2015 ha sido el año de lo inesperado. Hubo viajes más o
menos improvisados, convalecencias indeseadas, encuentros fuera de lo común y
desencuentros aún más sorprendentes.
INVIERNO
Empezó enero, después de ese año tan raro que fue 2014, con
alegría y euforia, con ilusión y esperanza, con un optimismo impropio de los
inviernos.
Se adelantó la primavera y a principios de marzo corrió el jamón, el
vino, las risas y la buena compañía en una comida en la terraza, donde se gestó
un viaje que no estaba previsto.
Semana Santa. Lisboa. Amigos. Bastaron esas
palabras mágicas para activar las ganas. Oferta en un hotelazo y la aventura de viajar en tren nocturno para inaugurar
abril. Días de luz y de pequeños placeres, que son los más grandes. Cataplana
de marisco frente al mar, gintonics a la orilla del Tajo, una cazadora de ante
rojo, Lisboa en sus ojos a ritmo de fado.
PRIMAVERA
En mi cumpleaños strogonoff, cervezas, lluvia y hasta llamadas que no esperaba.
Tres días de celebración y aunque no estuvieron todos los que son, son todos
los que estuvieron. Dos nuevos compañeros en casa que siempre sonríen.
Después Roma, con sus maravillas, su caos, su encanto, su
agobio, su arte, su cansancio. Una camiseta pretenciosa que al final no compré.
Unos cuantos paseos por callejuelas estrechas. Las recomendaciones de Enric
González. Fútbol en un bar. Helados a cualquier hora, cafés en terrazas y
Spritz antes de cenar. Canciones de misa en mi cabeza al entrar en el Vaticano
y la sintonía de Juego de Tronos en la sala de los mapas de los Museos
Vaticanos. Las estatuas de las Musas. Las salas de Rafael y el 3D antes del 3D.
Búsqueda de libros. Un ataque de risa histérica que me despertó de un sueño, o
tal vez fuera una pesadilla: en mí prevalece la torpeza de confundirlo todo.
Fotos en Villa Borghese. Patos y cannoli.
Final de mayo y ganas de bailar. Pero confundí todos los
pasos. Yo creí que danzaba a ritmo de tango y resultó tongo. Perplejidad y
decepción, incredulidad y confusión por haber malinterpretado todas las
señales, sin saber si toda la torpeza fue mía o del malevo que se dejó querer y
me hizo creer en la literatura envenenada del baile y las canciones, de las
comedias románticas y las novelas de grandes pasiones. Al final todo quedó en
la historia del artista que se vuelve vulgar al bajarse del escenario, en el
recuerdo de lo que fue y lo que pudo haber sido.
Feria del libro gafada a lo grande. Fiestas a las que no fui
que se solaparon con cumpleaños y karaokes sin mí, tristes desencuentros y
citas fallidas, una fiesta a la que sí fui, incubando ya la fiebre. Después
mucho dolor, un domingo en urgencias y directa a un quirófano. Junio empezó mal
y lo acabé enferma, alejada de las piscinas, el verano fuera y yo sin poder
salir de casa.
VERANO
Julio empezó a ritmo de Los Secretos en un concierto ansiado
y memorable y otro íntimo surgido por sorpresa gracias a amigas generosas.
Fuera las baladas tristes, los ojos de gato cobarde y las rancheras para
perdedores. Llegó la hora de animarse y de reinterpretar los clásicos que nunca
mueren con más energía que nunca. "Déjame", irónica y oportuna.
"Ponte en la fila" como nuevo himno para venirse arriba. Dos tardes
felices.
En julio esquivé el calor y alguna bala a tiempo que se
cruzó en mi trayectoria, aún tiernas las cicatrices de junio. Busqué el cañón
de esa pistola y coqueteé con nuevas heridas, pero me bastó el fogueo de unos
días muy locos y una velada surrealista azuzada por el aburrimiento de un
sábado con ganas de emociones de verano para huir de ese duelo.
Vacaciones aplazadas y por fin el mar que calma.
En agosto traslado temporal de despacho en un entorno
curioso que hizo que el tiempo pasara más rápido y otra vez huida al mar.
Visitas esperadas y encuentros con amigos. Otro verano feliz de pequeños
placeres y tranquilidad de hogar.
Empezó septiembre con sorpresa y ansia, posibilidades
inesperadas y planes abiertos, ganas de diversión y de adentrarse en mundos
desconocidos, preparativos de viaje, ilusiones y ganas.
Y otro año más una fiesta en la terraza para despedir el
verano de la mejor manera, dejándose ser en amistad.
OTOÑO
Tiempo de cruzar un océano en busca de los patos de Central
Park, antes de que el invierno los hiciera desaparecer. Un viaje para recordar.
Otra ciudad a la que volver. Lo que significó esa cena, a pesar de lo poco
memorable de la comida. Una canción -esa canción- y un baile en un GAP. Aún
dura el jet lag emocional.
Fue duro el regreso. Otra vez la fiebre, un resfriado
inoportuno y el destino riéndose de mí. La realidad contra el deseo. El querer
y el (no) deber. ¿Sensatez o cobardía? Silencios, ausencias, huidas. La
perplejidad, de nuevo.
Terminó octubre con otro cumpleaños feliz y esta vez sí: el
lugar apropiado y la compañía perfecta. Cena y caipirinhas. El deseo secreto de
que no nos cansemos nunca de celebrarnos.
Noviembre primaveral y días de campo. La sencillez de lo
primario. Una primera vez. El peso de un arma en mis brazos, la presión en el
hombro, la difícil estabilidad, el estruendo del disparo, mi nula puntería.
Ganas de más. La historia de mi vida.
Reunión anual del Bremen y la tradicional borrachera, la
maldita última copa de garrafón en el Destino, la resaca mortal de domingo.
Vestigios de juventud, aunque ya no seamos jóvenes. Intentos de retrasar la
edad adulta, si es que eso existe, si es que eso significa algo más allá de
asumir responsabilidades que no siempre uno es consciente de haber elegido.
NAVIDAD
NAVIDAD
Diciembre empezó sin fuerzas y sin defensas. Resfriado de
tres días en cama. Ganas de nada. Poco espíritu navideño este año, nada que ver
con el anterior. Nada de cartas a los Reyes a la luz de las velas; nada de
adornos ni belén. Desidia pura. Un rincón improvisado in extremis: un portal
con lo que más quiero. Recuerdos de personas, lugares, momentos. Todo lo que es
importante para mí está en ese nacimiento atípico. Todo cambia y hay que
adaptarse. De nada sirve aferrarse a las rutinas porque ninguna dura para
siempre. Y la tradición, como las reglas, está hecha para acabar saltándosela alguna
vez. Este año cambié fiesta de Nochevieja por cena de Nochebuena y resultó una
de las mejores noches de Navidad que recuerdo.
Esta noche brindaré por mantener ese rincón mío. Por
incorporar más paisajes, emociones, placeres, descubrimientos, amigos. Por los
que aún me leéis.
Feliz año. Que 2016 sea benévolo y os trate bien.
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