La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

sábado, 7 de abril de 2012

Mis Semanas Santas

Nací un domingo de resurrección, tan ariana que me adelanté un mes para nacer a mediados de abril. Nací de madrugada, hacia las tres, tal vez por eso siempre he sido nocturna. Se puede decir que esa fue mi primera Semana Santa. 

 Durante mi infancia siempre pasábamos la Semana Santa en Doña Endrina, un hotel de un pueblo de la sierra madrileña que era también el hotel de los veranos. Lo cerraron en 1986 para reformarlo y no volví cuando lo abrieron. Quise recordar aquel lugar como era entonces, como yo lo viví, como sale en las fotos. Me gustaba mucho pasar la Semana Santa allí porque nos juntábamos niños de diferentes edades y porque iba Óscar. Fue el primer chico que me gustó en mi vida. Jugábamos al escondite, al béisbol, a las cartas, a "beso verdad y atrevimiento" y otros juegos de besos. Él, dos años mayor, tonteaba conmigo y con otra a la manera en que tontea un chico de doce años con dos niñas de diez. Él se dejaba querer por las dos y nosotras nos odiábamos. En esas Semanas Santas - debieron de ser dos o tres como mucho - íbamos a misa el Jueves Santo y el Domingo de Resurrección. Íbamos todos, en el coche de algún padre, y después nos quedábamos por el pueblo, jugando en el salón recreativo. A mí me gustaba jugar a las máquinas, claro, pero también la misa porque era una oportunidad para poderme sentar al lado de Óscar, cuchichear durante la homilía y, sobre todo, para besarle en el momento de darnos la paz y desviar mi beso, como por descuido, de su mejilla a la comisura de sus labios. En esas misas me cosquilleaba el estómago y me palpitaba el corazón y mis pensamientos, ya con diez años, no eran ni castos ni puros. Durante algunos años Óscar me escribía cartas en las que me hablaba de dragones. Una vez me envió una foto, que aún conservo. Ahora veo en ella a un niño, pero entonces para mí era un chico mayor que jamás me besó como a mí me hubiese gustado. 

 El hotel cerró y seguimos yendo en Semana Santa a ese mismo pueblo, pero a otro hotel - el Arcipreste de Hita - en el que ya no había tantos niños. Recuerdo a los mayores jugando al dominó y al mus en la sala de cartas. Dos de aquellos señores, que a mí me parecían ancianos aunque por aquel entonces aún no lo fueran, eran Antonio Buero Vallejo y Fernando Vizcaíno Casas que, puedo dar fe, compartían mesa de juego. Nuestros padres repetían sus nombres con respeto y cierta reverencia y sabíamos vagamente que eran "escritores". Cuando en COU estudié a Buero y sus obras se me hacía raro haberle conocido y haber compartido juegos con su sobrina. 

 En una de aquellas Semanas Santas de tiempo cambiante, en las que tan pronto nevaba como llovía o lucía un espléndido sol de primavera, pregunté por el acto sexual y mi madre me habló de ello por primera vez, explicándome el asunto de manera muy gráfica con un enchufe en la habitación del hotel. 

 Después se acabó el hotel y pasábamos la Semana Santa en Madrid. Eran días de cine y de hacer trabajos de Literatura o de Historia, que había que entregar después de las vacaciones, sin que este concepto fuera muy respetado por profesores que siempre ponían deberes para los días que se suponen de descanso. 

 Recuerdo la Semana Santa de 1995. Tomaba el sol en la terraza y descubría "El Dorado" de Revólver, pensando en un chico al que había rechazado varias veces. Mi cumple cayó en Semana Santa y él me envió rosas desde la playa donde pasaba sus vacaciones. Volvió moreno y guapo y le dije que sí paseando por el Retiro un lunes de pascua. Con ese chico, que fue mi novio durante tres años, pasaba la Semana Santa en una casa que tenía en Santa Pola. Él siempre volvía moreno y yo no.  

La Semana Santa de 1998 nevó en la Gran Vía y yo recuperé una amistad perdida que unos meses después se hizo amor. Con ese amor pasé una Semana Santa en Santiago de la Ribera. Recuerdo pasear a su perro bajo la luna, comer arroz en el club militar y ser absolutamente feliz. 

 Entre 2001 y 2003 pasaba la Semana Santa en Cuenca y Denia. En Cuenca hacía mucho frío, nunca dormía con mi novio y asistía a procesiones que no me interesaban. Pasé una noche de helada y lluvia por ver las famosas turbas o procesión de los borrachos y no me acuerdo de si mereció la pena. 

 En Denia recuerdo una Semana Santa con la casa sin muebles, esperando las camas y la nevera, comiendo jamón con queso y pan a la luz de una bombilla sentados en un zapatero de Ikea. Y una lluvia torrencial. 

 En 2006 cumpleaños feliz en Valencia. No paseé bajo la luna llena pero hubo una noche de risas compartidas en la cama, a las tantas, hablando sin querer dormir. No sabía, entonces, lo que vendría después. 

 En 2007 lloraba y estudiaba. El dolor tras la pasión duró meses. Ese abril yo estudiaba y echaba de menos, sin poder evitarlo, sin saber cómo. 

 En 2009 la generosidad de dos hombres que me dieron una lección de lealtad, confianza, libertad y amor me permitió pasar la Semana Santa en Cádiz. Disfruté mucho y me sentí muy afortunada. Conocí muchos lugares bellos, en la más grata de las compañías. Gané un amigo y un amor. Quiero creer que en ese momento lo era. Al menos yo lo sentía. El amor se fue, el amigo perdura.

 En 2010 alguien me dio plantón, imagino que yo daría plantón a alguien. Y seguía estudiando como si no hubiera un mañana porque esta vez no había plan B ni otra oportunidad. 

 Este año un amigo ha cocinado bacalao en Viernes Santo. 

Y yo cada vez disfruto más de quedarme en Madrid durante estos días. Es un alivio no tener que estar pendiente del tiempo, de los atascos, de las huelgas aéreas. Cada vez más amigos se quedan. Y yo no sé si es que me hago mayor o más sabia pero en Semana Santa no viajo, gracias.


1 comentario:

kika... dijo...

Me ocurre igual. Y la de 2012, además, la hemos pasado un poquito juntas...

besos,
K