Hace poco un amigo me preguntaba
qué periódico debía leer para estar "bien" informado. Mi trabajo
consiste en analizar la prensa. Leo todos los días diez periódicos. Seis
nacionales de Madrid, dos catalanes y dos económicos. Y la respuesta es:
ninguno. Todos manipulan, tergiversan, hinchan u ocultan en función de sus
intereses ideológicos y/o económicos. Vale que eso ha pasado siempre, en menor
o mayor medida. Pero antes la prensa era fiable. "Lo dice el
periódico", proclamaban nuestros padres y abuelos. Era un referente, una
garantía de veracidad. Se respetaba el oficio y el rigor periodístico. Todo eso
está desapareciendo. Los periódicos forman parte de grandes multinacionales o
de fondos de inversión, los mismos que especulan con la deuda y la Bolsa. Los
directores son casi desconocidos o carecen de credibilidad, conocidos sus
tejemanejes, sus filias y sus fobias. La línea ideológica de los editoriales
bascula según el día o la circunstancia política. Los jueces antaño buenos
ahora son malos y viceversa. Al presidente que se ayudó a caer se le elogia
ahora que ha dejado el puesto. No me pueden merecer respeto ni credibilidad
unos periódicos que, durante las protestas del 15-M "exigían" al
entonces ministro de Interior que impidiera a la gente manifestarse, que
hiciera actuar a la policía. Ni los que en sus editoriales sobre lo ocurrido en
Valencia consideran que todo ha sido "una tormenta en un vaso de agua
amplificada en las redes sociales", la "cobertura exagerada de
ciertos medios" y la "teatralización de algunos en su intento de
rentabilizar la conflictividad social"(lo dice el diario que dirige ese
señor con tirantes). O "una campaña de presión de los partidos de
izquierda" que pretenden "helenizar la calle" (esto lo proclama
el periódico monárquico). O que hablen de "violentos altercados instigados
por grupúsculos estudiantiles" que "forman parte de la estrategia de
la izquierda radical" y adelante que "irán en aumento en los próximos
meses y se extenderá a diversas ciudades con la excusa de los recortes
educativos o laborales" (es de chiste que este diario, que se hace llamar
LA RAZÓN, en el mismo editorial hable de "manipulación de los hechos"
por parte de "los dirigentes socialistas" en contra del
Gobierno de Rajoy). Pero tampoco me lo merece una cabecera, se supone de
prestigio, seria y de izquierdas que tiene trabajando a becarios en condiciones ilegales, realizando trabajos que no les corresponden por el
sueldo que les pagan. O a un director de periódico supuestamente
"progresista" o de izquierdas que considera "excelente para
España la imagen de miles de jóvenes que llenan las plazas armados con
libros" y que realiza purgas en su propio diario, dando muestras de
tolerancia como esta, al denigrar a un colaborador que él invitó a irse
del diario y que ahora escribe en otro periódico. Menos mal que la plantilla de
PÚBLICO, que ha seguido sacando el periódico todos los días a pesar de no saber
si iban a cobrar o si al día siguiente irían todos a la calle, devuelve la
dignidad al periodismo. (Hace unas horas se confirmaba la noticia del cierre de
la edición en papel de PÚBLICO. Una mala y triste noticia para el periodismo y
la sociedad. Con todos sus defectos y una postura ideológica tan clara que en
ocasiones no ha estado a la altura de objetividad que cabría esperar, esta
cabecera era un contrapunto a la prensa que padecemos. De nuevo los
trabajadores, que han demostrado competencia, solvencia, paciencia y
profesionalidad en condiciones extremas, son las víctimas de una mala gestión y
de este mundo al revés en el que vivimos).
La información, el análisis, el
contraste hay que buscarlo en las redes sociales, en los blogs, en las revistas
digitales (la mayoría de ellas con colaboradores que escriben sin recibir
remuneración a cambio). Los columnistas de los diarios resultan, en general,
viejos funcionarios tan acartonados como el papel en el que destilan sus letras
rancias, al ritmo de viejos clichés y mantras que de tanto repetirlos dan por
buenos. Alguna pluma joven y con chispa asoma de vez en cuando, pero
compartiendo páginas con impresentables como Salvador Sostres (a este me da la
gana nombrarlo, porque un individuo así no merece una columna en un diario
nacional, y sólo por este hecho (bueno, y por algunos más, y no me refiero a
los tirantes), su director no me merece respeto). Y aún así, internet también
es una trampa. Se usan fotografías falsas, que no corresponden a los hechos que
supuestamente se denuncian. Se abusa del fotomontaje fácil, de los eslóganes
tendenciosos y pegadizos que la gente, llevada por el entusiasmo, la amistad o
la agilidad con el ratón, reproduce a veces sin pensar. Que aquí también se da
el borreguismo. Se dan versiones sesgadas, interesadas o simplemente personales
que muchos toman por "información veraz". Hay que saber buscar,
distinguir. Y, aún así, no resulta fácil sacar conclusiones que expliquen las
realidades que vivimos, ciertos movimientos sociales. Los cambios se producen
de manera tan rápida, tan compleja y tan global que no pueden analizarse en
toda su magnitud. Queremos respuestas rápidas y completas, que probablemente no
hay. Ante la incomprensión, se tiende a la simplificación. A interpretaciones
apresuradas porque siempre hay alguien que requiere explicaciones, que exige
responsabilidades, que busca culpables. Es difícil no sentirse manipulado, por
unos y por otros. Resulta tarea heroica mantener las propias convicciones, no
dejarse arrastrar por un lado ni por otro, mantenerse libre.
En estos tiempos de incertidumbre, si es que hay alguno que no lo sea, y
para los que hace tiempo desterramos la religión como tabla de salvación, quizá
sólo nos queden ya unas cuantas series de televisión con las que evadirnos de
nuestra propia vida, un puñado de buenos libros a los que volver, otros tantos
por descubrir, y algunos símbolos que aún nos emocionen, que nos hagan sentir
que en algún sitio hay esperanza, y ganas, y posibilidad de cambiar las cosas.
Una imagen que nos haga soñar, como esta, como la de los jóvenes estudiantes
que se enfrentan al "orden establecido" cuando éste pretende
imponerse por la fuerza sin otras armas que los libros. Los eslóganes del 68 ya
no sirven. Estos son otros tiempos, con sus propias imágenes. Nuestros nietos
nos mirarán con condescendencia al relatarles viejas historias que creerán que
nada tienen que ver con ellos, sin saber que se equivocan.
Foto: Kai Försterling (EFE)
Foto: Kai Försterling (EFE)
3 comentarios:
¡Magnífico texto!
Pero magnífico, de verdad.
Léanse el Boletín de Panaderos, que ése no miente. Al menos, saca la media...
Pero un verdadero editorial.
Y de los que ya no se redactan.
Publicar un comentario