Denia, 8 de agosto de 2012
Tal vez haya acabado el tiempo de los veranos en los que se
esperaba algo, o todo. Emociones, viajes, amores, ilusiones que echarse a la
piel bronceada, al pelo más rubio, al brillo en los ojos y la miel en los
labios.
Dejar de esperar significa no ser nunca más joven. Quizá la
madurez consista en esperar cada vez menos de todo, incluso de los veranos,
hasta no esperar ya nada excepto la muerte. Recrearse en la nostalgia más que
en el anhelo.
Con la edad se gana sabiduría: aprendes a negociar con el
tiempo, con las expectativas, con la realidad, hasta alcanzar un equilibrio
razonable. La felicidad se va acercando a una sensación de plenitud, de haber
aprendido a no necesitar nada más, a no esperarlo y que sea suficiente. La
calma. La paz. La placidez de la no espera. La tranquilidad de vivir sin ansiar
nada en concreto, pero no sin la esperanza de que algo puede surgir en cualquier momento.
La renuncia a la diversión impuesta, a la exigencia de
aprovechar el tiempo de vacaciones, a la proyección de expectativas cegadas por
el sol, la temperatura, las noches, empapadas del ideal/irreal de las revistas
de moda, los anuncios de la tele, las series de televisión. La obligación de
felicidad como el lastre que nos impide disfrutar de lo que podemos tener.
Los veranos de la edad adulta son menos tiempo de espera y
más un paréntesis en el tiempo. Unas semanas suspendidas en el calendario, un
tiempo de irrealidad, de irresponsabilidad también. El trueque del frenesí por
la lentitud. Suspender la vida social, no preocuparse por nada, por nadie.
Desconectar del mundo. Vivir al ralentí, sin reloj ni obligaciones. Que hasta
las emociones den pereza. Preferir la tranquilidad a la aventura.
En Madrid todo es distinto. El ritmo se acelera, las
expectativas se multiplican. Te adaptas a las rutinas y no al revés.
Qué estupor ante los sentimientos que uno no elige.
1 comentario:
El verano, Marina, esa pausa cada vez más ácida que lucha por cambiarle el PH a nuesta memoria. De momento veo que te defiendes y veo que me defiendo. Feliz otoño.
Un abrazo.
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