La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

viernes, 28 de diciembre de 2007

Una Nochevieja cualquiera II

(Continuación)


Momentáneamente ensimismado por lo que acababa de experimentar, L tardó en darse cuenta de que le temblaba la entrepierna. No solía usar el móvil en modo vibrador, y la sensación, aparte de desconocida, era bastante desagradable. Descolgó rápidamente, incluso sin sacar el teléfono del bolsillo, para acabar con ese insoportable zumbido. Era inútil, no se oía nada. Instintivamente, se salió del barullo de la barra para intentar reconocer la voz del otro lado del aparato. Atravesó la pista como pudo, sujetando con una mano el móvil sobre su oreja derecha y con la dichosa bolsita en su mano izquierda, espanzurrada ya, perdiendo confetti por momentos y dejando un lamentable rastro de serpentinas, matasuegras y collares hawaianos a su paso.

Cuando se dio cuenta, estaba ya fuera del local. Seguía sin oír nada y tardó un buen rato en asimilar que se había cortado o que simplemente al otro lado habían colgado. Pero el frío sí lo sentía. Estaba en mangas de camisa y envidió a los que llevaban abrigo. Empezaba a temblar y le alivió bastante comprobar que no era el único al que le había pasado algo parecido. Uno, algo más listo, por lo menos se había quedado con la bufanda. Se fijó en el tipo, le resultó curioso. No llevaba corbata, pero llevaba bufanda. Le gustó la combinación. Bueno, más bien pensó que era el tipo de estilo que a Laura le volvía loca y se imaginó a sí mismo con una simple camisa blanca y una bufanda. Seguro que a ella le encantaría. Volvió a mirar al tío y pensó que también el tío le volvería loca. La imaginó dando grititos, muriéndose de amor por ese perfecto desconocido sólo porque llevaba una camisa blanca sin corbata y una bufanda gris, contándole a él que ese era el tipo de tíos que le gustaban, que si se le cruzaba uno así era capaz de cualquier cosa. Suspiró al evocarla e inmediatamente se cabreó al pensar que ella estaría con su novio consultor pasando una Nochevieja inolvidable en un hotel de lujo en París, mientras él estaba solo en una discoteca abarrotada de gente ridícula e incómodamente vestida sólo porque era Nochevieja. Ni siquiera. Estaba en la calle, con un frío del carajo y encima ahora tenía que esperar toda esa enorme cola para volver a entrar.

Un pitido le vibró entre las piernas. Era un mensaje. Por un momento se le aceleró el corazón, pensando que podía ser de Laura. ¡Se había acordado de él en Nochevieja, y encima estando con su novio, desde París!. Temblando – más bien de frío, pero también podía ser de emoción – se llevó la mano al bolsillo y muy lentamente, para hacer más duradero ese momento, para saborearlo a cámara lenta, para captar todos los detalles, para vivirlo intensamente y luego evocarlo una y otra vez y revivirlo todo - hasta el frío -, sacó el teléfono, acariciándolo suavemente, tratándolo con la delicadeza que se merecía como probable portador de extraordinarias sensaciones. La ilusión se desvaneció sin ni siquiera poder hacerse real. El mensaje era de Roberto. “Atsko pa rato.flz año tio.ns vms”. Le ponía enfermo la manía por economizar en los mensajes de móvil. ¿Por qué no podía la gente escribir como Dios manda?. ¿Qué quería decir: “nos vemos” o “nos vamos”?. El cabreo y la decepción le envalentonaron para poner en práctica uno de los Corolarios al decálogo de cuatro puntos: que tú no cueles a las chicas en las colas no quiere decir que ellas no puedan colarte a ti.

Así que le echó morro y consiguió avanzar al menos cinco puestos. Intentó que el gorila de la puerta le dejase pasar, alegando que él estaba dentro del local. Lo único que consiguió fue un lacónico: “Ya no” gutural y primario, mientras una mano enorme le oprimía el pecho y la otra enganchaba y desenganchaba con pasmosa habilidad el cordón de terciopelo rojo para dejar pasar a chicas y más chicas por su cara bonita. Así que volvió a la cola oficial, que no avanzaba, compuesta en su mayoría por quinceañeras panolis en su primera Nochevieja, pintadas como puertas y mascando chicle de hierbabuena para disimular el mal aliento y chicos en mangas de camisa, mientras la otra cola, la de los chicos con pajarita y las señoritas con peinados imposibles se renovaba rápidamente.

Al cabo de media hora estaba otra vez dentro. Parecía que la barra estaba algo más despejada, y, una vez pertrechado con su Passport Coca Light – empezó a aficionarse a la coca cola light para poder compartir las copas con Laura, para la que era inconcebible cualquier otra bebida, hasta que descubrió que el dulzor de la light potenciaba el sabor del whisky y además le hinchaba menos, lo que aceleraba la capacidad de ingestión de copas– se dispuso a ¿disfrutar? de la noche. No le gustaba salir solo. De hecho nunca había salido solo. Pero allí estaba. Pensó tomárselo con calma, saborear la copa tranquilamente, como en los anuncios, sin prisa. Pero era demasiado tarde, ya se la había bebido.

A la tercera empezó a relajarse. Hubiera bailado, le molaba la salsa, era una lástima que ya no le gustara bailar. Procuraba no pasar demasiado rato en el mismo sitio. No quería dar la impresión de ser el típico colgado, o el baboso de turno que no hace nada más que mirar cómo se les mueven las tetas a las tías mientras bailan. Aunque la verdad es que desde hacía un rato lo era. Debería haber advertido el peligro, pero cuando se dio cuenta era demasiado tarde. Una cabecita loca se abalanzó sobre él, intentando hacerle bailar. ¡Horror!. Era una de las quinceañeras a las que había dado palique en la cola. Sin poder hacer nada para evitarlo, se vio rodeado por cuatro cabezas con sus correspondientes melenas agitándose sin control, cuatro bocas aullando una letra que no se parecía nada a la canción original, ocho brazos – que parecían dieciséis – manoseándole, pretendiendo que se moviera al ritmo de la música. ¡Por favor, un poco de respeto! Era la canción que siempre escuchaba con Laura en el coche, que ella tarareaba con fervor, con los ojos cerrados, sin acordarse de la letra, desafinando bajito, una escena que le producía tanta ternura que siempre aprovechaba que ella tenía los ojos cerrados para tocarle un muslo, o rozarle un pecho, o pasarle un dedo por los labios. A ella le encantaban este tipo de gestos, tan inocentes, tan tiernos, tan amistosos y él se conformaba con materializar al menos esa mínima parte de lo que de verdad quería hacerle.

Salió huyendo literalmente de aquel grupo de perturbadas y se refugió en el servicio, a ver si aliviaba un poco la tensión acumulada. Otra cola, montón de chicas que se querían colar y aplicación a rajatabla del Decálogo de cuatro puntos. Un grupito de féminas que cuchicheaba mirando en la misma dirección atrajo su atención y quiso averiguar qué tramaban. A veces le divertían este tipo de juegos privados con los que creía penetrar en el complejo y siempre inexplicable mundo femenino. La observación trabajada durante años le permitía distinguir y reconocer ciertos comportamientos de las mujeres, especialmente cuando iban en grupo, y pocas veces se equivocaba. Hablaban de un tío, sin duda. Les molaba. Más. Les excitaba. Él estaba dentro y ellas esperaban a que saliera.

Divertido y curioso con el juego, también L tenía ganas de que saliera el tipo en cuestión que tanto deseo despertaba en esas bellas mujeres. ¡Vaya!, pero si era el de la bufanda, el tío que le gustaba a Laura. Qué éxito con las tías, ¿no?. ¿Era para tanto?. Tenía un cierto estilo, pero no parecía ser el típico tío bueno. Definitivamente estaba celoso.

“Perdón”. Sintió la voz muy cerca de su oído, a su espalda. Suave, sensual, dirigida única y especialmente a él, envolviéndole en terciopelo. Le pareció que unos labios apenas si le rozaban la oreja, como haciéndole cosquillas. Y otra vez esa sensación, ese cosquilleo electrizante que le sacudió desde la cabeza a los pies. Esta vez sí era real. Notó cómo unas manos le moldeaban la cintura y las hubiera entrelazado de inmediato si no se hubiera quedado como petrificado, incapaz de cualquier movimiento. Sintió el roce de una falda primero y la presión de un cuerpo femenino después. Cuando quiso volverse, sólo quedaba el eco de una risa envuelta en un vestido rojo y prendida de una melena morena y rizada, que se esfumó detrás de una camisa blanca y una bufanda gris.

Tal fue la intensidad de aquella sensación que fue incapaz de hacer uso del urinario, y decidió que necesitaba otra copa. Una vez conseguida – a estas alturas la camarera ya le servía sin necesidad de pedir – buscó un sitio adecuado, asegurándose de que la pandi de las quinceañeras en celo no andaba cerca, e intentó relajarse. La música no ayudaba. ¿Tenía que ser Lambada? Hacía más de diez años que esa canción había pasado de moda y no la escuchaba desde hacía siglos, pero le traía recuerdos bastante perturbadores. Solía bailarla con una chica de la sierra, en verano, y, aunque más bien se limitaba a dejarse llevar, todavía recordaba aquellos movimientos tan calientes, tan sensuales... ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era posible? ¡¡¡Se le había olvidado su nombre!!! Pero lo que tenía muy claro es que no había vuelto a bailar así con nadie. Tuvo que dar un trago largo a la copa para apaciguar sus recuerdos y cerró los ojos para dotar de mayor intensidad al gesto.
(Continuará)...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

sigo pensando que L. no está teniendo una noche afortunada... pero todo puede mejorar :p

un beso!

Sandra Garrido dijo...

Se te da muy bien la prosa, me has hecho meterme de lleno en la historia, una nochevieja típica, todo el mundo felicita aunque no te conozca , nos ponemos ropas absurdas que no van nada con nuestro estilo, peinados incómodos, lugares hasta los topes, que al final suelen ser aburridos y agobiantes. Y que decir de L, parece que le persigue su fantasma ¿logrará ver el rostro de la morena de rojo? ¿ será el hombre de la bufanda el reflejo de quien le gustaría ser a él? ...
espero el desenlace de esta historia y que el año nuevo trate bien a L

Un abrazo

Fernando dijo...

uff!!...mientras no acabe en el Hospital...todo va bien..besos.

aunqueyonoescriba dijo...

quiero masss, he leído del tirón las dos partes y necesito maaaaaaaaaaass!!! dime que termina algo más que borracho...

Mi Chica dijo...

...seguimos la historia...