Han llovido quince años y queda lejos ese 17 de noviembre del 99, ese invierno fatal aunque el calendario mintiera diciendo que era otoño. Oír una canción de Los Secretos en la tele y correr al salón, y no dar crédito a la noticia, añadir tristeza a la tristeza, pérdida al desamor, la mala suerte como la peor de las amistades. El más terrible de los destinos convocado antes de tiempo, la autoprofecía cumplida, pero cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario.
Han llovido quince años y hemos sobrevivido a los que quisimos querer y no nos quisieron, a los que nos dijeron que no, a los que nos rompieron el corazón y las certezas, a los que emborronaron para siempre un presente condenado a ser pasado, a los cambios de planes, a los adioses inexplicables, a los portazos y a los gritos, a los muros y a los silencios.
Han llovido quince años y han cambiado las dudas y las (in)seguridades, los miedos y los errores, que siguen siendo los mismos pero diferentes, a ratos queremos volver a ser niños y al minuto siguiente comernos el futuro, las distancias y lo que haga falta, porque hay trenes que no vuelven a pasar y mejor no perder(se) ninguno.
Hemos crecido, nos hemos hecho viejos de repente y a veces, en las tardes grises, cuando pasamos por la puerta de un colegio nos ponemos a recordar y aparecen sombras en ciertas calles, cuyo nombre pertenece a un alguien que fue, que nunca podrá dejar de ser, las cosas de la vida son así, la nostalgia y la tristeza suelen coincidir.
Han llovido quince años y lamentamos todo aquello que se nos escapó, los conciertos a los que no fuimos, los encuentros a destiempo y los desencuentros a tiempo, los déjame, las oportunidades perdidas, los ya nunca, los no volverán, lo que dejamos de decir y lo que dijimos de más, lo que fue y lo que pudo haber sido.
Han llovido quince años y seguimos abrazando ilusiones como si fuera la primera vez, seguimos escribiendo sobre vidrios mojados, apostando la vida a un solo as o a la reina de corazones, agárrate fuerte a mí, ojalá siempre a tu lado, adiós tristeza, adiós soledad, esta historia continuará, no más corazones de cartón, no es amor pero está bien.
Han llovido quince años y volvemos a las viejas canciones cuando faltan los viejos amigos, cuando nos abofetean los recuerdos o para invocar memorias nuevas, cuando no podemos esquivar el destino o ignorar el azar, cuando la liebre se remueve en el erial y alguien en facebook comparte un vídeo o una canción aparece de fondo en la escena de una novela.
Han llovido quince años y cada 17 de noviembre vuelve el recuerdo de Enrique Urquijo, que nunca se fue del todo, en contra de su voluntad, no quiero si desaparezco que nadie recuerde quién fui, lazo de tantos encuentros, enredador de casualidades, mecha de amores al hilo de sus canciones, de su voz para siempre triste, de su triste figura.
Han llovido quince años y nos sigue faltando Enrique Urquijo, al que lloramos como se llora a los fantasmas del pasado, con incredulidad y rabia, porque nos dejaron a medias, porque se llevaron parte de nosotros, porque nos legaron piezas sueltas que no encajan en ningún puzzle, salvo en el que nos arrancaron aún incompleto.
Han llovido quince años y ojalá que dentro de otros quince conservemos la suficiente memoria para que al escuchar a Enrique Urquijo se nos siga poniendo de punta el sentimiento, de gallina la piel, permeable aún a la más desolada de las sensibilidades, a la más abatida de las gargantas, capaz de hacer de la derrota una obra maestra, del fracaso la más perfecta de las victorias.
Gracias, maestro. Sigues formando parte de nuestras vidas.
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