La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Noches

Denia. Noche de verano.


Ayer me di cuenta de que, en número de horas, las noches de verano son las más cortas del año. Pero, en la práctica, son las más largas. Se viven, se disfrutan, parecen interminables, uno aguanta hasta el amanecer y la tarde anterior queda lejos. Invitan, incitan, excitan.

Las noches de verano empiezan en primavera, con la templanza de las temperaturas suaves, con la manga corta y las cazadoras ligeras, con las faldas sin medias, con los zapatos abiertos, con las uñas de los pies pintadas de colores, con el aroma de promesas en el aire. Siguen con las vacaciones, trasladándose a otros lugares donde por unos días todo es distinto y hasta posible: mares, playas, ciudades, pueblos. Lunas resplandecientes en cielos despejados, lluvia de estrellas. Barbacoas, fiestas, bailes, cenas en terrazas. Pieles morenas y vestidos ligeros, pies descalzos, perfume de azahar, deseo, anhelo, melancolía o calma en las horas sin reloj. Las noches estivales regalan la necesidad de gozar, cada uno a su manera, unos en el ansia y otros en el descanso. O en ambos, según la cosecha sentimental de cada año o el día de la semana.

A partir de mediados de septiembre las noches se alargan en minutos pero se vuelven hostiles. No invitan a soñar, sólo a dormir. A recogerse y protegerse del frío. Hay otoños que regalan noches templadas, pero son tan imprevisibles que a uno se le escapan y no hay manera de acertar: o se tiene frío o se pasa calor. O las dos cosas. Y poco a poco se van afilando, acerándose con la oscuridad, alargándose hasta cubrir la tarde desde bien temprano. La noche en invierno se vuelve enemiga. Ataca en cada esquina de la calle. Empuja hacia dentro, repele las ganas de salir. Corta, apuñala, aísla. Viento, lluvia, nieve. El frío en los pies que impide el sueño, la nariz congelada, las manos que han perdido el calor. La helada nocturna vence al abrigo, a las ganas, al aliento que se convierte en humo, en vaho, en nada.

La última noche del año se alarga de manera artificial, como si fuera única, como si en unas horas se pudiera acumular la felicidad perdida durante los 365 días anteriores, como si no celebrarla equivaliera a despreciar la alegría, como si no festejarla nos hiciera más viejos. Aunque sepamos que en esa noche nada cambia, que las noches verdaderamente importantes no suelen coincidir con las fechas establecidas, con las fiestas programadas. Que en las noches de boda los novios no follan porque acaban demasiado cansados o demasiado borrachos. Que las noches especiales lo son porque esconden la sorpresa de lo inesperado.

Y que el año, en realidad, empieza en otoño. Después de las vacaciones, con el nuevo curso, cuando las noches vuelven a ser las horas de dormir antes de ir a trabajar. O las horas de trabajar antes de ir a dormir. Que hay noches para todos los gustos, de muchos colores. Aunque no sean de verano.

Madrid. Noche de invierno.

3 comentarios:

NOVA dijo...

ahora llegan otro tipo de noches. Tiempo de recogimiento, manta y charlas de otoño.

Microalgo dijo...

Sí que empieza en otoño, sí.

Un beso, Dama ETDN.

NáN dijo...

No temas. La naturaleza sabe lo que se hace. Somos nosotros los que no sabemos.