- Es tan triste ir al dentista solo- me dijo.
Esa fue la primera vez que hablamos. Coincidíamos un par de veces a la semana en la frutería.
- Señorita, ¿le importaría acompañarme a la consulta mañana?
Accedí.
Desde aquella primera muela del juicio han pasado 25 años. Y las tres restantes, varias endodoncias, las limpiezas de boca periódicas y dos muelas más, con sus respectivos implantes.
Con el tiempo, nuestra relación de extendió a otras operaciones: rodilla, cataratas, próstata.
La frutería cerró y yo me mudé de barrio.
Nunca nos hemos visto fuera de una consulta o un hospital.
El tanatorio es la primera excepción.
11 comentarios:
ufff...
wow, crudo a la par que tierno... me gustó esa mezcla...
¡Excelente, aunque sea a costa de muelas conocidas! jajajajaja... Besines.
Te prometo que acabo de venir del dentista. ¿Azar? ¿Misterio? (Cuarto Milenio)... :-)
Todavía bajo los efectos de la anestesia se le queda a uno una cara muy rara. Por eso en estos casos prefiero ir solo. Al otro sitio, casi que prefiero no ir para NADA.
Tu mini-relato una mini-maravilla.
Un besote, amiga.
¡Qué cosas se te ocurren!
Compartir intimidades como la visita al dentista requiere verdadera complicidad en una relación. ;-P
Buena pieza.
Besos
buena, buena!
una relación mágica desde luego...
me ha gustado!!!
;-)
besito
Que bueno...si
grande, querida.
enorme.
besos,
K
Qué indefensos, hasta el final. Me gustan los relatos de gente corriente.
Publicar un comentario