La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL HOMBRE DEL PIANO (Relato)



Rescato un viejo relato del taller. El tema era escribir un relato basándose en una canción. Lo rescato con cierto oportunismo porque acabo de enterarme que hoy ha sido el cumpleaños de Billy Joel.

***

Los hombros del joven pianista languidecen bajo el peso de una chaqueta que le viene grande y la pajarita ahoga su nuez prominente. Esboza una sonrisa un poco bobalicona sin venir a cuento y ejercita los dedos de las manos, moviéndolos arriba y abajo, como tentáculos que no acabara de controlar. William apura el vaso de un trago y antes de que levante la vista el camarero ya le ha preparado el siguiente whisky.

-John, ponle una copa al muchacho.
-Gracias, señor, pero no bebo estando de servicio.

William ríe ante la gravedad del chico, que parece tomarse su trabajo muy en serio.

-¿Es que eres policía? Tus dedos responderán mejor con un poco de líquido, chico. Y tu mente también.
-No, señor. No bebo, ya se lo he dicho.

William bebe desde que tiene memoria. Lo anterior fue la infancia, de la que ni se acuerda. Después, la música y el vaso indefectiblemente unidos a la diversión, a las chicas y al dinero. El éxito vino más tarde y duró demasiado poco, como la juventud y las amistades que volaron cuando la fama se esfumó y no hubo billetes con que esquivar el fracaso.

-¿Y cómo aguantas?
-¿Aguantar el qué, señor?
-Todo. La juventud, el piano, la vida.
-A mí me gusta tocar el piano. Y creo que a la gente le gusta lo que toco. Además me pagan por ello.

Hay arrogancia en el muchacho. Y puede que no le falte ambición. Es tan joven que puede permitírselo todo y creérselo todo también.

-¿Cómo te llamas, chaval?
-Michael, señor. Michael Corniff.
-¿Desde cuándo tocas?
-Desde que era pequeño.
-¿Y qué tocas?
-De todo, señor. Lo que me piden.

Los aplausos embriagan más que el whisky. William lo sabe bien. El alcohol disipa y divierte, invita a enloquecer y a olvidar, pero su efecto es efímero; pasa y como mucho deja dolor de cabeza, de estómago y de huesos. La borrachera que proporciona el aplauso del público es una sensación única, intensa y diferente cada vez, permanece y engancha como la peor de las drogas; se busca, se desea, se necesita con desesperación una vez se ha probado. Y cuando desaparece se añora como un amor perdido.

-¿Cuántos años tienes, Mike?
-Es Michael, señor. Mi nombre es Michael. Michael Corniff. Diecisiete.
-Toca algo, muchacho.
-No puedo. Aún no son las nueve. Empiezo a tocar a las nueve.

William pide otro whisky. El joven burócrata que se dice pianista le desconcierta. Él se recuerda apasionado, un poco atolondrado, nervioso e impaciente en sus primeras actuaciones, en tugurios no muy distintos a este. Cómo olvidar las ganas y el ímpetu de entonces, cuando todo era novedad y descubrimiento. Cómo olvidar la inseguridad que cosquilleaba los dedos y martilleaba la cabeza después, al repasar los fallos, las imprecisiones. El afán de perfección que de manera implacable siempre acababa mostrando su reverso de culpa esculpida en alguna de las caras de las monedas, pocas, que los parroquianos echaban al bote. El deseo de impresionar mezclado con el impulso de ser original y la obligación de demostrar talento, aportando algo suyo, por mínimo que fuese, a los temas de siempre. Y, por encima de todo, la ilusión. La ilusión de sentarse al piano cada noche y sentirse vivo.

El local empieza a llenarse de parejas de mediana edad, algunas más jóvenes, y grupos de veinteañeros atraídos por la novedad de asistir a un espectáculo pasado de moda. Gente muy correcta, de clase media, de costumbres programadas.

El repertorio incluye temas modernos y clásicos de los últimos treinta años, junto a alguna melodía de siempre, todo instrumental. El chico solo toca, no canta. A mitad del espectáculo sale una chica que pone voz a las canciones.

William, que hace mucho tiempo fue simplemente Bill, se siente extraño y fuera de lugar. Hace una seña y el camarero le sirve la siguiente copa.

-¿Qué ha sido de nosotros, John? ¿Qué fue de tu sueño de ser actor? Nunca te vi en ninguna película. Paul escribió una novela que nunca publicó y se suicidó a los cuarenta. Dave se volvió loco en la guerra. ¿Y aquella camarera rubia? Nunca debí dejarla escapar. Creo que estaba enamorada de mí.

El camarero corre a atender a otro cliente, en el extremo opuesto de la barra.
La gente aplaude correctamente, sin entusiasmo, la actuación.
William levanta la voz de viejo borracho.

-Eh, muchacho. ¿Conoces Piano man? Tócala para mí.