Tienes la herencia
de un puzle bien hecho,
la escalera sin
abismos,
guiones, secuencia,
memoria...
Lo demás ya es
coronar lo habitable
y seguir
compartiendo vértigos dulces
-Mila Valcárcel.
Funambulismos-
La primavera ha sido intensa y fugaz y en estos días que
anticipan verano todo parece lejano, como si en vez de meses hubiesen pasado
años, que puede que también.
Abril empezó con un catarro y una fiesta que tal vez
esperaba pero no sabía cómo ni cuándo, donde se revelaron algunas certezas y se
disiparon nostalgias. Una mezcla extraña de sorpresa, emoción y alegría que te
deja tan noqueada que la reacción es lenta y no parece suficiente. "Cómo
te quieren tus amigos", me dijo mi madre, que disfrutó como pocas veces la
he visto disfrutar con algo, y que parecía más entusiasmada que yo.
Entusiasmada y de alguna manera tranquila al comprobar que algo habremos hecho
bien si hay quien se esfuerza y se preocupa por organizarte una fiesta sorpresa
en tu 40 cumpleaños a la que acuden casi 30 personas. A menudo damos por
sentadas las cosas que parecen obvias y olvidamos que de vez en cuando un acto,
un gesto, son importantes para hacerlas reales y permanentes. Esa noche ya es
recuerdo tangible, alimento de mi memoria.
Dije París y el deseo se cumplió. Y si vas a París a recibir
los 40 hazlo bien. Llega y que te reciba una puesta de sol sobre el Sena, desde
el Puente Alejandro. Alójate en un hotel literario con habitaciones
identificadas por nombres de escritores. Cena en la terraza de un café con
música en directo una de las mejores hamburguesas que has comido nunca.
Desayuna mirando al templo de la Madeleine. No esperes colas en el Louvre ni en
el Museo d´Orsay, porque tienes amigos que saben cómo hacerte feliz. Haz que
los guionistas planifiquen sol durante cuatro días y que llegues justo el día
que el BateauBus cambia a horario de verano y puedas ver París de noche desde
el Sena. Que concedan otro atardecer desde la terraza del Centro Pompidou,
París todo tejados, horizonte y grúas, porque no todo puede ser perfecto ni
conviene que lo sea. Sube a las torres de Notre Dame, que bien valen unas
agujetas de tres días. Que la medianoche del día de tu cumpleaños te pille
cenando en Le Grand Palais con luna llena. Que en el lugar donde desayunas el
día 15 de abril haya rosas blancas en la mesa. Que te enamores fugazmente de
una preciosa adolescente argentina que hace cola delante de ti, porque esto es
París y es primavera, y que ella te llame "señora" justo el día que
cambias de década. Pásate el día pateando el barrio latino y siéntete
afortunada, aunque no te guste el cementerio de Montparnasse y te haya
decepcionado la tumba de Cortázar, porque no ha dado tiempo a visitar
Père-Lachaise y tienes fresco el recuerdo de Prazeres y San Michele. Admira la
Torre Eiffel de lejos, pasa por debajo de noche y descarta subir de día porque
hay tanto que ver que cumplir con el ritual del turista disciplinado es no
haber comprendido lo que es viajar. Vuelve con un año más, feliz, y con ganas
de regresar a los lugares donde no has estado, porque París no se acaba nunca y
te deja con mieles en los labios para muchas visitas.
Después se precipitó la Semana Santa con un plan inesperado
y familiar, bacalao y arroz negro,
tenis y Trivial, sol y amigos.
Y mayo pasó tan rápido como llegó, y se plantó
la Feria del Libro. Una feria rara este año. Raras sus fiestas (todo
dificultades para conseguir invitaciones), en las que faltaron las caras
conocidas de otros años, los amigos del fotocall. Este año me ha parecido todo
menos divertido, menos brillante, menos excitante. Tal vez haya sido cierto
cansancio físico o que la emoción se extingue año tras año, o que he echado de
menos a algunos amigos, pero en general esta feria me ha sabido a poco. Y eso
que conocí a David Gistau, un tipo simpático y conversador tan brillante en el
vis à vis como en sus columnas. Y tuve un encuentro tan sorprendente como
inesperado con mi admirado Ray Loriga, que se interesó por un libro del que le
hablé y conversamos sobre Lisboa, sus jardines y sus finales de fútbol. Y me
crucé con Jorge Bustos, cuya altura siempre me sorprende porque no sé por qué
arbitraria razón me lo imaginaba más bajito.
Hoy se acaba la feria y abren las piscinas, con lo que puede
concluirse que empieza el verano. Y hasta el viernes tenía ganas de Mundial
pero visto lo visto hoy tengo miedo. Porque este no va a ser como el de hace
cuatro años. Porque si no pasamos ni a cuartos resucitarán viejos fantasmas,
habrá menos motivos para el entusiasmo y el optimismo y será más difícil creer
que los sueños pueden cumplirse. Porque en 2010 éramos más jóvenes y el mundo
era un poco más nuestro, la crisis parecía un bulo y todo era felicidad en el
país de Zapatero. En junio de 2010 yo vivía en otra casa, iba a un taller
literario y cuidaba este blog. Conocía menos ciudades, no había publicado una
novela y no tenía twitter, pero me sobraba entusiasmo y la rabia de los
supervivientes me mantenía viva. Cuatro años después me he vuelto cómoda. Todo
me da más pereza y cada vez hay menos cosas importantes. Creo que estoy en paz,
que sufro menos. Y a veces creo que eso está bien. Pero otras no puedo evitar
sentir nostalgia. Una nostalgia extraña, más del futuro que del pasado. Y
entonces me viene a la cabeza esta estrofa de Pablo Ager: "Yo lo llamé
madurar, pero era hacerse viejo".
2 comentarios:
Me regalaste un viaje,en calma. ¡Qué bien viene de vez en cuando!
Un abrazote
Me alegra que te gustara, Jonhan. Un placer tener lectores que se dejan llevar por las palabras.
Saludos
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