La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 2 de marzo de 2020

MEMORIAS DE 2019.MARZO


(Resistí. Me reconstruí. Me reinventé. Renací. Mi nueva vida empezó el 1 de marzo de 2019. Y empezó así)

MARZO

Celebro mi primer día de trabajo diurno comiendo en un italiano, yo sola, y me siento casi adulta. Café y copas con L., C. y J. en una terraza hasta el anochecer, cena improvisada y vuelta a casa 16 horas después rendida y feliz.  Poder hacer esto un viernes es un lujo que casi ni me creo.

***

Disfruto del primer sábado libre de mi nueva vida recién estrenada. La primavera se ha instalado en Madrid y Ray Loriga presenta novela en Tipos Infames. La presentación está bien, brindo conmigo misma con botella de cerveza decorada con dibujos de San Patricio y me voy sin saludarle y sin que me firme el libro. Prefiero pasear por Malasaña, empaparme de sol y del bullicio de la ciudad, sentir que hay vida los sábados y que yo participo del espectáculo.




Bajo por Espíritu Santo. Durante un tiempo, con 15 años de retraso, estas calles me pertenecieron. Ahora, 10 años después, vuelvo a no reconocerlas. Paso por La Pródiga: de día casi no duele. Me resulta más extraño que La Tetería de la Abuela haya cambiado el nombre, que La Buena ya no exista, que La Independiente durara tan poco. El paisaje ha cambiado y tal vez yo también. O quizá no, quizá sea ese el problema: todo cambia y nosotros no. Nos resistimos a las transformaciones, que no siempre nos hacen más sabios, sólo más viejos.

Cruzo San Bernardo y bajo por Noviciado, hasta el Palacete, otra punzada que trato de ignorar y sentir a partes iguales, vacunándome contra un pasado feliz. No hago caso de los consejos y vuelvo a esos lugares, como si recordar quién fui allí diera algo de plenitud a mi vida, tan vacía ya de casi todo.

Aperitivo con L. y con su padre en El Cangrejero, que a pesar de tener fama de tirar unas de las mejores cañas de Madrid sigue sin convencerme. Caminamos por la plaza de las Comendadoras, cruzamos Dos de Mayo conversando sobre la última de Landero,  tomamos el vermú en Casa Camacho. A la salida una chica  de dulce acento latinoamericano nos pide que le hagamos una foto con su amiga. Es una polaroid y la foto sale impresa al instante, como hace mucho, mucho tiempo. Nos ofrece hacernos una, pero le queda poco papel y sólo nos da una copia. Un momento inesperado inmortalizado para siempre en soporte material. Eso que antes llamábamos fotografías y elegíamos con cuidado porque los carretes eran finitos y el revelado no era barato. La facilidad con que ahora hacemos fotos y las almacenamos en móviles, ordenadores y en eso que se hace llamar 'la nube' (¿hay algo más volátil y efímero que una nube?) para quizá no volverlas a ver nunca más pasada la euforia del momento o del repaso para subirlas a alguna red social hace que pierdan su valor. No se aprecia lo que se tiene fácil o gratis. La cantidad camufla la calidad, la abundancia resta valor a lo que debería ser único.



Comemos en la creperie de San Vicente Ferrer, tratamos de tomar un café que no nos sirven en la plaza de Olavide, acabamos en el sitio de siempre de Álvarez de Castro. L. se recoge pronto con no sé qué excusa y a mí no me apetece irme ya a casa. Me compro una camisa vaquera en el Zara de Fuencarral, vuelvo andando y de buen humor, hago fotos nocturnas, estoy agotada y satisfecha, siento que he aprovechado el sábado.

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La alegría continúa durante toda la semana. El lunes quedo con mi madre a comer, sin la angustia de tener que ir a trabajar después. El martes al salir del trabajo me tomo un pincho de tortilla en Casa Manolo de Princesa, bajo hasta Plaza de España, subo Gran Vía y decido quedarme a comer un bocadillo con vistas a Callao que me sabe a gloria. Trato de grabar estos momentos para no olvidar la sensación de libertad, para no acostumbrarme demasiado pronto, para que cuando se vuelvan rutina no deje de apreciarlos. Porque pienso que este estado de euforia es pasajero, que este subidón bajará tarde o temprano, que dentro de un tiempo empezaré a quejarme de madrugar o de ir en metro. Y cuando eso pase quiero recordar esta felicidad, esta plenitud, esta liberación.


                                              


Hace un marzo que parece junio y he recuperado una energía que la oscuridad de los últimos años había sepultado. Saco ropa de verano, preparo la terraza para empezar a habitarla, Tomar café al sol entre semana es para mí una novedad, un regalo que aún no asimilo del todo.

 Alguien pregunta en un chat "¿Nos vamos a Londres esta Semana Santa?" y digo sí. La posibilidad de viajar no surge a menudo y yo no quiero perderme nada. Lo planteo en el trabajo y no hay ningún problema. La vida llama a vida.

Ahora puedo improvisar planes que llevan a otros. Café de viernes con L. en Olavide del que surge un reencuentro con V. y una cena de sábado con gente nueva.

Sábado veraniego que decido aprovechar. Me acerco a Chueca a la charla de Sol Aguirre sobre Nueva York y descubro la maravillosa librería que es Amapolas en Octubre y a su dueña Laura. Un sitio al que volver mil veces, a mil cosas. Me paso por el outlet de Salvador Bachiller y me compro una bolsa de viaje para Londres. Vuelvo a casa a comer atravesando un Paseo del Prado tomado por independentistas catalanes que vienen a manifestarse a Madrid. Incomprensible y extraño, un espectáculo digno de ver, que estoy viendo, que puedo ver. 



Como, tomo el sol y me preparo para ir de cena. Es increíble lo que puede cundir un sábado. Lo había olvidado. Al igual que el arreglarme para salir un sábado fuera del barrio, de La Sala Manca o de alguna casa. Arreglarse para salir, ese concepto perdido en la sucesión de sábados malgastados de los últimos años. Estoy tan contenta que hasta cojo el metro para llegar puntual.

Con V. es como si no hubiera pasado el tiempo. Disfruto de conocer más a C. y a P. Noche distinta, agradable. De nuevo la vida más allá de círculos cerrados.
Domingo de resaca. Me llama N. para comer y no puedo con mi alma pero voy. He decidido no perderme nada de lo que pueda surgir.

***

Lunes 18. Comida con mis padres, celebración adelantada del Día del Padre; caminata atravesando el Retiro hasta Casa de América. Presentación del libro de Pedro Mairal. Llego pronto y buscando el aseo me parece verlo en una de las salas contiguas a la de la presentación. Está solo, mirando por la ventana al jardín. Me tienta la idea de acercarme y decirle algo, pero no me atrevo por si interrumpo algún momento de intimidad ritual o algo parecido antes de la presentación. Fabulosa charla. Él es ameno y cercano, el editor de Libros del Asteroide también. He ido todo el día cargada con sus dos libros anteriores, más el que acabo de comprar, y me da vergüenza que me los firme todos. Se lo cuento, bromeamos, le confieso también la escena anterior y me dice que simplemente estaba esperando al editor. Las películas mentales que nos hacemos a veces condicionan nuestra manera de actuar de una manera absurda. La dedicatoria que me escribe hace referencia a eso.
Estoy cansada y se ha levantado frío en Madrid, pero he pasado tan buen rato que quiero prolongar el día y quedo con L. a tomar una caña en La Fábrica de Génova. Es un sitio bonito. Disfruto de la espera, de la cerveza, de la charla con L., de poder hacer estas cosas un lunes.





No sigo rutinas y cada día es distinto. Paseo Madrid, busco calzado cómodo para Londres, compro ropa. Me cunde la vida.




Participo en lo que antes era ajeno. Organizamos la despedida de E., cuya jubilación ha sido una bendición para mí. Me gusta formar parte, relacionarme con gente distinta. Disfruto de cosas que he despreciado durante veinte años. Terminamos a media tarde y quiero prolongar el día. Me voy andando a casa desde Diego de León. Cae la noche y al cruzar doctor Castelo asoma una luna enorme y amarilla, plena y redonda. Disfruto del espectáculo, me tomo una caña yo sola en Martín, porque me apetece y punto. Quiero beberme el tiempo ahora que vuelvo a tener esa sed.