La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

domingo, 31 de agosto de 2008

Memorias de verano II



OLORES: AFTER SUN


Los días de playa y piscina de mi niñez terminaban con la imagen de mi madre persiguiéndome con el bote blanco de after sun en la mano. La rutina de la ducha en el jardín bajo el temblor de un sol que ya no quemaba y el abrigo de la toalla junto a la merienda de pan y chocolate culminaba en el bote panzudo de Ecran. Yo odiaba el potingue blanco con olor a medicina que significaba el final del día y me escurría entre los árboles para evitar esa tortura vespertina. Pero mi madre siempre me encontraba y ese olor acababa impregnando mi cuerpo sin que mi resistencia sirviera de nada.

Me pasaba los veranos huyendo del after sun.

Ahora es el olor del after sun el que condensa todos los veranos de mi infancia y la imagen de mi madre con el bote de Ecran en la mano la que ilustra aquellos días de sol, playa y piscina. Incomprensiblemente, es un recuerdo agradable.

Nunca he usado otra marca.

martes, 26 de agosto de 2008

INMEDIATECES (XII)

Para Microalgo, al que le robé la idea


MUJER CON BOMBILLA


“Sólo me enamoro de determinadas mujeres. Las reconozco porque se les enciende una bombilla encima de la cabeza”, dijo el hombre que maldecía la oscuridad.

La mujer semáforo se encendía y apagaba delante de él, exhibiéndose, sin sospechar que era daltónico.

La mujer luciérnaga se preguntaba si su luz también valdría.



lunes, 25 de agosto de 2008

POSTALES


Apenas nadie escribe ya cartas manuscritas. Ni postales. Se han impuesto la inmediatez y ubicuidad del correo electrónico. Es más rápido. Es más cómodo. Llega al instante. Escribir una carta requiere tiempo y esfuerzo. Enviar una postal es engorroso: hay que buscar una de nuestro gusto, encontrar un sitio donde vendan sellos, localizar un buzón en la que depositarla, cada vez más escasos. En los viajes relámpago en los que se han convertido las vacaciones de muchos, uno llega antes que la carta, que la postal. Se vive tan rápidamente la estancia en el lugar de destino que tampoco se le ocurre a uno con qué rellenar el espacio en blanco.

Se ha perdido el encanto de las cartas. Su versión electrónica no es comparable. En los mails no se suele profundizar. Se escriben y se leen rápido, se prestan a la superficialidad, al chiste, al tono simpático o informativo. Un mail largo resulta extraño. Además, los mails tienden a eliminarse una vez leídos. Productos de consumo rápido, condenados a no permanecer. Asuntos personales mezclados con spam, con temas de trabajo, con avisos del administrador del correo, con notificaciones del banco. Todo con la misma tipografía, el mismo aspecto. Cruel e injusta homogeneización. Hasta las cartas que llegan al buzón, cada vez más escasas y portadoras de malas noticias para el bolsillo (pago de hipotecas, extractos de tarjetas de crédito, recibos...) o simple publicidad, se diferencian en algo más que los correos en la bandeja de entrada.

Hubo un tiempo en que el tiempo de los veranos se medía por las cartas y postales recibidas de familiares, amigos y compañeros/as de curso. Y los inviernos por las cartas gestadas al calor de un amor de verano, de las amistades fraguadas en un campamento, en un curso de verano en el extranjero o en la urbanización de la playa. ¿Quién no se ha ofrecido a hacer recados sólo para tener la excusa de comprobar si el buzón alojaba la carta tan deseada de ese/esa amante estival o la postal enviada desde algún lugar remoto?

Las cartas, las postales, poseen el encanto de los objetos que pueden coleccionarse. Son bienes tangibles. Pueden tocarse, releerse, guardarse para ser redescubiertas desde el futuro que una vez imaginamos y que ha llegado demasiado pronto. Tienen la huella de un tiempo, de una determinada persona. ¿Quién no se ha emocionado al reconocer una caligrafía en un remite?. Están vivas. Dicen mucho de quien las escribió. El tipo de papel, la manera de distribuir las letras, de respetar o apurar los márgenes, el color de la tinta, la pulcritud o el descuido en el doblez. La firma reconocible. El guiño de las postdatas. Mucho de todo eso se ha perdido. Un emoticono no es comparable a lo que expresa una carta.

Yo misma me declaro culpable de optar por el correo electrónico cuando deseo escribir a los amigos. Y me resulta hasta cierto punto vergonzoso decirle a alguien que me escriba una carta como las de antes, pudiendo intercambiar correos o hablar por el messenger. Pero en verano me queda la excusa de las postales. Pedir una postal a alguien que viaja fuera de España no resulta tan raro. Y me siento afortunada al seguir recibiendo algunas. No hay emoción comparable a la de descubrir una postal entre las cartas del banco. Y anhelo que no se pierda tan entrañable costumbre, que no desaparezca ese pequeño gran placer.


miércoles, 20 de agosto de 2008

Indeseada improvisación

Esta entrada no estaba prevista. Preferiría empaparos con mis recuerdos felices del verano. Pero en esta tarde resulta impúdico recrearse en la alegría. He improvisado este grito sin pensar, tal y como surgía, vómito de palabras que quiebran la quietud de finales de agosto. Ahí va, directamente de mis dedos a la pantalla. Porque no puedo quedarme callada ante el silencio que hoy ha querido esparcir el azar, maldito tramposo con sus órdagos incontestables.



Tarde triste y rara.
Qué soledad morir en agosto.
No hay supervivientes.
Vencer a la muerte no garantiza salvar la vida.
A un político en la tele le tiembla la voz.
Las pantallas vomitan datos y dolor.
Llamas y humo que dejan inútiles las palabras.
No hay explicaciones, aunque todos se esfuercen en ofrecerlas.
Cháchara inútil ante la fragilidad de la existencia.
El azar es extraño,
cuando perder un avión equivale a ser bendecido por la suerte.
Es tiempo de verano
pero la muerte no sabe de vacaciones.
Ociosa, la desgracia se ceba con quien se permite la alegría
o la despreocupación
de elevarse persiguiendo un sueño
un viaje anhelado
un descanso merecido
un regreso al hogar o a la rutina.
Las televisiones no dan tregua
explotan lo que ya ha estallado,
no respetan ni el silencio de los muertos.
Las lágrimas corren más amargas
en esta tarde extraña.
Apago las imágenes
y me engancho a las voces amigas.
No quiero morir tan pronto.


Nota al pie.- Leo el artículo de Enric González en EL PAÍS y lo enlazo, porque también soy periodista, porque sé lo que es estar ahí.



martes, 19 de agosto de 2008

La ciudad del viento

Soy veraneante accidental en la ciudad del viento...

Quique González. La ciudad del viento






Llegó la hora de regresar. Madrid me recibe calurosa y agosteña, debatiéndose entre la actividad y la pereza, como corresponde a las ciudades que no cierran por vacaciones, donde el verano se soporta con aire congelado y artificial y, con suerte, entre el azul de las piscinas de asfalto, robándole horas a la siesta o al fin de semana. Nada más llegar abro las ventanas y una bofetada espesa me recuerda que el calor no ha acabado pero mi verano sí. Después de las vacaciones no hay más verano: sólo queda esperar el otoño, que ya se anticipa en los escaparates de las tiendas. No hay donde comprar un bikini a finales de agosto, apenas quedan restos de saldo y los maniquíes se abrigan con jerseys de cuello alto. No hay más verano y las canciones recrean la nostalgia. Siempre me puso triste aquel fúnebre redoble de tambores que ponía banda sonora a las despedidas veraniegas, en la voz del Dúo Dinámico: El final del verano llegoooooó (tarrantatantantán).





Este verano he partido y regresado dos veces, aunque mis recuerdos pertenecen al sur. Un verano, por fin, después de los que no. Las miradas al sur, los recuerdos de entonces, canta Quique González.







Me bajé en una estación anterior a mi destino, burlando la tinta impresa del billete, impaciente de sonrisas y abrazos. Me sentí en casa. Los amigos son la familia que nos permitimos elegir, dice un amigo mío. Después, todo fue fácil. Nada perturba cuando se es feliz. Los cambios de planes, los viajes de tres horas en coche para llegar a una playa que estaba a 30 kilómetros, las bromas tontas, las risas compartidas, las rocas asesinas, los dedos morados, las playas anchas y salvajes, mi torpeza, mi pavor a las avispas, mi querencia por los agujeros y por rebozarme en la arena. Momentos felices, todos. Las tortitas del desayuno, las conversaciones de madrugada, las noches en el Pay-Pay, los mojitos envenenados, la música de fondo en el coche. Ser testigo del amor y la amistad por encima del cansancio, las decisiones, las obras, las mudanzas, los estómagos sangrantes, la falta de sueño, sobreviviendo al presente entre el pasado superado y el futuro incierto. Una noche de regalo, sin viento y con estrellas, entre el mar y las ruinas romanas, las luces de África al fondo y el firmamento limpio en lo alto. Los guionistas se portaron: el escenario perfecto para ese album de recuerdos del sur. Ser consciente de la plenitud, de la alegría, de la paz es un lujo que no siempre tenemos la oportunidad de disfrutar. Noche bella, plena. La luna, escondida, al final apareció, en la ventana.




Escribo esto en este domingo raro, 17 de agosto, todavía festivo pero víspera ya de la vuelta a las rutinas. Apuro este día de tránsito con unas cuantas alegrías, el oro de Nadal, la risa balsámica al otro lado del teléfono, el artículo de Luis García Montero sobre el Sur, ese Sur como metáfora de la alegría, de la calma, de la lentitud, de la naturaleza que se despliega luminosa y bella, donde la gente aplaude las puestas de sol. Leedlo, merece la pena. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos. La sensualidad y la belleza requieren su tiempo.

Y de fondo, Quique González. Te conocí en Conil de la Fra, nunca es primavera donde tú creciste...