Latitude 38º 47 Norte
Longitude 9º 30
Oeste
Altitude 140 m acima
do nivel medio das aguas
Aqui... onde a terra
se acaba e o mar começa
(Luis de Camoens)
Cabo da Roca es todo viento, luz, paisaje y aura. Un faro dando la espalda a la tierra, alumbrando hacia el oeste. Una cruz que mira al horizonte, que bendice llegadas y despedidas, en el lugar donde se acaba Europa, donde ya no hay más costa, sólo océano y roca, piedras y flores.
Intensidad de azules. Donde mires, azul. Ojos, camiseta, cielo, mar. El viento, las fotos, los inevitables turistas. Los turistas siempre son los otros, nunca uno mismo. Uno tiende a sentirse viajero, a pensar que su mirada es distinta, que su foto será única.
Azul y luz. Toda la claridad del mediodía de verano anegando la retina. Azul verde mar, azul azul cielo. Ninguna sombra en este último rincón del mundo. Mar abierto, acantilado abierto, brazos abiertos, en cruz. La luz a bocanadas, todo el paisaje bien dentro, atragantado de infinito y belleza. Fotos y más fotos, que nunca captarán toda esta intensidad
.
Después la búsqueda de una playa
imposible. El intento y el posterior abandono. El calor, la sed, el tiempo
esfumado. Las dos de la tarde, en el fin del mundo. Ganas de mar y arena, de
estampa de verano, de ola atlántica y cuerpo al sol. Praia Grande y su piscina asombrosa
asomándose al océano. Promesa y anhelo de alojarme algún día en ese hotel y
empaparme en esa piscina gigante y azul que mira al mar. Hasta Vila-Matas habla de ella, como escenario fantasmagórico de una película de Wim Wenders rodada un desolado invierno. Pero ahora es verano, y estamos en la playa, por fin. El
mordisco del agua helada resulta bendición tras la última media hora de coche.
Y es julio pero aquí parece septiembre. Empieza a nublarse y la ausencia de sol
en mi piel me arranca del letargo en el que he caído durante un tiempo que no
soy capaz de calcular. ¿Cinco minutos?¿Diez? ¿Quince?¿Media hora? Son cerca de
las cinco y no hemos comido. Ni unas patatas, ni una coca cola, nada. Las nubes
no se van y ya no apetece el baño. Es hora de irse y sin embargo alargaría la
tarde sin moverme. Clavada en ese trocito de arena, pegada a la toalla,
durmiendo o mirando al mar, a los niños que juegan, a los portugueses guapos.
Idea de comer en Azenhas do Mar,
donde cantaba Quique González, esperando algo de belleza. Vi rocas en vez de
piedras y ninguna flor, ni banderas, ni sol. Las nubes atenazando cuatro casas
en un acantilado, un paraje fantasma donde no se vislumbraba ningún sitio
abierto. Un lánguido y último esfuerzo de parar en el mirador para hacer fotos,
con el entusiasmo esfumándose a medida que arreciaban el hambre y el frío.
Diecinueve grados son pocos para ir en camiseta, short y chanclas. Otra media
hora para llegar a Sintra, yo malhumorada y desganada, toda destemplanza de
cuerpo y ánimo. Un sandwich de queso, un bollo y un café servido por un
camarero amable en una pastelería minúscula y con encanto, pintada de colores,
muy malasañera, en Sintra. Ni ganas de parar en alguna tienda a comprar una
sudadera. Sólo llegar a casa, ducha, entrar en calor.
A medida que volvíamos a Lisboa
las nubes se fueron despejando y quedó el atardecer por delante, y luego la
noche. Las espectaculares vistas desde la terraza del Park, el cielo lienzo de
añiles, fuegos y púrpuras, la tarde cayendo entre brindis de mojito. Luego el
callejeo en busca de un sitio para cenar. Deliberaciones, dudas, ya las diez.
Vuelta al primer sitio que habíamos visto, un restaurancito de comida casera,
con público portugués, pocos guiris, en una de las calles donde el Barrio Alto
empieza a confundirse con el Chiado. No había sitio en la minúscula terraza,
ocupada por una familia entera que llevaba dos horas con las copas de después
de cenar, así que cenamos dentro.
Amêijoas a Bulhão
Pato, no queda bacalhau com natas y pedimos de otro tipo, yo pido lenguado, o
tal vez fue dorada, no me acuerdo, pero sé que estaba rico, vinho verde, postre
de chocolate, café. No recuerdo haber tomado un café malo en Lisboa.
La agradable cena nos devuelve el
buen humor, ya casi ni hace frío. Paseo por el Chiado. "Siempre queda
hueco para un helado", así que helado gigante y una apuesta de la que
tengo noción pero de la que ya no me acuerdo, ni quién la propuso ni quién la
ganó. En una esquina de rua Garret descubro la librería Bertrand, la más antigua
del mundo. Paseo hasta Plaza Rossio, vuelta en taxi. Menos de cinco euros.
Agotados y felices, día completo. Al siguiente toca Lisboa. Ganas de empaparse
de ciudad.
5 comentarios:
Jo. Qué buenos días pilló Su Merced allí. Y qué buenas fotos, pardiez.
Si nos comparamos al resto de visitantes de ese día, desde luego, somos viajeros. Aún recuerdo la competición de aquellas chicas por sacarse la foto al borde del acantilado en la pose más sexy-ridícula que se pudiese obtener sin acabar despeñándose. Para sacar una foto así, no creo que sea necesario irse más allá del baño de casa.
Si tengo que escoger el mejor azul de ese día me quedo con el de tus ojos.
Tampoco recuerdo qué nos jugamos ni en qué consistió el reto. Creo que se debe a que ganaría o si perdí, desde luego, la derrota tuvo que ser tan dulce como la victoria. Ganar o ganar es siempre la mejor opción. Tampoco creo que tú perdieses nada.
Don Micro, tiene usted la colección completa (en varios albumes) en mi perfil de facebook. ¡Pase y mire, hombre!
Anónimo, me sonroja usté. Con esos piropos va a ahuyentar a mis otros improbables admiradores, que verán imposible competir con su ventaja.
¡Imposible del tó!
Para los que somos amantes de los viajes, esta bueno tener la posibilidad de recorrer distintos lugares de todo el mundo. Es por eso que cada vez que tengo la chance de ir a un sitio, mas alla de a donde vaya siempre trato de ir. Este año pude disfrutar de unos increíbles argentina viajes
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