YA SÓLO HABLA DE AMOR
Ray Loriga
El sentimentalismo
no se corrige volviéndose cínico, sino volviéndose serio
Cesare Pavese
La verdad se le escapaba. Se le
escapaba por completo. Y no dejaba de asombrarle la capacidad que tenían
algunas personas para sujetar la verdad por el cuello.
Su derrota, en suma, es tan
arrogante como lo fue en su día su victoria, y él lo sabe, y al saberlo, qué
duda cabe, se multiplica su condena.
Ya no ignoraba su delito, ni
ignoraba el hecho de que su delito no era otro que el de no haber sido capaz de
amar lo suficiente. Aquel que no es capaz de amar lo suficiente es siempre el
único culpable.
Todo amor es sin lugar a dudas el
asalto a un tesoro que no nos pertenece, y de lo que uno se lleva a escondidas,
como un cazador furtivo, es mejor no dar cuentas a nadie.
Y una vez restados todos los
besos y los martinis, y esas miradas eternas después traicionadas, y una vez
llegados hasta aquí, una vez roto el corazón de las causas hermosas, no tendrá
uno sino una eterna confrontación de cifras y medidas, y milímetros de
felicidad robada que sin duda se han de pagar. Y cómo escapar, si todo lo que
fue, en su día y sin dudarlo, hermoso, se destruyó después, negando así no sólo
el futuro, sino también el pasado.
No es capaz de encontrar el
momento exacto, pero lo cierto es que todo lo que dibujó con exquisito cuidado
se emborronó de pronto (...) Convertido ya en el soldado de una ejército
enemigo jura otra bandera, y al sonido de esa otra corneta, el pasado se
convierte en un futuro en llamas. (...) Y si guarda todavía y tan
cautelosamente sus rencores, es para poder morder, de cuando en cuando, a sus
miedos. Lo cual ya no es ni excusa ni razón, ni sirve de nada.
La vida real se impone siempre
sobre todas y cada una de las malvadas y hermosas ensoñaciones (...) Una cosa
estaba clara, en su lucha contra la tiranía de la realidad (y eso incluía el
amor real, el saldo real de todas las cuentas y el resto de las cosas que había
despreciado sin comprenderlas), había sido derrotado.
Una persona que todo lo ve, y que
escucha en silencio todos y cada uno de los rumores del mundo y que tiene
finalmente la capacidad de no encontrar en sí mismo la respuesta a sus
plegarias, está siempre cercada por todos los desastres. (...) La naturaleza de
un alma incapaz es, sin lugar a dudas, más dañina que la fuerte sangre de un
alma malvada, y está condenada a vivir entre el daño causado. (...) Para
consolarse contaba sólo con su debilidad, que no estaba hecha de nada concreto,
sino de años de esfuerzo impreciso.
Había aceptado la inercia de su
declive. Ya no sólo no se oponía a su propia y paulatina desaparición, sino que
la aceptaba con gusto. ¿Acaso se dedicaba a otra cosa? Pues no, lo cierto es
que no se dedicaba ya a nada más. Aun a sabiendas de que toda esta arrogancia
que le llevaba a consumirse era estúpida, él seguía a lo suyo, construyendo su
derrota con paciencia infinita. Tonto era, de eso no cabe ya duda alguna, pero
y qué. Tampoco tenía ya a quien dar explicaciones. Todo el terreno que había
conseguido vallar y destruir en silencio, y a su alrededor, era suyo. Un campo quemado hoja tras hoja, rama tras
rama, brizna a brizna, por la mano de un solo hombre. Un incendio provocado por
un idiota que aún guardaba la cerilla, un delito sin lugar para la suposición
de inocencia.
Sebastián había pagado con creces
su arrogancia, y estaba por así decirlo en tierra de nadie, y tras él no
quedaba más que el insidioso olor de la tierra quemada, que es el mismo olor
que emana el dolor no merecido, y delante de él no había nada.
De amor, él, no sabía nada.
¿Acaso no había negado las verdaderas pruebas de amor, las pruebas reales que
el amor le había puesto por delante, cuando sintió, como sintió el día que
abandonó su vida, que se merecía, él, con toda su inmaculada arrogancia, una
vida mejor, un amor mejor, un cuidado más exquisito? Merecerlo o no poco
importaba en realidad, pues no hay más amor que el construido, el sujetado y
alentado entre el tráfico de las condiciones reales.
Nada de lo que encontrase en su
regreso sería exactamente lo que dejó al irse, y la que fue su vida no debería
ser molestada ahora por el recuerdo. Tampoco puede contemplarse a una mujer que
ha sido nuestra como si no se la hubiese amado.
Envejecer debe de ser esto, vivir
ya para siempre contra las construcciones del pasado.
Y sin embargo, estaba empezando a
cansarse de estar sentado todo el día sin hacer nada, de mirar a las mujeres
que podrían ser suyas bailar con otros, estaba cansado también de la fortaleza
de sus renuncias, y de no tener nada que hacer, aparte de cuidar de una pena
infinita como quien cuida de un cofre vacío.
¿Acaso no amé con la naturaleza
que me fue dada, y puede que incluso por encima de mis posibilidades, tensando
cada vez el arco de mis propios intereses?¿Acaso no desprecié siempre la tierra
conquistada para adentrarme una y otra vez en el bosque de mi derrota?
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