La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 4 de abril de 2016

CUADERNO DE NUEVA YORK (VI). DENTRO DEL CORAZÓN, EN EL CENTRO DEL MUNDO

No estoy muy seguro de ese maravilloso regalo que es Nueva York.
¿Y si no fuese más que un sueño, que un experimento prodigioso,
que un avatar, que un renacimiento efímero, que un purgatorio magnífico?
Paul Morand


Miércoles y aún mucha ciudad por descubrir. Desayuno rápido en el Dunkin Donuts de enfrente del hotel, más que aceptable. Contra todo pronóstico, el café es bueno y de tamaño gigante. Parada en la Biblioteca Pública de Nueva York. En el hall hay una lectura de Valeria Luiselli. Ella habla, el sonido no es muy bueno, no entiendo apenas lo que dice. Gente de pie en el hall, escuchando. Me habría quedado, es una de las autoras de mi lista de lecturas pendientes. Apenas he leído algún artículo suyo, varias reseñas, menciones de otra gente y creo que me gustará. Pero hoy tampoco es pronto, son ya las 12 de la mañana, y no me apetece quedarme allí sin saber muy bien de lo que habla, sin entender. Subimos al primer piso y la sala de lectura principal (Rose Main Reading Room) está cerrada por obras, así que poco más queda por ver. Subimos al segundo, pero no hay nada interesante, salvo el propio edificio en sí. Decidimos no perder más tiempo y nos vamos, un poco decepcionados.





Siguiente parada: Times Square. De día no impacta tanto como de noche pero sigue siendo impresionante. Nos quedamos un buen rato. Dejamos que la cámara de Love is On de Revlon nos haga una foto y esperamos a vernos en la pantalla gigante, como niños disfrutando en un parque de atracciones. Todos nos ven, pero nadie nos conoce. Y nada importa salvo este momento, esta travesura, este recuerdo. Esta realidad irreal que permanecerá en la memoria. Este estar en el corazón del mundo.













El irrefenable magnetismo de las pantallas, de las tiendas, otra vez. Fotos para Nuria de la tienda de M&M´s. El interior fascina aún más. Pasamos una hora dentro. Otro parque de atracciones. No compramos nada, por no ir cargados todo el día y porque dejaremos las compras para más adelante, pero acumulamos caprichos en nuestra lista de deseos. De nuevo me rindo ante el sentido del espectáculo, del marketing de las tiendas y los museos de Manhattan.



Seguimos por la calle 44, de camino al Intrepid Sea&Space Museum, en el muelle 86 del río Hudson. Me gusta esta zona de casitas bajas de ladrillo marrón. Estamos en Hell´s Kitchen, que para nada hace honor a su nombre, al menos en esta zona. Pasamos por delante del Actor´s Estudio, y me complace la casualidad de encontrar lugares famosos sin andarlos buscando. Otra vez vuelve la ciudad a hacerse barrio y capto una imagen curiosa: un camión de reparto antiguo aparcado sobresaliendo de la boca de un garaje con el conductor dormido, doblado sobre el asiento, con las piernas encima del volante, haciendo una uve. Sigo coleccionando fotos de mi Nueva York, que probablemente nadie más tiene.





El día está raro, a ratos frío y a ratos calor, ahora sol, ahora nublado. Atravesamos la Novena, la Décima, la Once, abandonando el glamour de la zona central de Manhattan. Fábricas, garajes, rascacielos, anuncios, pero sin ningún encanto. Sólo el Hudson le da algo de belleza a la zona.



El Intrepid es un museo dentro de un portaaviones. J. disfruta como un crío y yo le hago fotos en diversos simuladores. La parte que más me gusta es la de arriba, la exposición de aviones antiguos, y las tiendas. Sudadera molona de la NASA como regalo de cumpleaños. El transbordador espacial Enterprise me resulta un timo. Y vistos de cerca todos esos aviones y cacharros espaciales parece mentira que puedan mantenerse en el aire o en el espacio sin desintegrarse. Son como de juguete. Estoy cansada y un poco agobiada para meterme en el submarino, así que espero fuera.




























Comemos en el Uncle Nick´s, un restaurante griego en la Novena. Comida agradable y tranquila. Volvemos paseando hasta la Quinta. Entramos en la catedral de San Patricio y no nos parece gran cosa. Que venimos de España y hemos estado en Notre Dame, en Praga, en Budapest. Merienda en la chocolatería Godiva. A mí se me antojan unas fresas cubiertas de chocolate que tampoco están tan buenas para lo caras que son. Me paso un buen rato gruñendo porque debí haberme pedido helado. Hay patinadores en Rockefeller Center.




No hay mucha cola para el Top of the Rock, la azotea del edificio Rockefeller. De nuevo el espectáculo, dentro y fuera. Ya ha caído la noche sobre Manhattan. Festival de luces, la ciudad que nunca duerme extendida en millones de lucecitas blancas y amarillas. Un decorado inabarcable, inmenso, irreal. Pero ahí está, con la aguja azul del Empire State y la blanca del Bank of America y la verde del de H&M, y la cúpula del Edificio Chrysler, y el MetLife y la mancha oscura de Central Park, y los puentes sobre el East River. Hacemos la misma fotografía mil veces, un poco incrédulos, para tener pruebas de que efectivamente estuvimos allí, de que fue real, temerosos de que esa vista se desvanezca como las imágenes de las pantallas de Times Square, fugaces y repetitivas, instantáneas y líquidas, verdad y mentira a la vez, a las que, ya en tierra, hacemos fotos repetidas como si fueran a desaparecer en cualquier momento.





Deberíamos cenar, pero no tenemos hambre porque hemos comido tarde y recorremos varias tiendas de souvenires y de ropa. Cumplimos, como buenos españolitos, con nuestro buen rato en la tienda de Levi´s. Más cansancio que ganas de comer. Nos metemos en una especie de pub-bar con buenas cervezas y buen ambiente y acabamos pidiendo una ensalada. Enorme y con muchas calorías, claro.

De vuelta, pasamos por delante de The New York Times. Foto-fetiche de periodista en su puerta.


Llegamos al hotel rendidos, arrastrando los pies, sin fuerzas ni ganas de una copa en la azotea. Nueva York tiene mil formas de matarte. 






1 comentario:

J. dijo...

Nadie nos reconoció, pero por la reacción de los demás, no creo que nos olviden, como nosotros tampoco lo haremos. No creo que vayamos a conocer a alguien que haya hecho lo mismo. Otra anécdota única que contar y ya son varias.

El Intrepid fue una pasada, tu paciencia inmensa. Es verdad que no podía evitar montarme en cada cosa, pero es que nunca más estaré en la cabina de un caza o una cápsula espacial. El compartir eso contigo fue una experiencia brutal y, bueno, qué voy a decir de la chaqueta, me encanta y tampoco pasa desapercibida.

Me gusta mucho saborear de nuevo el viaje con tu crónica, por favor, no lo abandones.