En esta primavera ambigua que no acaba de encontrarse, tan pronto desvestida de verano como travestida de invierno, la tibieza que no trae el clima la pone la vida, que atraviesa los meses luminosos, abril, mayo, sin aportar luz ni emociones; apenas se atisba alguna promesa diferida que no basta para alimentar el ansia. Y a falta de otra intensidad una se sumerge en letras para despertar del letargo, para sentir el pellizco que hace saltar del asiento. Una vuelve a las obsesiones, o se inventa otras nuevas, en busca de un sucedáneo de vida que no acaba de suceder. Una vuelve, por ejemplo, a Scott y Zelda Fitzgerald, a ese embrujo de las historias literarias tan desastrosas en la vida como perfectas en el papel. A esa mezcla de realidad y literatura, a esa forma enfermiza de escribir relatos, novelas, cartas para exorcizar fantasmas. Todas las protagonistas de Scott son Zelda y Zelda necesita a Scott incluso para enamorarse de otro. Los grandes amores no siempre resultan como a uno le gustaría, son lo que son, y se necesitan para justificar los amores que vendrán después o para minimizar los anteriores.
Decía Jabois en la presentación de esa joya que es Manu - la crónica de la gestación, el embarazo y el nacimiento de su hijo, que en realidad habla de muchas otras cosas y que nadie debería perderse - que uno lee a los grandes, bebe de ellos, se arrima para ver si de tanto ir a la fuente a uno se le pega algo y esboza un cántaro, pero cuando se intenta escribir enseguida uno reconoce que no es Fitzgerald y que probablemente nunca llegue a garabatear ni siquiera algo que se le parezca. Fitzgerald es una trampa porque su prosa no es rimbombante y lo que cuenta tampoco es, en sí, impactante o extremo. Sus metáforas no suelen ser deslumbrantes y sus personajes a veces carecen de todo interés. Pero es empezar a leerle y uno se desliza por la historia como arrastrado por burbujas de champán, su escritura embriaga como esos vinos frescos y un poco dulces que uno bebe sin darse cuenta, hasta acabar borracho y feliz sin haberlo querido. Fitzgerald siempre cuenta la misma historia, habla del mismo tipo de gente y sin embargo, como el París de Vila Matas, no se acaba nunca, nunca agota ni aburre, aun en sus relatos menores o más descuidados. Es sabido que Hemingway envidiaba ese talento fácil de Francis Scott, que definió como un talento "tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa" (esto lo he copiado de este artículo, a ver si leyendo mucho a Jabois y a toda la maravillosa tropa que escribe en Jot Down se me pega algo).
Uno lee a Fitzgerald y le vienen las ganas. Ganas de cosas. De escribir, de enamorarse, de ser rico, de ser estudiante en Harvard, guionista de Hollywood o aspirante a actriz. De conocer los teatros de Broadway, de pasar temporadas en la costa azul, en islas del Mediterráneo o junto a los artistas de París. De vivir en hoteles, emborracharse con champán y enloquecer. De bailarlo todo, de encadenar fiestas de tres días. Incluso de cometer crímenes con ligereza, por descuido, o de suicidarse con elegancia. Las desgracias en las historias de Fitzgerald parecen ligeras porque se cuentan con levedad, sin ningún afán aleccionador o moralista. Se cuentan con tal encanto y alegría que uno desearía vivirlas, tal cual, porque hasta en los personajes más desgraciados hay algo que envidiamos o que anhelamos. Ya sea la riqueza, la pasión, el amor, la inocencia, la conquista, el éxito o el fracaso. Hay en la forma de escribir de F.S. una luminosidad que deslumbra y resplandece, una superficie de glamour y lentejuela que hipnotiza. Como Narciso, nos dejamos seducir por la belleza del reflejo. Sólo al hundirnos en ese espejo asoma, al romperse la imagen ideal en la que estamos atrapados, la oscuridad que acecha en lo profundo.
Como dice un querido amigo mío, una cosa me llevó a la otra y no sé por qué he acabado hablando de Fitzgerald y Jabois cuando en realidad intentaba escribir sobre la esquizofrénica primavera de 2013.
En cualquier caso, estamos ya en Feria del Libro por Madrid. Así que aquí dejo estas recomendaciones:
MANU
Manuel Jabois
Pepitas de Cabalaza
MANU
Manuel Jabois
Pepitas de Cabalaza
PIZCAS DE PARAÍSO
Recopilación de cuentos de Scott y Zelda Fitzgerald.
RBA Ediciones
ALABAMA SONG
Gilles Leroy. Ganador Premio Goncourt 2007
Biografía-Ficción en la que Zelda cuenta su historia con Scott.
RBA Ediciones
RESÉRVAME EL VALS
Zelda Fitzgerald
3 comentarios:
¿Ya te has comprado todo eso, loca?
Te agradezco mil veces la deriva. Aunque no me apetece mucho, de momento, leer "Manu", el descubrimiento de lo que dice Jabois me hace desear leer esas cartas. No sé cuándo, porque si compro uno solo libro más tendría que comprar otra mesita donde poner libros, y ya no hay espacio.
Lo haré, comprarla y leerla, en cuanto me vaya a un lugar solitario.
No son cartas, Nán. Es una especie de crónica en la que Jabois habla de todo un poco, utilizando la gestación del hijo casi como mcguffin. Es muy cortito, poco más de 100 páginas, si llega y de pequeño tamaño. Te cabe en un bolsillo del vaquero, casi ;) Casi que si te vas a Tipos Infames en lo que te tomas un vino te lo lees, en serio. Tardo más en leer el periódico que lo que tardé en leer este.
Gracias por el comentario, en cualquier caso. Nos vemos.
Un beso
Publicar un comentario