Lisboa en tus ojos
desde los míos
a nuestros pies la ciudad de colores
de fondo el río donde se hace mar
el azul que no acaba en ningún horizonte.
La música triste,
los pasos nuevos
desmontando calles antiguas
persiguiendo la sorpresa
o la aventura:
nadie se hace viejo
si le sigue importando
el modo de mirar
las ciudades
o los rostros que nos reflejan
en los que quisiéramos reconocernos
aunque no siempre nos basten.
Toda belleza
queda traicionada en el recuerdo.
No hay modo de recuperar la luz
cuando se ha de regresar:
la felicidad es espejismo de un día
no puede durar mil noches
no hay claridad
capaz de iluminar los años futuros
y el pasado siempre es sombra agazapada
en la esquina de cualquier paisaje
en el recoveco de un cuello
en un gesto involuntario
o en una conversación en apariencia
intrascendente.
sin la urgencia
de quien sabe que se le agota el tiempo.
Lisboa mancillada
por turistas que no la merecen
sintiéndola ya como algo nuestro
en un momento nos fue arrebatada
como si dejásemos alguna vez
de ser extranjeros
Ser en otros,
con otros,
y la eterna paradoja
de la compañía y la libertad
compatibilidades imposibles
para quien lo quiere todo.
La ciudad nos mira
cuando no la miramos
y siempre hay lunas que iluminan la noche.
La luna rosada de Cascais
amarilla más allá del puente
no deja de buscarse en el agua.
Algún día caerá como Narciso
ahogada en sus propios ojos.
No hay que descuidar los deseos que se piden:
se corre el riesgo de que lleguen a cumplirse.
1 comentario:
No hay azul más inmenso y más profundo que el que habita en tus ojos. Ni cielo, ni río, ni océano tan profundo e insondable. No puedo evitar pensar al observarlos, cuántos habrán caído embelesados en ese abismo. Y te miro, y me encanta, escudriñar cada piedra, cada cable, cada esquina en busca de una nueva foto, de un rincón en el que quizás robar una caricia o un beso en esta ciudad que ya es nuestra.
No hay justicia en el recuerdo, ni piedad en las palabras por ligeras que parezcan. Me gustaría tener un registro de las conversaciones, seguir cada pista, cada miga de pan para ver hacia dónde se encaminan los pasos de la dialéctica. Quizás a amansar a las bestias, a calmar las aguas, a localizar filias y fobias.
No hay ciudad extraña y extranjera cuando la tranquilidad se aloja en el hueco de unas manos entrelazadas, al abrigo de una amistad sincera y a la distancia que separan los dedos que erizan la piel al recorrer una espalda. Compatibilidades posibles para aquellos que se empeñan en conseguirlas.
Sí, la ciudad nos mira esquiva, siempre con un ojo puesto encima, pero ¿cómo no la va a hacer si sabe que, más tarde o más temprano, la visitaremos de nuevo sin el miedo que provoca el volver a un sitio en el que se fue feliz?
Permíteme una pregunta, querida ETDN. ¿Cuál es el deseo que amenaza con cumplirse?
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