Grecia es cielos nublados y mucho viento, fotos borrosas y desgastadas por la memoria.
Grecia es una sucesión de carreteras y autocares en los que no paraba de sonar Losing my religion de REM y Goodnight girl de Wet Wet Wet .
Grecia es una noche de ouzo y confesiones sentada en las rodillas de A. y carreras por la plaza Syntagma y Plaka con unas porras gigantes en la mano porque se celebraba carnaval (o a lo mejor era otra fiesta).
Grecia es un Partenón deslucido por los andamios y una no puesta de sol en Cabo Sounion. Grecia es Delfos, el centro y el fin del mundo. Grecia es el canal de Corinto y las trampas de Epidauro: figuras lejanas que emiten sonidos directamente en el oído (arros con col, arros con col, ese himno).
Grecia es un crucero por un mar gris lleno de gaviotas que chillaban histéricas, islas llenas de gatos, iglesias, esponjas y collares de coral, partidas de mus dentro de un barco y el profesor de filosofía bailando sirtaki.
Grecia es Moussaka (ese grito de guerra), guisos de cordero en tabernas típicas y una comida en un McDonald´s de Atenas (los 17 años son así).
Grecia es una discoteca horrenda y bares de Atenas en los que ponían música española. Grecia es un baile de habitaciones y teléfonos, de deseos y miradas, de distancias y sonrojos, de reencuentros y desencuentros, de fragilidades y amistades quebradas.
Grecia es una cena de gala que sonaba a despedida anticipada, aunque aún quedara mucho COU.
Grecia son recuerdos en sepia de aquel marzo del 92: cuando sólo había presente porque todo el futuro era nuestro.