La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

martes, 23 de septiembre de 2014

FIN DE VERANO RARO

Duermo en otoño soñando veranos
buscando la luna que se escapa entre mis manos
-Juan Pardo. ¿Quién es es loco?-


Septiembre es un mes raro porque todo acaba y a la vez todo está a punto de empezar. Nos renovamos promesas que no cumpliremos, nos permitimos imaginar nuestra mejor versión en un futuro siempre a punto de comenzar a la vuelta de la esquina, del día, del mes, para conjurar la añoranza del verano que agoniza y alejar el recuerdo de todo lo que arrastramos antes de que la luz de agosto lo diluyera en sus tardes de nunca acabar. 

Llega a su fin este verano raro de placeres interrumpidos, noches urbanas de azotea y mojito, lecturas de madrugada que dispararon la imaginación y el deseo, tardes de exposiciones y paseos por Madrid, besos intempestivos, fotos secretas, piscinas, hospitales, preocupación y espera combatidas a fuerza de brazadas contra el agua, dos súper lunas llenas a las que dirigir plegarias para aliviar la incertidumbre, una felicidad inesperada donde menos podía pensar y el fondo de perplejidad que late cuando apenas podemos creer que nos pase justo lo que nos está pasando, que algunos de nuestros temores cobren vida y se instalen en la realidad de cada día, la presente y la futura, no dejándonos más alternativa que plantarles cara y prepararnos para resistir una lucha que se prevé dura y aún así se desea larga.


Ya está aquí el otoño y seguiremos soñando veranos, lunas que se escapan de las manos, procurando no volvernos locos, mantener la calma y cuidarnos de las trampas: las de la realidad y las de la imaginación. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

VUELVE LA LLUVIA


Miércoles 17 de septiembre de 2014


Hoy ha vuelto la lluvia a Madrid y toda la melancolía de septiembre de golpe. En el camino de vuelta a casa el reproductor de música escupe canciones antiguas que traen recuerdos no convocados y reavivan nostalgias pasadas, presentes y futuras. Los Secretos, Revólver, esas otras vidas que creí dejar atrás pero que a veces vuelven y se proyectan en este ahora de tránsito, de cambio de estación y de piel. Sigo dejando mis huellas en los sobres de las cartas que no escribo, me muerdo los dedos para no teclear mensajes a destinatarios que no desean recibirlos, que ya no piensan en mí, que quisieron olvidarme. 

Jabois escribe sobre Boyhood y me brota toda la emoción que no sentí mientras la estaba viendo. Uno no elige cuándo ni cómo le llegan los sentimientos o las emociones.  A veces el clímax de un momento no se produce mientras se está viviendo, sino cuando es procesado, recordado. Es entonces cuando adquiere significado, cuando explota y lo llena todo, no dejando sitio para nada más.

En Boyhood se suceden las despedidas. Y caigo en la cuenta de que en el fondo la vida es eso: una sucesión de despedidas, un dejar atrás casas, amigos, objetos, lugares donde fuimos (a ratos felices, a ratos infelices, pero fuimos). La gente suele decir que hay que atrapar el momento, pero yo creo que es justo al revés: son los momentos de la vida los que nos atrapan a nosotros. Como si siempre fuera ahora mismo. Momentos. Los momentos que se quedan en nuestra memoria, sin que sepamos por qué unos recuerdos permanecen y otros no. Eso es Boyhood. Eso y más. Es recordarnos que las decisiones que tomamos afectan a otros. Que cuando somos pequeños nuestra vida la marcan otros, padres, profesores, sin que tengamos mucho margen de acción. Que son las elecciones a las que no damos importancia las que pueden llegar a ser importantes. Y que las decisiones que creemos trascendentes con el tiempo se matizan y pueden revertirse.

El tiempo. Esa sensación tan subjetiva y a la vez el más real de nuestros condicionantes. Mientras veía la película pensaba que ojalá Mason no creciera más y a la vez quería verlo crecer. Imagino que es algo que los padres sienten toda su vida sobre los hijos. En esta entrevista , el propio Linklater dice que Boyhood podría haberse titulado Paternidad. Esa madre que ve a su hijo de 18 años irse a la universidad y le reprocha su alegría por marcharse, mientras ella siente cómo su vida se vacía. Como espectadora, veía a Mason de pequeño, guapo, bueno, ingenuo y, cual guardián entre el centeno, quería preservarlo así. Iba creciendo y en cada edad tenía su encanto. Esa es la genialidad de Linklater. Darnos la posibilidad de verlo crecer y hacerse más libre, más consciente de sí mismo, más capaz de tomar sus propias decisiones, de tener sus propios pensamientos. Y sus propias vivencias. En sus etapas de infancia sus vivencias son también de otros (su madre, su hermana, sus hermanastros, su padre). A medida que se hace mayor sus experiencias se van haciendo íntimas. Sus diálogos con las chicas, con cada una de ellas, son sólo suyos. Su mirada, a través de la fotografía, también. Impagable el diálogo con el profesor en el cuarto de revelado. Claves de vida que a ciertas edades no siempre escuchamos o estamos preparados para comprender.

El poso que deja Boyhood es a posteriori. Me vienen ahora escenas, gestos, que en la proyección me dejaron indiferente. No puedo parar de escuchar su banda sonora, y echo de menos en ella las canciones que el personaje de Ethan Hawke (para siempre Jesse) compone para sus hijos. Y, sí, lloré en esas escenas de road movie con esta canción de fondo, que habla de la importancia de dejar marchar a las personas que amamos cuando ellas quieren volar lejos, cuando necesitan salir a vivir otras vidas. Nuestra necesidad de ellas no va a cambiar sus deseos, ni sus ambiciones. Y entonces es mejor dejarlas ir, aunque se lleven una parte de nosotros, aunque nos dejen a solas con nuestro vacío.


domingo, 14 de septiembre de 2014

PIEL DE VERANO



El cuerpo aún caliente de sol y la piel dorada de mar, sudando sal, suave y bella como se pone al final de cada verano, ese único par de semanas al año que se vuelve terciopelo y guante, caramelo puro.

El efecto visible durará apenas unos días más y después no quedará más que anhelo del color del verano, de ese tacto que se perderá con el otoño, con los días cortos y las noches frías. En nada volverá la palidez y la aspereza, la imperfección que habrá que camuflar con maquillaje y artificio, la luz mortecina que azulará las venas y helará la sangre. La necesidad de esconder sustituirá al impulso de mostrar y todo será más triste.

Desaparecerá el brillo en los ojos, la posibilidad y la promesa, el horizonte del viaje y el descanso. El mar quedará lejos, las piscinas cerrarán, las terrazas nos esperarán en vano y se hará más difícil caminar cuando el viento nos abofetee en la cara. Habrá que esconder las manos para que no se nos congelen y los bolsillos se volverán piedra. 

Los atardeceres cada vez más tempranos y los amaneceres fríos anticipan el fin del verano, aunque los días aún nos hagan creer que no se acabará nunca. El sol nos ciega y la luna nos engaña, pero se nos aparecen desplegando belleza y seguimos teniendo esperanza porque la alternativa es la ausencia de vida.