No eran todavía las dos y ya había colas en todas partes: en el ropero, en el baño y, por supuesto, en la barra, hacia la que L intentaba abrirse paso. Sus amigos tardarían en llegar un rato y pensó que era mejor matar el tiempo en la barra con una copa en la mano que dar vueltas solo por el local como un pringado.
Ya se sentía bastante ridículo con el traje y la corbata, más el collar hawaiano del cotillón que le había ensartado por la cabeza una belleza pelirroja nada más entrar en el local mientras le gritaba ¡¡¡¡¡FELIZ AÑOOOOOOOOO!!!!! y le incrustaba el pitido del matasuegras en su oreja derecha. Al menos había pillado bolsita de cotillón; lo vivió como un triunfo, aunque no sabía muy bien por qué. La bolsita de papel celofán sin asas era un coñazo, le estorbaba y no acertaba a agarrarla bien; el frío del papel le daba grima y el chirridito que notaba bajo su mano le ponía nervioso. Pero seguramente se hubiera sentido peor al rechazar el tesoro que le ofrecía aquel escote de sonrisa roja y rizada, que consiguió enternecerle al desearle feliz año con tanta efusividad. Probablemente era su trabajo, pero que aquella cara de anuncio, maquillada y sonriente, le abordara con ese entusiasmo sin conocerle de nada y le estampara sobre el pecho la bolsita de colorines brillantes le dejó sin defensas; era el tipo de cosas que le desarmaban, que le inutilizaban para cualquier intento de resistencia o negativa, por mucho que odiara las malditas bolsitas de cotillón.
Había conseguido situarse en segunda fila, utilizando la bolsa - ya completamente arrugada, aplastada y rota por un costado – a modo de escudo para abrirse paso y estaba punto de alcanzar la disputada barra. Era el momento de emplear los codos, arma indispensable para apartar al gordo sudoroso que le hacía sombra por su derecha y bloquear a la rubia de bote que intentaba colarse por la izquierda. Aprovechando un descuido del gordo, que se despistó saludando a un colega, ocupó su lugar y logró apoyar la diestra en el pegajoso borde de plástico negro. Pero la rubia resistía, haciéndose fuerte gracias al perifollo de su moño, que sobresalía de manera calculada justo a la altura del ojo izquierdo de L, y a la envergadura del bolso, rígido y pertinaz, clavándose en su costado.
L, que en líneas generales se consideraba galante con las féminas, tenía una máxima – el decálogo de cuatro puntos, como él lo llamaba orgullosamente, regocijándose en la gracia de su propia ocurrencia - que procuraba cumplir a rajatabla, consiguiéndolo casi siempre: en las colas, en el autobús en hora punta (tanto a primera hora de la mañana como, sobre todo, a la vuelta de un agotador día en la oficina), en los atascos y delante de una barra, NUNCA hacía distinción de sexos ni de edades. Por mucho que protestara la viejecita de turno en el autobús, o le pusiera ojitos de cordero degollado la conductora novata al intentar meter el morro del Polo en “su” fila, o desplegara su mejor sonrisa una morenaza para que le pidiera la copa, no cedía al chantaje femenino.
Así que se escoró totalmente a su izquierda, apoyándose en la peliteñida para impedirle el paso, mientras por la derecha le empujaba una mata de rizos hilarantes en su intento de zafarse de unos ojos saltones con pajarita que atacaban su cuello, su mejilla y sus labios poniendo morritos babosos. M. recibía empujones y codazos por los flancos y la retaguardia, resistiendo los envites estoicamente, casi sin dolor, su cuerpo ya inmune a los golpes, concentrado en un único objetivo: alcanzar la barra blandiendo la entrada en la mano para que la camarera cogiera la suya y no otra, y en ese preciso momento gritar bien fuerte: “Passport Coca Light”.
Un escalofrío le electrificó de pies a cabeza cuando sintió aquel roce. Fue un contacto leve, fugaz, pero intenso. L se volvió, pero sólo quedaba ya un aroma de mujer que hubiese podido aspirar durante el resto de su vida sin cansarse. Antes de desaparecer, tragada por la pista de baile, L acertó a distinguir el suave balanceo de la falda de un vestido rojo y el movimiento de una melena negra y rizada, que se perdieron para siempre entre los otros cuerpos.
Ya se sentía bastante ridículo con el traje y la corbata, más el collar hawaiano del cotillón que le había ensartado por la cabeza una belleza pelirroja nada más entrar en el local mientras le gritaba ¡¡¡¡¡FELIZ AÑOOOOOOOOO!!!!! y le incrustaba el pitido del matasuegras en su oreja derecha. Al menos había pillado bolsita de cotillón; lo vivió como un triunfo, aunque no sabía muy bien por qué. La bolsita de papel celofán sin asas era un coñazo, le estorbaba y no acertaba a agarrarla bien; el frío del papel le daba grima y el chirridito que notaba bajo su mano le ponía nervioso. Pero seguramente se hubiera sentido peor al rechazar el tesoro que le ofrecía aquel escote de sonrisa roja y rizada, que consiguió enternecerle al desearle feliz año con tanta efusividad. Probablemente era su trabajo, pero que aquella cara de anuncio, maquillada y sonriente, le abordara con ese entusiasmo sin conocerle de nada y le estampara sobre el pecho la bolsita de colorines brillantes le dejó sin defensas; era el tipo de cosas que le desarmaban, que le inutilizaban para cualquier intento de resistencia o negativa, por mucho que odiara las malditas bolsitas de cotillón.
Había conseguido situarse en segunda fila, utilizando la bolsa - ya completamente arrugada, aplastada y rota por un costado – a modo de escudo para abrirse paso y estaba punto de alcanzar la disputada barra. Era el momento de emplear los codos, arma indispensable para apartar al gordo sudoroso que le hacía sombra por su derecha y bloquear a la rubia de bote que intentaba colarse por la izquierda. Aprovechando un descuido del gordo, que se despistó saludando a un colega, ocupó su lugar y logró apoyar la diestra en el pegajoso borde de plástico negro. Pero la rubia resistía, haciéndose fuerte gracias al perifollo de su moño, que sobresalía de manera calculada justo a la altura del ojo izquierdo de L, y a la envergadura del bolso, rígido y pertinaz, clavándose en su costado.
L, que en líneas generales se consideraba galante con las féminas, tenía una máxima – el decálogo de cuatro puntos, como él lo llamaba orgullosamente, regocijándose en la gracia de su propia ocurrencia - que procuraba cumplir a rajatabla, consiguiéndolo casi siempre: en las colas, en el autobús en hora punta (tanto a primera hora de la mañana como, sobre todo, a la vuelta de un agotador día en la oficina), en los atascos y delante de una barra, NUNCA hacía distinción de sexos ni de edades. Por mucho que protestara la viejecita de turno en el autobús, o le pusiera ojitos de cordero degollado la conductora novata al intentar meter el morro del Polo en “su” fila, o desplegara su mejor sonrisa una morenaza para que le pidiera la copa, no cedía al chantaje femenino.
Así que se escoró totalmente a su izquierda, apoyándose en la peliteñida para impedirle el paso, mientras por la derecha le empujaba una mata de rizos hilarantes en su intento de zafarse de unos ojos saltones con pajarita que atacaban su cuello, su mejilla y sus labios poniendo morritos babosos. M. recibía empujones y codazos por los flancos y la retaguardia, resistiendo los envites estoicamente, casi sin dolor, su cuerpo ya inmune a los golpes, concentrado en un único objetivo: alcanzar la barra blandiendo la entrada en la mano para que la camarera cogiera la suya y no otra, y en ese preciso momento gritar bien fuerte: “Passport Coca Light”.
Un escalofrío le electrificó de pies a cabeza cuando sintió aquel roce. Fue un contacto leve, fugaz, pero intenso. L se volvió, pero sólo quedaba ya un aroma de mujer que hubiese podido aspirar durante el resto de su vida sin cansarse. Antes de desaparecer, tragada por la pista de baile, L acertó a distinguir el suave balanceo de la falda de un vestido rojo y el movimiento de una melena negra y rizada, que se perdieron para siempre entre los otros cuerpos.
(Continuará)
4 comentarios:
Espero que le vaya mejor a L. en la segunda parte porque está muy jodido para conseguir una copa...
así, con este cuento, me llena mi plan para la nochevieja... de momento
por cierto, me he hecho un blog personal de variedades, está manga por hombro todavía (http://adriannp.blogspot.com/)
Feliz año y pásalo bien!
Estoy esperando la segunda parte!!
Felices fiestas ETDN!!
Muakis.
¿Por qué un perfume nos puede transportar a otro lugar? Espero que L pueda pasar una magnífica nochevieja.
Un beso, Etdn.
Intriga en Nochevieja....esperando el desenlace...
¡Feliz Nochevieja y un buen Año Nuevo!
Un beso ETDN.
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