La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

viernes, 24 de febrero de 2012

¿DE QUIÉN PODEMOS FIARNOS? (II)




Hace poco un amigo me preguntaba qué periódico debía leer para estar "bien" informado. Mi trabajo consiste en analizar la prensa. Leo todos los días diez periódicos. Seis nacionales de Madrid, dos catalanes y dos económicos. Y la respuesta es: ninguno. Todos manipulan, tergiversan, hinchan u ocultan en función de sus intereses ideológicos y/o económicos. Vale que eso ha pasado siempre, en menor o mayor medida. Pero antes la prensa era fiable. "Lo dice el periódico", proclamaban nuestros padres y abuelos. Era un referente, una garantía de veracidad. Se respetaba el oficio y el rigor periodístico. Todo eso está desapareciendo. Los periódicos forman parte de grandes multinacionales o de fondos de inversión, los mismos que especulan con la deuda y la Bolsa. Los directores son casi desconocidos o carecen de credibilidad, conocidos sus tejemanejes, sus filias y sus fobias. La línea ideológica de los editoriales bascula según el día o la circunstancia política. Los jueces antaño buenos ahora son malos y viceversa. Al presidente que se ayudó a caer se le elogia ahora que ha dejado el puesto. No me pueden merecer respeto ni credibilidad unos periódicos que, durante las protestas del 15-M "exigían" al entonces ministro de Interior que impidiera a la gente manifestarse, que hiciera actuar a la policía. Ni los que en sus editoriales sobre lo ocurrido en Valencia consideran que todo ha sido "una tormenta en un vaso de agua amplificada en las redes sociales", la "cobertura exagerada de ciertos medios" y la "teatralización de algunos en su intento de rentabilizar la conflictividad social"(lo dice el diario que dirige ese señor con tirantes). O "una campaña de presión de los partidos de izquierda" que pretenden "helenizar la calle" (esto lo proclama el periódico monárquico). O que hablen de "violentos altercados instigados por grupúsculos estudiantiles" que "forman parte de la estrategia de la izquierda radical" y adelante que "irán en aumento en los próximos meses y se extenderá a diversas ciudades con la excusa de los recortes educativos o laborales" (es de chiste que este diario, que se hace llamar LA RAZÓN, en el mismo editorial hable de "manipulación de los hechos" por parte de "los dirigentes socialistas" en contra del Gobierno de Rajoy). Pero tampoco me lo merece una cabecera, se supone de prestigio, seria y de izquierdas que tiene trabajando a becarios en condiciones ilegales, realizando trabajos que no les corresponden por el sueldo que les pagan. O a un director de periódico supuestamente "progresista" o de izquierdas que considera "excelente para España la imagen de miles de jóvenes que llenan las plazas armados con libros" y que realiza purgas en su propio diario, dando muestras de tolerancia como esta, al denigrar a un colaborador que él invitó a irse del diario y que ahora escribe en otro periódico. Menos mal que la plantilla de PÚBLICO, que ha seguido sacando el periódico todos los días a pesar de no saber si iban a cobrar o si al día siguiente irían todos a la calle, devuelve la dignidad al periodismo. (Hace unas horas se confirmaba la noticia del cierre de la edición en papel de PÚBLICO. Una mala y triste noticia para el periodismo y la sociedad. Con todos sus defectos y una postura ideológica tan clara que en ocasiones no ha estado a la altura de objetividad que cabría esperar, esta cabecera era un contrapunto a la prensa que padecemos. De nuevo los trabajadores, que han demostrado competencia, solvencia, paciencia y profesionalidad en condiciones extremas, son las víctimas de una mala gestión y de este mundo al revés en el que vivimos).

La información, el análisis, el contraste hay que buscarlo en las redes sociales, en los blogs, en las revistas digitales (la mayoría de ellas con colaboradores que escriben sin recibir remuneración a cambio). Los columnistas de los diarios resultan, en general, viejos funcionarios tan acartonados como el papel en el que destilan sus letras rancias, al ritmo de viejos clichés y mantras que de tanto repetirlos dan por buenos. Alguna pluma joven y con chispa asoma de vez en cuando, pero compartiendo páginas con impresentables como Salvador Sostres (a este me da la gana nombrarlo, porque un individuo así no merece una columna en un diario nacional, y sólo por este hecho (bueno, y por algunos más, y no me refiero a los tirantes), su director no me merece respeto). Y aún así, internet también es una trampa. Se usan fotografías falsas, que no corresponden a los hechos que supuestamente se denuncian. Se abusa del fotomontaje fácil, de los eslóganes tendenciosos y pegadizos que la gente, llevada por el entusiasmo, la amistad o la agilidad con el ratón, reproduce a veces sin pensar. Que aquí también se da el borreguismo. Se dan versiones sesgadas, interesadas o simplemente personales que muchos toman por "información veraz". Hay que saber buscar, distinguir. Y, aún así, no resulta fácil sacar conclusiones que expliquen las realidades que vivimos, ciertos movimientos sociales. Los cambios se producen de manera tan rápida, tan compleja y tan global que no pueden analizarse en toda su magnitud. Queremos respuestas rápidas y completas, que probablemente no hay. Ante la incomprensión, se tiende a la simplificación. A interpretaciones apresuradas porque siempre hay alguien que requiere explicaciones, que exige responsabilidades, que busca culpables. Es difícil no sentirse manipulado, por unos y por otros. Resulta tarea heroica mantener las propias convicciones, no dejarse arrastrar por un lado ni por otro, mantenerse libre.


En estos tiempos de incertidumbre, si es que hay alguno que no lo sea, y para los que hace tiempo desterramos la religión como tabla de salvación, quizá sólo nos queden ya unas cuantas series de televisión con las que evadirnos de nuestra propia vida, un puñado de buenos libros a los que volver, otros tantos por descubrir, y algunos símbolos que aún nos emocionen, que nos hagan sentir que en algún sitio hay esperanza, y ganas, y posibilidad de cambiar las cosas. Una imagen que nos haga soñar, como esta, como la de los jóvenes estudiantes que se enfrentan al "orden establecido" cuando éste pretende imponerse por la fuerza sin otras armas que los libros. Los eslóganes del 68 ya no sirven. Estos son otros tiempos, con sus propias imágenes. Nuestros nietos nos mirarán con condescendencia al relatarles viejas historias que creerán que nada tienen que ver con ellos, sin saber que se equivocan. 


                                                                       Foto: Kai Försterling (EFE)

jueves, 23 de febrero de 2012

¿DE QUIÉN PODEMOS FIARNOS? (I)


Fotografía de portada de EL PAÍS (22-02-2012)
Autor: Kai Försterling (EFE)



Siempre consideré aquellas historias de mis padres como algo muy lejano, algo de tiempos remotos que me sonaba a prehistoria. Las carreras delante de los grises, los libros prohibidos, los conocidos encarcelados, la policía represora. Yo, con la democracia empapando el pensamiento y la ideología, la Constitución bajo el brazo y los programas de estudios, conocía una sociedad distinta. Pasado el susto del 23-F (del que hoy precisamente se cumplen 31 años), me crié en una sociedad libre, con sus partidos políticos, sus elecciones cada cuatro años, su variedad de periódicos y televisiones. Una sociedad en el que el mayor miedo era ETA. Crecí en un mundo en el que los etarras eran los malos y las Fuerzas de Seguridad del Estado los buenos, los héroes, los mártires.

Ahora, de pronto, el mundo ya es otro. En unos meses mi país ha cambiado tanto que es difícil saber qué suelo piso. ETA se debilita y está dispuesta a claudicar por unos cuantos escaños, que la sopa boba de la política es más cómoda que andar preparando atentados y huyendo a Francia o a Venezuela. La crisis nos azota a todos y vemos amenazados nuestros sueldos, nuestros trabajos, nuestras casas, nuestros ahorros. Tiempo de apretarse el cinturón. Las historias de hambre y miseria física y moral de la posguerra que nos contaban nuestros padres y abuelos vuelven redivivas, remasterizadas en versión 2.0 y narradas a través de las redes sociales con sus colorines y sus festivos fotomontajes en vez de en el blanco y negro del NODO. Ahora los malos son los banqueros, los políticos y esos funcionarios grises de la UE y el FMI que nos imponen recortes en aras del equilibrio fiscal cuyo concepto memorizamos y repetimos como loros sin comprender qué significa en realidad, para qué y a quién sirve. La señorita Rottenmeier de los dibujos animados de mi infancia es una señora alemana oronda y rubicunda llamada Angela Merkel. Sarkozy es un simpático franchute con buen gusto para las mujeres y un listillo que le baila el agua a la teutona para no quedarse fuera del pastel europeo. Estos antes eran buenos porque nos daban dinero para carreteras y aeropuertos y obras en los ayuntamientos. Y ahora nos lo quieren quitar todo porque hemos sido malos y hemos despilfarrado, hemos equivocado las inversiones y ahora sobran casas y falta trabajo, sobran trabajadores y falta industria que mantenga el país.


La próxima guerra será incivil, como todas, y no será ideológica (izquierdas contra derechas o al revés),  sino de clases (ricos contra pobres o al revés). A lo mejor la estamos viviendo y no nos damos cuenta. El sueño de la clase media se ha evaporado y lo mejor que se nos ocurre es salir a la calle con cartelitos ingeniosos, que para eso estamos en democracia, la calle es nuestra y tenemos derechos, según nos han hecho creer. Pero es que a lo mejor esas creencias ya no valen. Las manifestaciones y las multitudes con pancartas y aplausos silenciosos, o con libros como armas contra las cargas policiales son imágenes bellas. Poéticas y románticas. Nos emocionan, nos emocionamos. La fe mueve montañas y es poderoso el fervor de la masa. Uno se siente más fuerte si ve que hay miles o millones compartiendo el mismo desconcierto. Molan las redes sociales. Cada "me gusta" o retuiteo es una reafirmación personal. Nuestros egos no están solos, somos legión.



***




En mi infancia, incluso en mi adolescencia, la policía era sinónimo de seguridad, de confianza. Si te pasaba algo, podías acudir a ellos, con la policía cerca te sentías a salvo. Hoy, ahora, desde hace unos meses, desde el 15-M, la poli ya no es de fiar. Los antidisturbios pegan, apalean, cargan antes de preguntar. No hay derecho a defensa. De pronto, hay que protegerse de los que deberían protegernos. El mundo al revés. Unos estudiantes de instituto de Valencia protestan porque no tienen calefacción y cortan la calle para hacerse oír. Y la policía carga contra ellos. Los esforzados servidores de la ley dicen que los jóvenes les provocan, que les insultan, que les escupen. A lo mejor es verdad. Aunque lo fuera, ¿justifica esa actitud una carga policial?. El Jefe de la Policía de la Comunidad Valenciana dice que los manifestantes son "el enemigo". Los políticos minimizan el asunto, chiquilladas, pelillos a la mar, seamos buenos que estamos dando una mala imagen de España, a ver si nos van a confundir con Grecia, con los griegos, esos vándalos que queman calles y edificios, a ver si van a venir los de la troika o los de las agencias de calificación y nos suspenden para septiembre, qué van a pensar los del Comité Olímpico Internacional, que hay que celebrar aquí unos Juegos Olímpicos por cojones. Todo mezclado, todo al revés. Todo confusión y simplificación y dicotomía y si no estás conmigo estás contra mí.

Los jóvenes blanden libros y la policía se queda quieta porque alguien ha dado la orden. Que no se nos revolucione el personal que no está el país para revoluciones. La foto es bella, una imagen vale más que mil palabras, un video en you tube acalla todo análisis académico. Es bonito observar que los libros en papel todavía valen para algo. La imagen con e-books no sería tan icónica. Los revolucionarios son hijos de papá, estudiantes, universitarios, representantes de las clases medias que no quieren perder los privilegios adquiridos por nacimiento. Y los obreros, ¿dónde están? ¿En las fábricas? ¿En los andamios? Ah, no, en la cola del INEM o como se llame ahora. Pero tampoco, porque resulta que los obreros y la clase media ya son lo mismo. Que los años noventa lo mezclaron todo. Que un electricista o un albañil ganaba más que un médico, un profesor o un empleadillo de banca. Que un técnico de FP tenía más curro y mejor que un licenciado. Ahora todos a la calle, que para eso es nuestra y la pagamos con nuestros impuestos.

(Continuará)