a la vez otorga un poder difícilmente explicable: el de estar compartiendo una misma emoción, el de sentirse parte de algo que supera y trasciende la propia identidad para formar una entidad común. Es lo contrario a la soledad, a la incomprensión. La voz que clama solitaria en el desierto se hace fuerte y poderosa cuando son muchos los que pronuncian una misma palabra al unísono.

Hoy, otra vez, mi lugar está en las calles de mi ciudad. Hoy, más que nunca, me siento orgullosa de ser española, de ser madrileña. De que esté pasando esto y yo me sienta partícipe. De no estar mirando hacia otro lado mientras la ciudad se rebela, más viva que nunca, sin líderes encabezando pancartas pactadas. Mi entusiasmo hoy quiere pasearse por Sol y no permitirá que nadie le impida manifestarse.

Hoy es sábado 21 de mayo de 2011.

Esto es Madrid y estamos haciendo Historia.



miércoles, 4 de mayo de 2011

Primera reseña de Los Patos de Central Park


Primera reseña de la novela, de Javier Rodriguez, de la Librería Cervantes de Alcalá de Henares.


Marina Fernández Bielsa nos sorprende con su primera novela y que no es sino un pequeño ajuste de cuentas con su pasado. Un ajuste de cuentas que no es sino una reordenación de sentimientos y de etapas de amistad y amor. Como muy bien expresa en ese libro -que particularmente me marcó a mí bastante- “Tokio ya no nos quiere” de Ray Loriga, la memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa. Un texto breve, con una narrativa cargada de sentimientos pasados y con banda sonora. A lo largo de todo el texto la autora nos va recordando esas canciones y letras que marcaron cada etapa de la existencia de la protagonista. Y lo hace con la sabiduría de reflejarnos un tiempo que todos hemos recorrido. Son años de transición y guateques. Son edades en que los enamoramientos, por el desfase de años, no son correspondidos como debieran. Son espacios de maduración y pérdidas, de reajuste de nuestra existencia. Una lectura que se hace de una vez y que fluye con gran suavidad. Una prosa que nos invita a saborear esas experiencias que todos hemos tenido en nuestros años de juventud y que, mucho tiempo después, ya, no son sino esas postales que descubrimos un buen día en el trastero de casa o hurgando entre los restos que dejan nuestros familiares al irse definitivamente. Y descubrimos que éramos otros, muy diferentes a como creemos. Muy diferentes a como creían. en fin, muy diferentes a lo que somos en este momento, en el que todos esos amigos que nos acompañarían a lo largo de nuestras vivencias han desaparecido con rapidez. Y nuestra existencia se ha ido acoplando, paulatinamente, a los tiempos.

Para seguir leyendo, pincha AQUÍ


martes, 12 de abril de 2011

Los patos de Central Park




Porque como dice mi amigo Diego, "lo bueno de los sueños es que a veces se cumplen".

Pues eso.

Que mi primera novela ya está aquí.

Más información en : http//lospatosdecentralpark.blogspot.com

http://www.facebook.com/Los.patos.de.Central.Park

y en la página de la editorial: http://alfaquequeediciones.blogspot.com

Enlace
Puedes encargarlo aquí:







ESTE JUEVES 14 DE ABRIL SOBRE LAS 21.30 ENTREVISTA EN ONDA REGIONAL DE MURCIA.
PUEDES SEGUIRLO A TRAVÉS DE LA WEB http://www.orm.es/

jueves, 7 de abril de 2011

De momento abril



Abril ha traído la primavera y yo festejo que toca alegría. Definitivamente, abril no es el mes más cruel y este de 2011 menos que nunca. Al igual que el verano es un estado de ánimo, la primavera es un sentimiento, contagioso y expansivo, emocionante como un deseo a punto de consumarse. La piel pide sol y el aire huele distinto, la luz alarga los días y las noches invitan a beberse la vida de un trago.

Las celebraciones se aproximan en este abril luminoso y feliz. He dejado atrás unas cuantas cadenas y al volver la vista me siento orgullosa de haber superado las pruebas, de haber salido indemne de todas las trampas. En mi sangre lenta late la fortaleza de los supervivientes.

Me delata el brillo de los ojos, la sonrisa que brota sin permiso, el optimismo irritante de quien se sabe afortunado. Camino un palmo por encima del suelo, disfrutando de la plenitud de este momento que solo voy a vivir por primera vez, de esta manera, justamente ahora.

Con los años uno tiende a pensar que le quedan pocas primeras veces. Y por eso esta primera vez llega con la emoción y el nerviosismo de los acontecimientos que no vuelven a repetirse.

Es abril de 2011 y yo estreno el mundo.

¿Quién me acompaña?

Ilustración de José Bielsa

lunes, 28 de marzo de 2011

Días de lluvia

Los días de lluvia mi padre me llevaba en metro al colegio. Un trayecto corto: estación línea gris, transbordo, escaleras, estación línea azul. Entonces, años 80, los vagones de la línea 6 eran los más modernos: azules y blancos por fuera, con asientos amplios, altos y mullidos de skay granate por dentro, espalda contra espalda. Monté por primera vez en esa línea para ir a casa de mi abuela, un día que estrenaba zapatos rojos y un vestido de flores. La línea se inauguró en 1979 y comprendía desde Pacífico a Cuatro Caminos. Allí, transbordo a la línea 2, hasta Quevedo. A casa de mi abuela iba con mi padre, los sábados. Mi madre casi nunca nos acompañaba. El tramo desde la boca de metro a la calle Magallanes, donde vivía mi abuela, era corto y mágico, porque suponía parada en los recreativos donde yo me montaba a veces en un coche, otras en un helicóptero y alguna que otra en una mini-noria. No recuerdo si me gustaba ir a casa de mi abuela, pero sí recuerdo el premio de montar en los cacharros que suponía cada visita.

Pero a mí me gustaba más la línea 1. Los vagones eran blancos y rojos por fuera. Por dentro los asientos eran de madera. Mi lugar favorito era el final del último vagón. Mi padre me aupaba y me fascinaba mirar la oscuridad del túnel a través de la ventanilla. La estación se iba alejando y el aire subterráneo entraba a través de un ventilador, en un chorro de olor inconfundible.


Me encantaba el viaje, pero no la lluvia de fuera. Los días nublados mi madre me ponía la camiseta térmica -la famosa Damart, que al quitarla daba calambre y electrizaba el pelo- y sacaba unas botas katiuskas con borreguillo por dentro, que protegían del agua de fuera pero empapaban los leotardos de sudor, porque si llovía eran imprescindibles los leotardos, blancos o marrones, los dos únicos colores que permitían las monjas, a juego con el uniforme escolar.

Y tenía un paraguas de Micky Mouse con un mango rojo, de plástico transparente y con forma de hongo. Me encantaba el paraguas, pero nunca me gustaron los días de lluvia, con su luz gris y extraña, con la frialdad de fluorescente que transformaba la clase en el lugar más inhóspito del mundo, con los recreos de confinamiento en el aula, el pasillo o el gimnasio, donde siempre olía a sudor y a zapatos usados, ante la prohibición de salir a los charcos del patio.

Treinta años después evito el metro siempre que puedo, disfruto comprando paraguas pero prefiero no tener que usarlos y siguen sin gustarme los días de lluvia.

lunes, 21 de marzo de 2011

Encargo, de Ezra Pound


Me entero, muy tarde ya, de que hoy se ha celebrado el Día Mundial de la Poesía.
Tengo miles de poemas favoritos, algunos de ellos volcados aquí.
Podría también colgar uno mío, pero no.
Cuelgo lo que tengo entre manos.

Y no encuentro poema más adecuado para celebrar la llegada de la primavera.
Toda una declaración de intenciones.



ENCARGO

Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al neurótico, id al esclavo de los convencionalismos,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una inmensa ola de agua fresca,
llevad mi desprecio hacia los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que carecen de imaginación,
hablad contra las ataduras.
Id a la burguesa que muere de aburrimiento,
id a las mujeres de las urbanizaciones.
Id a las horriblemente casadas,
id a aquellas que disimulan su fracaso,
id a las mal maridadas,
id a la esposa comprada,
id a la mujer impuesta.
Id a aquellos que tienen delicada lujuria,
id a aquellos cuyos deseos delicados se frustraron,
id como una plaga sobre la estupidez del mundo;
id con vuestro filo contra eso,
endureced las finas cuerdas,
llevad confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de modo amistoso
id hablando a las claras.
Ansiad encontrar nuevos males y un nuevo bien,
oponeos a toda forma de opresión.
Id a los acartonados por la edad madura,
a los que ya han perdido interés por todo.

Id a los adolescentes a los que ahoga la familia
- ¡oh, qué espantoso es
ver a tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con brotes
y con ramas podridas que se caen.

Salid y desafiad a la opinión.
Id contra esta servidumbre vegetal de la sangre.
Estad contra toda clase de propiedad hereditaria.

Ezra Pound

Personae. (Hiperión, nº 367)
Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens.

viernes, 18 de marzo de 2011

Union Atlantic, de Adam Haslett



Se había acostumbrado a estar sola. Su alma seguía viva gracias a los saltos incandescentes procurados por ciertos intervalos sagrados y fútiles: el ritmo y la melodía de unas palabras en una página, una sonata que transformaba el tiempo en un sentimiento, un paisaje en un lienzo captado de tal manera que brindaba un breve alivio frente al miedo de la neutralidad absoluta. Todo aquello era lo que sustentaba su fe en el mundo. Lo que los utilitaristas y los materialistas y los devoradores de ese cientifismo barato jamás comprenderían: que la privilegiada experiencia de pasear a la orilla de un río, en compañía de la naturaleza, no sólo se debía a una esencia propia de lo natural, sino también a las ideas recibidas a través de la poesía y la pintura, del canto llano protestante o la exuberancia romántica. Uno paseaba dentro del cuadro. Uno veía a través del poema. La imaginación también creaba la experiencia, no sólo la materia.

Union Atlantic, de Adam Haslett.
Salamandra, 2010.
Traducción de Ismael Attrache Sánchez

miércoles, 2 de marzo de 2011

Literatura, canciones, cambios




Por la tarde veo in streaming una charla que dio Nacho Vegas en la Casa de América la semana pasada, de título “Hay algunos cantantes que leen”. Entre otras cosas, dice algo así (la transcripción es mía, y bastante libre):


La literatura es ir más allá del sentido referencial de las palabras. Tienes algo delante y si alguien mira un poco más allá seguro que sabe decir algo revelador. Escribir es decir a través de las cosas. Para mí hacer canciones es mirar no a las cosas a la cara solamente, sino atravesarlas y mirar un poco más allá. Creo que la literatura está en cualquier sitio, en un montón de sitios. En la barra de un bar, en la cola de un cine. Tienes que coger las palabras y usarlas de forma revolucionaria, llevarlas más allá.

Cuando pienso en literatura, no solo pienso en libros, sino en manifestaciones anónimas en las que alguien te dice algo que te abre un mundo.
La vida está llena de cosas que te llevan unas a otras.


Después descubro (tarde, como es habitual en mí), que ya hay capítulos de la séptima temporada de Anatomía de Grey. La sexta temporada acabó en un tiroteo, en uno de los capítulos de final de temporada más estremecedores que he visto. Y dice esto: (la última parte, con la música que encabeza este post)

Cada célula del cuerpo humano se regenera de media cada siete años. Como las serpientes, a nuestro modo, mudamos la piel. Biológicamente somos personas nuevas.

Quizá parecemos los mismos. El cambio no es visible. Al menos, no en la mayoría. Pero todos cambiamos por completo. Para siempre.

Cuando decimos que la gente no cambia, los científicos se echan las manos a la cabeza. Porque el cambio es la única constante en la ciencia. La energía, la materia, siempre están cambiando, metamorfoseándose, fusionándose, creciendo, muriendo. Lo antinatural es que las personas intentemos no cambiar. Que queramos aferrarnos a como era todo antes en vez de dejar que sea lo que es. Que queramos aferrarnos a viejos recuerdos en lugar de generar otros. Que insistamos en creer que, pese a los indicios científicos, todo en la vida es permanente. El cambio es constante. Cómo vivamos ese cambio, depende de nosotros.


De nuevo las cosas encadenadas. Las que te abren mundos, las que te llevan a otras. Mirar más allá. Atravesar la realidad sólo con las palabras. Descubrir revelaciones en los actos cotidianos, en los objetos de alrededor, en las personas con las que nos cruzamos, en lo que nos sucede todos los días o lo que no nos pasa nunca.

Y después, la reflexión sobre los cambios. Los renacimientos. Las oportunidades. Y la forma de afrontarlos.

Empieza un mes.

Y en tres semanas será primavera.

domingo, 13 de febrero de 2011

Arritmia febril de febrero

Con esta fiebre que es delirio y deseo
anticipo futuros no tan lejanos.


Suelo olvidar la importancia de los procesos.

Por adelantar los pasos tropiezo de ansia

por no soltar la lengua me arranco las manos

me coso los labios

silencio las ganas

atraganto la espera

pienso si el error es mío

o si la vida se equivocó por mi.



Con esta garganta seca
que ya no escupe voz
toso hasta desgañitarme en mi casa solitaria.

Con esta nariz que no respira

y destila flujo inservible

imposible de contener
tengo que sobrevivir a esta noche.

Con los ojos acuosos de lágrima
inspiro bocanadas de madrugada
que me dejan sin aliento.

No cesa
este pálpito en las sienes
arritmia de melodías nuevas que suenan antiguas.


Nacho, Quique, Carlos
me devuelven irremediablemente al mismo sitio

al origen de tantas certezas

Vegas, González, Chaouen
todos cantan el mismo nombre
que arrastro desde entonces.


Siempre son injustas las ausencias.



jueves, 27 de enero de 2011

Holden Caulfield y los patos de Central Park

De pronto se me ocurrió preguntarle al taxista si sabía una cosa.

-¡Oiga!- le dije -. Esos patos del lago que hay cerca de Central Park South…Sabe qué lago le digo, ¿verdad? ¿Sabe usted por casualidad adónde van cuando el agua se hiela? ¿Tiene usted alguna idea de dónde se meten?

Sabía perfectamente que cabía una posibilidad entre un millón. Se volvió y miró como si yo estuviera completamente loco

-¿Qué se ha propuesto, amigo? – me dijo -. ¿Tomarme un poco el pelo?

-No, solo quería saberlo, de verdad.


El guardián entre el centeno
. J. D. Salinger. Alianza Editorial.




Estanque del Palacio de Cristal.
Parque del Retiro (Madrid). Diciembre 2009.




martes, 25 de enero de 2011

El hombre del ferry


Rescato un antiguo relato del taller. El tema era esta magnífica foto de David Ruiz (si queréis ver su estupenda colección, id AQUÍ), titulada "Adiós, Europa, Adiós".



copyright: David Ruiz



EL HOMBRE DEL FERRY


El hombre del ferry ve la tierra alejarse y piensa en el horizonte que deja atrás. Las nubes cubren la orilla que sabe ya perdida. El agua se revuelve turbia, la espuma marca el camino a la inversa, ya ha ido, y ha vuelto. Y ahora toca regresar para siempre.

El hombre que se asoma al mar siente el viento en la cara y a su pesar se piensa vivo. Ojalá tuviera valor para lanzarse al agua. Se sabe solo en un barco fantasma pero sigue siendo un cobarde.

El hombre que viaja sin compañía vuelve a un lugar del que fue expulsado con ira, al que juró no regresar nunca. La palabra se volvió en su contra y él cambió de continente. Escapó de los que dictan muerte y se ganó una vida en el mundo equivocado. Él decía: “libertad” y se le abrían las puertas. Las Universidades, las grandes publicaciones, las televisiones, los Parlamentos, los Foros internacionales. Hablaba de paz y por dentro sólo pensaba: “guerra”.

El hombre del ferry no quiere ser reconocido. Muchos conocen su nombre, algunos su rostro. Pero ahora nadie se atreve a señalarle. Regresa anónimo al valle de lágrimas, al lugar donde se gestaron sus desgracias y también la felicidad más feroz, la que no entiende de contratiempos ni religiones, la que se manifiesta sin duda y con total plenitud; al lugar en el que conoció a Amina, a la tierra en la que engendraron a Fátima. Ellas regresaban tres o cuatro veces al año. Para que la niña no olvidara de dónde procedía. Para sellar afectos y aferrar raíces. Para que este paisaje permaneciera en sus ojos. Para que no olvidara su propia lengua, el idioma de sus padres. Para que no creciera en el odio a un pueblo al que hubiese sido injusto culpar de la ceguera fanática de unos pocos.

El hombre en el exilio fue orgulloso: nunca quiso volver. Lo camufló de dignidad, y el mundo civilizado le aplaudió, pero tal vez fuera sólo miedo.

Ahora volver es cobardía. No es valiente quien vuelve como víctima, como hombre acabado. No es valiente quien vuelve con un salvoconducto para enterrar a su mujer y a su hija, para esparcir sus cenizas en el huerto de la casa familiar.

El hombre solitario empieza a tener frío y sabe que mañana la humedad de los huesos no le dejará levantarse pero no va a moverse de esa barandilla. Ser superviviente es su castigo. Quiso huir de la muerte y ella le dejó vivo para reírse en su cara, para obligarle a ir a reconocer los cadáveres a aquella morgue multitudinaria e improvisada. Para que volviera a caer sobre él todo el peso de los que odian, que carecen de nacionalidad vengan de donde vengan porque su naturaleza no es humana. Huyó y la muerte le encontró en Madrid, por cuerpos interpuestos.

El hombre que regresa sintiéndose un anciano vencido sabe que no pasará mucho tiempo antes de que se borren sus caras, sus voces. Que cada once de marzo verá sus nombres formando parte de esa lista maldita y que no olvidará, aunque a veces intente recordar y no pueda. Aunque otras no sepa hacerlo sin romperse.

Empieza a oscurecer y el hombre del ferry cree ver encenderse algunas luces en la falda de la montaña mientras sigue mirando a España, a Europa, que apenas son ya una línea tenue más allá del agitado mar del Estrecho.

martes, 11 de enero de 2011

Hagamos magia

Valencia, 31 de diciembre de 2010


No menospreciemos la importancia de los símbolos, de los ritos y los rituales, de la superstición. El elemento mágico es necesario. La alternativa es la realidad pura y dura, la vida sin imaginación. El aburrimiento. La eficacia por encima de todo. Y eso no. Permitámonos soñar mientras podamos, mientras nos dejen. La rebelión debe ser individual, interna. Perceptible en ciertos hábitos, en acciones aparentemente rutinarias o sin importancia, en los pequeños grandes actos de cada día. Y, sobre todo, en los más íntimos y secretos, en esos sobre todo. Sin que nadie sepa, solo cada uno ante su espejo.

lunes, 3 de enero de 2011

Contra el tiempo





Playa de las Arenas. Sábado 1 de enero de 2011. 12.30 p.m.


Despertarse a mediodía y el mar enfrente. Un gato se despereza en la terraza, sin conciencia de calendario, a salvo del tiempo que miden los relojes.

Es otro año ya. Y la vida sigue igual que ayer. La gente pasea por la playa, caminando, en bici. Familias con perros o con niños, ancianos en pareja, jóvenes ya en pie tras la fiesta o la calma, con resaca pasada o futura. Tipos que hacen jogging, chicas en patines.

El gato se permite dar la espalda al mar, dueño del espacio y el tiempo. De su espacio. De su tiempo.

Una mujer con las uñas pintadas de rojo despierta en la habitación del hotel y escribe mirando al mar en una libreta comprada en una playa del sur.

Todo sigue su curso.

Es hora de desayunar, a destiempo de los relojes. Y qué.

Aprender a desembarazarse de lo reglado, desaprender lo establecido, escapar de las imposiciones es la tarea pendiente, o imposible. La utopía del siglo XXI. Y tal vez de cualquier siglo.

Pero este es el que nos ha tocado.