En Nueva York, que
no sabe de nuestra memoria sentimental
ni de nuestro calendario, siempre es hoy
y todos los momentos valen.
- Enric González.
"Historias de Nueva York" -
Times Square no se puede describir. No hay palabras, ni
siquiera imágenes, capaces de transmitir la sensación de estar bajo su influjo.
Times Square es un hechizo, un decorado futurista, un tiempo y un espacio que
anegan todo lo demás, un paréntesis donde sólo existe la realidad irreal de
esas pantallas que proyectan mundos fabricados a medida, un festival de luces
de colores que inunda los ojos y la mente, Blade Runner, Gran Hermano, una
ráfaga de estímulos que cambian cada pocos segundos, que no paran nunca, que
están ideados para atraparte, que te secuestran para siempre.
No sé cuánto tiempo me quedé parada enfrente de la Estación
de Policía de la plaza, alucinando en colores (literalmente), sin poder repetir
otra cosa que "qué flipe", en bucle, sólo eso. "Qué flipe",
y la boca abierta, y los ojos aún más abiertos, deslumbrados por algo que no
había visto nunca antes, por un puñetazo físico y mental, por una conciencia de
aquí y ahora como no he sentido en ningún otro lugar, y a la vez un vértigo de
estar en un lugar que no es de este mundo, que no es de este siglo, que es real
e irreal de manera simultánea y con igual intensidad.
"Qué flipe", y el regocijo de J. ante mi asombro.
"Sabía que te encantaría", su felicidad y su risa, entre las ráfagas
y los destellos que bombardean mis sentidos.
El Bubba Gump Shrimp. "¿Eso es lo de Forrest
Gump?", pregunto, todavía alelada. J. me explica que sí, con la ternura y
paciencia que los padres emplean con sus hijos pequeños.
Hemos dejado guías y apuntes en el hotel y nos dejamos
llevar por la intuición, que nos lleva hasta la Octava. Obviamos el Shake
Shack, cuya cola llega casi hasta la calle, y nos decidimos por un genuino
restaurante americano, el Smith´s. Dentro, pantallas en todas las paredes del
local retransmitiendo un partido de béisbol, bullicio de sábado noche pero no
agobio (casi las 11 de la noche, es tarde para las cenas locales) y con más
cansancio que hambre - es nuestra cuarta comida del día: bocadillo en el
aeropuerto, comida y merienda en el avión - lo que más se agradece es el primer
sorbo de coca-cola. Sin saberlo, J. probaría uno de los sandwiches que más le
gustó de todo el viaje (cerdo en salsa, creo) y yo una hamburguesa clásica que
me supo a gloria. Hicimos del Smith´s nuestro restaurante neoyorquino de cabecera.
Volvimos dos veces más.
Sin saber que se trata de un local mítico, con más de 60
años de historia (un suicidio y un asesinato incluidos), que estuvo a punto de
desaparecer en 2014. Sus dueños lo cerraron por las deudas (la historia salió
en The New York Times), ante la consternación de sus fieles. Fue comprado por un exbombero y, al parecer, padre de una actriz famosa, cuya intención inicial
era redecorarlo de arriba a abajo. Pero ante la presión ciudadana y al
comprobar la devoción de sus parroquianos, decidió mantenerlo como estaba para
que los neoyorquinos pudieran recuperar uno de sus santuarios favoritos.
Reabrió sus puertas en febrero de 2015.
Espero que siga tal y como está en mi próxima visita a Nueva
York.
1 comentario:
Times Square bañándote de luz fue suficiente pago al largo trayecto. Volvería otra vez, y otra, solo por volver a ver tu cara de sorpresa. Siempre he pensado que nadie está preparado para encontrase algo así al llegar ahí y siempre impresiona, da igual el número de veces que se vaya.
Por cierto, el sándwich fue de cerdo asado a la barbacoa. Una delicia, todo sea dicho.
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