Madrid, 1 de agosto de 2012
Cuando hace viento la terraza
queda expuesta. Hay una especie de cortinas de tela de toldo, correderas. Pero
con el aire se mueven mucho, hacen ruido, parece que vayan a salir volando; no
merece la pena echarlas. Así que el edificio de enfrente queda a la vista. No
es un edificio bonito. No es una casa nueva, pero tampoco demasiado antigua.
Con los edificios me pasa como con las edades de la gente, no sé calcular. Años
setenta, quizá. La mayoría de las terrazas están cubiertas.
Justo enfrente de mí vive un
grupo de chicos. Tres o cuatro. Parecen estudiantes. Son extranjeros, no sé si
todos, creo que hay algún español. No tienen ni cortinas ni nada. (Yo ahora
tampoco, temporalmente, hasta que compre unas cortinas para el salón. Vestir
una casa requiere tiempo, no conviene precipitarse). Veo su salón. Sé cuándo
meriendan, cuándo cenan, cuándo hacen limpieza, cuándo no están en casa. Desde
mi terraza veo su televisión. Suelen tener concursos o deportes. Ahora están
viendo un partido de fútbol. Tienen un perro o un gato, he visto algo que se
movía por el suelo, aunque desde aquí no lo distingo bien. Es verano, van sin
camiseta. Me dan ganas de saludar, cuando yo estoy regando las plantas y ellos
salen al balcón. Todavía no me he atrevido.
¿Me verán ellos? Creo que mi
terraza está un poco más alta. Pero no lo sé. Quizá ellos también sepan cuándo
como, cuántas cajas he deshecho ya, cómo voy cambiando los muebles, probando su
ubicación más adecuada, cuándo tiendo la toalla de la piscina y el bañador. O
quizá no. Quizá no me vean o simplemente no se fijen. Los demás, ese misterio.
En el piso de abajo de los
estudiantes vive un anciano. Digo "vive" a la ligera. A veces dudo de
si está vivo o se ha muerto sentado en su sillón, o silla, no lo distingo bien.
No hace nada. No se mueve. Ve la tele, imagino. A veces una mujer se mueve por
la habitación. Quizá una hija, o una cuidadora. No he llegado a verla del todo,
hay una cortina echada. Sólo veo al anciano, pálido, en una camiseta de
tirantes blanca de esas que llevan los viejos en verano. No es una visión
agradable. Pero si miro enfrente, le veo. Siempre está ahí. Siempre que miro.
5 comentarios:
Está bien la foto, sugiriendo solo lo que hay debajo, lo que has contado.
Pues a mí, desde aquí, me parece que el señor ese podría dar mucho juego (literario, pero no solo literario), que puede ser una situación interesante para observar.
Un beso.
De hecho ahora estoy en la terraza y ahí sigue él, impávido, inamovible, casi inerte.
Te tendré al corriente si hay movimiento o novedad. Pero no sé si es conveniente esto de espiar a los vecinos de enfrente, que así empezó James Stewart...
Beso
Si tú estás más en alto que tus vecinos descamisados, no te ven, salvo que saques medio cuerpo por la terraza.
A mí es que me encanta espiar la intimidad ajena, lo reconozco. Stewart acabó protagonizando un clásico: no está mal.
Besos.
La muerte es el animal que mejor maneja la quietud, Marina.
Besos súper.
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