Apenas nadie escribe ya cartas manuscritas. Ni postales. Se han impuesto la inmediatez y ubicuidad del correo electrónico. Es más rápido. Es más cómodo. Llega al instante. Escribir una carta requiere tiempo y esfuerzo. Enviar una postal es engorroso: hay que buscar una de nuestro gusto, encontrar un sitio donde vendan sellos, localizar un buzón en la que depositarla, cada vez más escasos. En los viajes relámpago en los que se han convertido las vacaciones de muchos, uno llega antes que la carta, que la postal. Se vive tan rápidamente la estancia en el lugar de destino que tampoco se le ocurre a uno con qué rellenar el espacio en blanco.
Se ha perdido el encanto de las cartas. Su versión electrónica no es comparable. En los mails no se suele profundizar. Se escriben y se leen rápido, se prestan a la superficialidad, al chiste, al tono simpático o informativo. Un mail largo resulta extraño. Además, los mails tienden a eliminarse una vez leídos. Productos de consumo rápido, condenados a no permanecer. Asuntos personales mezclados con spam, con temas de trabajo, con avisos del administrador del correo, con notificaciones del banco. Todo con la misma tipografía, el mismo aspecto. Cruel e injusta homogeneización. Hasta las cartas que llegan al buzón, cada vez más escasas y portadoras de malas noticias para el bolsillo (pago de hipotecas, extractos de tarjetas de crédito, recibos...) o simple publicidad, se diferencian en algo más que los correos en la bandeja de entrada.
Hubo un tiempo en que el tiempo de los veranos se medía por las cartas y postales recibidas de familiares, amigos y compañeros/as de curso. Y los inviernos por las cartas gestadas al calor de un amor de verano, de las amistades fraguadas en un campamento, en un curso de verano en el extranjero o en la urbanización de la playa. ¿Quién no se ha ofrecido a hacer recados sólo para tener la excusa de comprobar si el buzón alojaba la carta tan deseada de ese/esa amante estival o la postal enviada desde algún lugar remoto?
Las cartas, las postales, poseen el encanto de los objetos que pueden coleccionarse. Son bienes tangibles. Pueden tocarse, releerse, guardarse para ser redescubiertas desde el futuro que una vez imaginamos y que ha llegado demasiado pronto. Tienen la huella de un tiempo, de una determinada persona. ¿Quién no se ha emocionado al reconocer una caligrafía en un remite?. Están vivas. Dicen mucho de quien las escribió. El tipo de papel, la manera de distribuir las letras, de respetar o apurar los márgenes, el color de la tinta, la pulcritud o el descuido en el doblez. La firma reconocible. El guiño de las postdatas. Mucho de todo eso se ha perdido. Un emoticono no es comparable a lo que expresa una carta.
Yo misma me declaro culpable de optar por el correo electrónico cuando deseo escribir a los amigos. Y me resulta hasta cierto punto vergonzoso decirle a alguien que me escriba una carta como las de antes, pudiendo intercambiar correos o hablar por el messenger. Pero en verano me queda la excusa de las postales. Pedir una postal a alguien que viaja fuera de España no resulta tan raro. Y me siento afortunada al seguir recibiendo algunas. No hay emoción comparable a la de descubrir una postal entre las cartas del banco. Y anhelo que no se pierda tan entrañable costumbre, que no desaparezca ese pequeño gran placer.
Se ha perdido el encanto de las cartas. Su versión electrónica no es comparable. En los mails no se suele profundizar. Se escriben y se leen rápido, se prestan a la superficialidad, al chiste, al tono simpático o informativo. Un mail largo resulta extraño. Además, los mails tienden a eliminarse una vez leídos. Productos de consumo rápido, condenados a no permanecer. Asuntos personales mezclados con spam, con temas de trabajo, con avisos del administrador del correo, con notificaciones del banco. Todo con la misma tipografía, el mismo aspecto. Cruel e injusta homogeneización. Hasta las cartas que llegan al buzón, cada vez más escasas y portadoras de malas noticias para el bolsillo (pago de hipotecas, extractos de tarjetas de crédito, recibos...) o simple publicidad, se diferencian en algo más que los correos en la bandeja de entrada.
Hubo un tiempo en que el tiempo de los veranos se medía por las cartas y postales recibidas de familiares, amigos y compañeros/as de curso. Y los inviernos por las cartas gestadas al calor de un amor de verano, de las amistades fraguadas en un campamento, en un curso de verano en el extranjero o en la urbanización de la playa. ¿Quién no se ha ofrecido a hacer recados sólo para tener la excusa de comprobar si el buzón alojaba la carta tan deseada de ese/esa amante estival o la postal enviada desde algún lugar remoto?
Las cartas, las postales, poseen el encanto de los objetos que pueden coleccionarse. Son bienes tangibles. Pueden tocarse, releerse, guardarse para ser redescubiertas desde el futuro que una vez imaginamos y que ha llegado demasiado pronto. Tienen la huella de un tiempo, de una determinada persona. ¿Quién no se ha emocionado al reconocer una caligrafía en un remite?. Están vivas. Dicen mucho de quien las escribió. El tipo de papel, la manera de distribuir las letras, de respetar o apurar los márgenes, el color de la tinta, la pulcritud o el descuido en el doblez. La firma reconocible. El guiño de las postdatas. Mucho de todo eso se ha perdido. Un emoticono no es comparable a lo que expresa una carta.
Yo misma me declaro culpable de optar por el correo electrónico cuando deseo escribir a los amigos. Y me resulta hasta cierto punto vergonzoso decirle a alguien que me escriba una carta como las de antes, pudiendo intercambiar correos o hablar por el messenger. Pero en verano me queda la excusa de las postales. Pedir una postal a alguien que viaja fuera de España no resulta tan raro. Y me siento afortunada al seguir recibiendo algunas. No hay emoción comparable a la de descubrir una postal entre las cartas del banco. Y anhelo que no se pierda tan entrañable costumbre, que no desaparezca ese pequeño gran placer.
13 comentarios:
En realidad ni he leído este post largo, sólo he entrado para decirte que te quiero un güevo de pato y que abrimos el Sur cuando tú quieras. ¿Te recogemos en septiembre?
eso de los posts largos tiene su miga. Yo sí me lo he leído. Y te doy toda la razón.
Varias veces he intentado con amigos volver a la carta (y algunas he recibido y enviado).
Recuerdo que cuando era pequeño el cartero llegaba hacia las 10:30, con varias cartas para mi madre. Las leía en una mesa e inmediatamente las contestaba todas, dedicando a eso hasta las 12:30 aproximadamente.
Las cartas quedaron clasificadas en cajas.
Otra historia.
Nos acomodamos, la vida ahora es "más fácil". Cómo predicaba un anuncio de electrodomésticos "si esto te lava la ropa, esto te la seca, este otro aparato te guisa mientras se lavan los platos, ¿qué vas a hacer con el tiempo que te sobra?". Desde luego no a escribir cartas y menos de puño y letra.
Pudiera ser tal vez que el problema radique en los borrones, quiero decir, cuando escribes una carta quieres que quede lo mejor posible, que las palabras sean las precisas, pero surgen los tachones de lo pongo, no lo pongo, que la afean. Y cuando se escribe una carta se intenta hacerla con el corazón y la mente dictándote cada palabra, pero de manera directa, sin borradores que le quiten sentimiento (es decir, que quieres escribirla en un momentito). Así pues, cuando surge un borrón puedes hacer dos cosas: dejarlo o repetirlo. Tareas que a más de uno pueden conducirlo al hotmail y la comodidad del "si no te gusta, lo borras".
El hotmail y derivados serían como las calculadoras en la escuela, el gps del coche o elrincóndelvago para el estudiante: son la vía rápida y sin errores para una vida "más fácil".
Mmmmmuá.
Yo solía escribir muchas cartas. En primero de carrera, durante el curso, escribí ciento trece (contadas). En los años posteriores ya sólo escribí a los que me iban contestando. Bueno, no había correo electrónico a mano, entonces.
Una mujer me prohibió una vez que le escribiera más cartas (tal vez me puse un pelín tórrido, es cierto). Aún estoy esperando que me levante el castigo.
Y no tiene Usted postales de Cádiz, ¿no?
Hummm... eso debe tener remedio.
Un beso, guapetona.
Mmmmmuá.
Yo solía escribir muchas cartas. En primero de carrera, durante el curso, escribí ciento trece (contadas). En los años posteriores ya sólo escribí a los que me iban contestando. Bueno, no había correo electrónico a mano, entonces.
Una mujer me prohibió una vez que le escribiera más cartas (tal vez me puse un pelín tórrido, es cierto). Aún estoy esperando que me levante el castigo.
Y no tiene Usted postales de Cádiz, ¿no?
Hummm... eso debe tener remedio.
Un beso, guapetona.
Ops. Tartamudeo. Borre usted uno.
Comparto una por una tus palabras, Etdn. Hemos logrado convertir la comunicación en algo frio porque... la emoción de pasar tus dedos por la letra de la persona que te ha enviado una carta o una postal, dice mucho de la añoranza y del querer compartir vivencias.
Tengo un amigo en mis enlaces que se llama Fede y es una persona que escribe maravillosamente y es entrañable, que dice lo mismo que tú.
Te aseguro que D/M las próximas vacaciones que tenga, si me das tu dirección, tendrás más de una postal.
Palabra de hermana mayor.
Miles de besos, corazón.
Pues los post hay que leerlos, aunque sean largos, dama de Gondal, que cuesta musho parirlos, joé. (lea al menos el de La ciudad del viento, joia). Se os quiere, you know. Ya ajustaremos fechas septembrinas.
Otros tiempos, Nán. Hay costumbres que no deberían perderse. Nos vemos en ná.
DDK: Es que los borrones forman parte de las cartas, también. Soy gran amante de lo imperfecto.
MICROALGO: Umm, ¿y es usté tan excesivo en todo?...Claro, si a esa muchacha castigadora le escribía usted las cartas repetidas, como le ha pasado en este blog, pues no me extraña que tuviera que restringir su ímpetu epistolar... Besos dobles.
MALENA: Qué alegría tenerte de nuevo por aquí, te echaba de menos. Eso está hecho. Cuidate. Un beso gordo.
bienvenida...y que razón tienes...tengo muchas postales...pero a veces no recuerdo quienes son las personas que me las enviaron....el tiempo...besos.
Eso me pasa por decir la verdad y no completar la información. Leí el post de "En la ciudad del viento" y me dije: hala ¿así que estuvo en Cádiz y no llamó? Y luego pensé: "ah, no, si lo del bochornoso episodio del joyo, que dirían por aquí, lo viví en primera persona. Y ese fue el mismo día en el que dijo que debía esconderse para hacer algo y luego lo hizo delante de todos y ..." Y pensé: "ésa es mi niña, pero ¿y lo que la queremos a ella?".
Y ya sabes que compartimos a Quique y para vergüenza suya, quiero decir aquí que Nacho no me ha grabado aún los hits de Etdn. Mecagonelcalvo.
Qué razón llevas...aún tengo varias cartas guardadas...
Un beso ETDN
el inconveniente frente a tantas ventajas en cuanto a la cantidad e instantaneidad de los mensajes en la distancia es estar a un click de la desadmisión. [adivina...]
un comentario con final feliz,con una sonrisa encantada de tener la tuya siempre dispuesta.
muuá
Es cierto, ETDN. Hace tiempo, mucho, demasiado, que no asoman entre los papelotes bancarios los paisajes mirados por otros ojos y que muchas veces nos acercaban recuerdos viajados.
Lejos están los días vividos en Barcelona..los primeros meses, pero los he revivido recientemente; momentos escritos que ahora duermen clasificados en una bolsa y que hace muy poquito he vuelto a leer. Cartas diarias, ETDN, que escribí a quien ahora es mi marido y que, a vuelta de correo, contestaba..
Ya ha desaparecido el callito en el dedo corazón de la mano derecha, fruto de tantas nocturnas letras..
Un placer leerte.
Besos.
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