Nueva York no es
un viaje, sino una experiencia
Marta Rivera de la Cruz
Una vez cumplido con lo
importante y bajo el acecho de una ola de frío polar canadiense que bajó la
temperatura más de 15 grados en dos días, nos quedaban tres jornadas que
podríamos dedicar casi exclusivamente a comprar. Así que nos lo tomamos con
calma, aprovechando un día más fresco pero con sol radiante. Repetición de
desayuno en el Doughnut Plant de la 23. Union Square, con un mercado sabatino
de frutas, verduras y plantas. Calle Broadway abajo, camino de Little Italy y Chinatown.
En todo viaje hay momentos
extraños y plenos, asombros que nada tienen que ver con la espectacularidad de
un paisaje, de un monumento, de un museo. Hay veces que una determinada luz, la
simpleza de una calle, el encanto de una pequeña tienda o una canción que suena
de fondo son suficientes para volverse recuerdos especiales.
A mí me pasó en Strand, la librería más antigua de Nueva York. No se diferencia demasiado de otras: es grande, no muy ordenada, con mucha gente mirando aquí y allá. Ni siquiera tiene el encanto de aquella pequeña librería que regentaba Meg Ryan en Tienes un e-mail o el de las que han proliferado en Malasaña. Sin llegar a ser un FNAC podría asemejarse a las Casa del Libro de Madrid. Escaparate de los chulos, con una parte dedicada a Juego de Tronos. Winter is coming, gorros de Navidad.
Al entrar, antes de los libros y
junto a la caja, una mesa de merchandising da la bienvenida. Y es un hechizo
perfecto. El efecto polilla otra vez. En esta ciudad no puedes dejar de desear
comprar cosas, de querer llevártelo todo. Las tiendas, los escaparates, la
ropa, los objetos son una tentación constante. Y te dejas llevar. Aunque sepas
que no debes. Aunque todo se exceda de tu presupuesto. Aunque no lo necesites.
Simplemente lo quieres y está ahí, ofreciéndose ante ti. Todo el rato.
Tazas, imanes, marcapáginas,
postales, bolsas con el logo de la tienda. Guiños literarios, humor, buen
gusto, alejado de los típicos souvenirs que proliferan en las tiendas de indios
y paquistaníes. Un poco más allá, en un rincón, casi mezclados con libros de
poesía, camisetas, mochilas, paraguas, calcetines. Todo relacionado con los
libros, la lectura, la escritura.
Miré libros, también. Pero me da
pereza leer en inglés. Los que había en español o ya los tengo o no me
interesaban. No encontré ediciones bilingües de poesía. Así que me llevé de
todo menos libros. Dos camisetas. Una taza (LA taza de NY). Imanes.
Postales. Me habría llevado mucho más. J. encontró una mochila. Nueva York es
así.
Compras en GAP. Una chaqueta de
75 dólares que me costó 20. Y que no me vino nada mal para el frío de los días
siguientes. Búsqueda infructuosa de unas RayBan que me convencieran.
Y a medida que bajábamos hacia el
sur, otra vez el paisaje distinto. Tiendas, fábricas, casas más bajas, de
ladrillo rojizo. El encanto del SoHo. Una comida rápida, sencilla, riquísima y
genuinamente neoyorquina en la pizzería Pomodoro, en Mulberry St. Con Spring
St. En un momento de la comida de fondo sonó Fix you, de Coldplay.
Little Italy es prácticamente ya
una única calle. Reconocible, eso sí. Tiendas con género en la calle. De
souvenirs, fundamentalmente. Y restaurantes. Pero se funde con Chinatown. Más
tiendas de souvenirs, todos iguales. No tengo gran interés en regatear por
imitaciones y el entorno no tiene ningún encanto. De hecho, me siento algo
incómoda. Qué poca empatía tengo con lo asiático, en general.
Volvemos a las tiendas de vaqueros de Broadway. J. encuentra un pantalón y un abrigo. Yo compro calcetines de Calvin Klein para A., como todos los años para su cumple, y también para mí. No tengo suerte con los vaqueros en esta ciudad.
Cena en el Smith´s (cuya historia conté aquí) declarado definitivamente nuestro restaurante de cabecera de NY.
1 comentario:
Strand es una maravilla, no deja de ser una gran superficie pero tiene mucho encanto. Las tentaciones fueron grandes a la hora de comprar, tres libros tuve en la mano, pero al final los dejé. La mochila ha resultado ser tremendamente útil a pesar de no ser precisamente cómoda y resulta un lujo para mí. Otro recuerdo de Nueva York que espero que me dure mucho tiempo.
También tengo de allí otro regalo que dice en inglés; You are just my type. Me encanta, no puedo negarlo. Lo veo todos los días, es de las primeras cosas en las que fijo la vista somnoliento y me da alegría. Como cada uno de los recuerdos de una ciudad en la que fui feliz.
Publicar un comentario