Fotografía de portada de EL PAÍS (22-02-2012)
Autor: Kai Försterling (EFE)
Siempre consideré aquellas
historias de mis padres como algo muy lejano, algo de tiempos remotos que me
sonaba a prehistoria. Las carreras delante de los grises, los libros
prohibidos, los conocidos encarcelados, la policía represora. Yo, con la
democracia empapando el pensamiento y la ideología, la Constitución bajo el
brazo y los programas de estudios, conocía una sociedad distinta. Pasado el susto del 23-F (del que hoy precisamente se cumplen 31 años), me crié en una sociedad
libre, con sus partidos políticos, sus elecciones cada cuatro años, su variedad
de periódicos y televisiones. Una sociedad en el que el mayor miedo era ETA.
Crecí en un mundo en el que los etarras eran los malos y las Fuerzas de
Seguridad del Estado los buenos, los héroes, los mártires.
Ahora, de pronto, el mundo ya es
otro. En unos meses mi país ha cambiado tanto que es difícil saber qué suelo
piso. ETA se debilita y está dispuesta a claudicar por unos cuantos escaños,
que la sopa boba de la política es más cómoda que andar preparando atentados y
huyendo a Francia o a Venezuela. La crisis nos azota a todos y vemos amenazados
nuestros sueldos, nuestros trabajos, nuestras casas, nuestros ahorros. Tiempo
de apretarse el cinturón. Las historias de hambre y miseria física y moral de
la posguerra que nos contaban nuestros padres y abuelos vuelven redivivas,
remasterizadas en versión 2.0 y narradas a través de las redes sociales con sus
colorines y sus festivos fotomontajes en vez de en el blanco y negro del NODO.
Ahora los malos son los banqueros, los políticos y esos funcionarios grises de
la UE y el FMI que nos imponen recortes en aras del equilibrio fiscal cuyo
concepto memorizamos y repetimos como loros sin comprender qué significa en
realidad, para qué y a quién sirve. La señorita Rottenmeier de los dibujos
animados de mi infancia es una señora alemana oronda y rubicunda llamada Angela
Merkel. Sarkozy es un simpático franchute con buen gusto para las mujeres y un
listillo que le baila el agua a la teutona para no quedarse fuera del pastel
europeo. Estos antes eran buenos porque nos daban dinero para carreteras y
aeropuertos y obras en los ayuntamientos. Y ahora nos lo quieren quitar todo
porque hemos sido malos y hemos despilfarrado, hemos equivocado las inversiones
y ahora sobran casas y falta trabajo, sobran trabajadores y falta industria que
mantenga el país.
La próxima guerra será incivil, como todas, y no será ideológica (izquierdas contra derechas o al revés), sino de clases (ricos contra pobres o
al revés). A lo mejor la estamos viviendo y no nos damos cuenta. El sueño de la
clase media se ha evaporado y lo mejor que se nos ocurre es salir a la calle
con cartelitos ingeniosos, que para eso estamos en democracia, la calle es
nuestra y tenemos derechos, según nos han hecho creer. Pero es que a lo mejor
esas creencias ya no valen. Las manifestaciones y las multitudes con pancartas
y aplausos silenciosos, o con libros como armas contra las cargas policiales
son imágenes bellas. Poéticas y románticas. Nos emocionan, nos emocionamos. La
fe mueve montañas y es poderoso el fervor de la masa. Uno se siente más fuerte
si ve que hay miles o millones compartiendo el mismo desconcierto. Molan las
redes sociales. Cada "me gusta" o retuiteo es una reafirmación
personal. Nuestros egos no están solos, somos legión.
***
En mi infancia, incluso en mi
adolescencia, la policía era sinónimo de seguridad, de confianza. Si te pasaba
algo, podías acudir a ellos, con la policía cerca te sentías a salvo. Hoy,
ahora, desde hace unos meses, desde el 15-M, la poli ya no es de fiar. Los
antidisturbios pegan, apalean, cargan antes de preguntar. No hay derecho a
defensa. De pronto, hay que protegerse de los que deberían protegernos. El
mundo al revés. Unos estudiantes de instituto de Valencia protestan porque no
tienen calefacción y cortan la calle para hacerse oír. Y la policía carga
contra ellos. Los esforzados servidores de la ley dicen que los jóvenes les
provocan, que les insultan, que les escupen. A lo mejor es verdad. Aunque lo
fuera, ¿justifica esa actitud una carga policial?. El Jefe de la Policía de la
Comunidad Valenciana dice que los manifestantes son "el enemigo". Los
políticos minimizan el asunto, chiquilladas, pelillos a la mar, seamos buenos
que estamos dando una mala imagen de España, a ver si nos van a confundir con
Grecia, con los griegos, esos vándalos que queman calles y edificios, a ver si
van a venir los de la troika o los de las agencias de calificación y nos
suspenden para septiembre, qué van a pensar los del Comité Olímpico
Internacional, que hay que celebrar aquí unos Juegos Olímpicos por cojones.
Todo mezclado, todo al revés. Todo confusión y simplificación y dicotomía y si
no estás conmigo estás contra mí.
Los jóvenes blanden libros y la
policía se queda quieta porque alguien ha dado la orden. Que no se nos
revolucione el personal que no está el país para revoluciones. La foto es
bella, una imagen vale más que mil palabras, un video en you tube acalla todo
análisis académico. Es bonito observar que los libros en papel todavía valen
para algo. La imagen con e-books no sería tan icónica. Los revolucionarios son
hijos de papá, estudiantes, universitarios, representantes de las clases medias
que no quieren perder los privilegios adquiridos por nacimiento. Y los obreros,
¿dónde están? ¿En las fábricas? ¿En los andamios? Ah, no, en la cola del INEM o
como se llame ahora. Pero tampoco, porque resulta que los obreros y la clase
media ya son lo mismo. Que los años noventa lo mezclaron todo. Que un
electricista o un albañil ganaba más que un médico, un profesor o un
empleadillo de banca. Que un técnico de FP tenía más curro y mejor que un licenciado.
Ahora todos a la calle, que para eso es nuestra y la pagamos con nuestros
impuestos.
(Continuará)
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