Porque vivimos en tiempos sombríos.
Porque es necesaria la palabra, y la poesía.
Porque al final la primavera siempre llega
y más vale que nos pille alerta.
Siempre estamos desarmados ante el futuro
y siempre habrá alguien que nos haga pasado.
Madrid, 21 de marzo de 2013.
Día Mundial de la Poesía.
Ayer entró la primavera.
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.
¡Qué tiempos estos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?
Es cierto que aún me gano la vida.
pero, creedme, es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara, estaría perdido.)
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.
Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia,
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
2
Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia. Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
Se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
3
Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
Cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.
Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.
BERTOLD BRECHT
2 comentarios:
No es facil mirar para otro lado, me siento identificada en estas letras, gracias por compartir.
Un beso
Vivimos un mundo idiotizado. Yo no soy la excepción. Por eso me gusta hablar con jóvenes que aparentan rebeldía, aunque siempre es un riesgo perderse en el sentimiento de hastío que despierta tan fácilmente gracias a los acontecimientos históricos recientes. Supongo que siendo un sentimiento “dominante” los jóvenes no son sospechosos de doble intención. Su hartazgo es nuestra esperanza. Y para no aparentar ser un moralista recordaré las palabras de una de estas jóvenes escritoras, tal vez sirva de voz autorizada, al menos yo no sospecharía que sean muy edificantes:
“No es la multiplicación de la angustia lo que me inquieta; me parece que ha existido siempre, y que los griegos más afortunados, y hermosos y más afortunados y más eruditos, al borde del mar más hermoso del mundo, en la época más hermosa de su hermoso país, se mesarían a veces los cabellos, revolcándose en la arena, y, de terror, se roerían las uñas. Lo que me inquieta es que hoy les bastaría un médico comprensivo, una receta, y uno de los seis mil o dieciocho mil francos, para calmarse en diez minutos. Lo que me inquieta, sobre todo, es la idea de que ni siquiera irían a revolcarse en la arena: llevarían ecuanil en su peplo…” Françoise Sagan
Des Bleus à l’âme, Paris 1972
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