Nevaba aquella noche de febrero de 2006. Domingo frío y aquel sofá, donde lloré en silencio todas las lágrimas pendientes, resucitando los pasados falsos y los futuros que aún no podía imaginar. Nevaba y salió de mí toda la tristeza acumulada, ejercitando la autocompasión de la manera más inútil y estúpida posible. Nevaba y no me acordé del verano del 98, sólo de los dolores de 2003 y 2004, y sentí que ya tocaba poner fin a los amores equivocados. Nevaba y mi cabeza explotaba abotargada con las frases que siempre había querido escuchar, el amor que había querido vivir, el sexo tan completo, hasta entonces negado. Nevaba y el frío traía hechos irrefutables y un principio de felicidad, al compás de Carlos Chaouen. Un convencimiento de azar inevitable y mágico, de que todo confluía, por fin, en un momento perfecto, tan sencillo e inasible como un copo de nieve, con banda sonora de Quique González. Un año después todo era horror. Y después del después, el terror más absoluto, las peores pesadillas de Nacho Vegas inundando las venas. Por lo de fuera y, por siempre jamás, desde dentro.
Nevó en diciembre de 2009 y aunque la felicidad aún no era posible, la tristeza por el último amor malogrado era ya rabia y sentimientos de ranchera. Y de vuelta de un hospital, una preciosa colección de fotos con fondo blanco expuesta sin pudor alguno a Facebook abierto, junto a una radiografía de mi corazón, vivo y latiendo.
Seguro que nevó más veces, antes o después, pero no lo recuerdo. No elegimos los recuerdos, como tampoco los amores, aunque queramos creer que sí. Ambos compartían fecha de cumpleaños, pero su locura era distinta, como su peligro y su amenaza. Como su huella, su sexo, sus borracheras, sus adicciones y sus motivos. También su equivocación fue diferente, como lo fue la mía, con cada uno. Me fallan las matemáticas, mis errores de cálculo siempre son fatales porque me dejo embaucar con las palabras y con las frases bien construídas. Pero la arquitectura del amor necesita algo más que una buena ortografía para no derrumbarse con el primer temblor. Solidez y belleza no siempre casan bien y quizá la cualidad de la emoción es que es pasajera y mentirosa. Toda chispa de magia no es en el fondo más que un truco disimulado con artificios de colores, una distracción para que uno deje de fijarse en lo que debe, para que no preste atención a la grieta que arruinaría el espectáculo.
Es febrero de 2013 y está nevando, en este invierno que no acaba de irse. Suenan canciones nuevas, sin recuerdos adheridos, de vuelta a casa. Las cicatrices invisibles son ya viejas heridas de guerra, que no duelen apenas pero siguen siendo un motivo para recordar todo a lo que hemos sobrevivido. Ahí están y nos repiten que no somos ni más sabios, ni más fuertes ni más prudentes. Pero tenemos una historia y aún podemos contarla, revistiéndola de literatura, exhibirla ante otros con una mezcla de orgullo y vergüenza, de satisfacción y de penitencia por los errores cometidos. El viejo rito de la confesión con los ropajes de la tecnología y la comunicación global. La expiación de los propios pecados en la plaza pública de las redes sociales, donde nada es verdad del todo ni mentira por completo. Una realidad virtual que cada uno explota como más le conviene, en la que elige cómo, dónde y a quién mostrarse, o no.
Es febrero de 2013 y, dos horas después, ha dejado de nevar en el centro de Madrid. No habrá paisaje blanco ni ilusión de Navidad tardía. Los cuentos con comienzo prometedor nunca acaban del todo bien.
No hay asomo de primavera en esta mañana. Febrero se empeña en despedirse vestido de invierno, convocando nostalgias de nieves pasadas.
Pero marzo será propicio. A pesar de los idus y la pascua. Porque habrá un viaje inesperado y acontecimientos felices pendientes.
Mis huellas |
Mi corazón
6 comentarios:
Los pies, el corazón.. Las emociones recordadas a veces son más ciertas, más propias, escribir me acerca a los problemas, a los problemas que merecen la pena; pero no está al alcance de mi mano decir: sí, es una emoción más intensa todavía!! Al menos yo descubro en las sombras los intereses que escondían esas emociones. Aún así el corazón ¿no quiere ser libre?, ¿no quiere estar disponible para poder amar? El corazón es como un taxi con la bandera siempre libre, es un pequeño que se esconde en las sombras, que lo encuentren es un impulso irresistible, no piensa cuanto puede costarle el juego. Las huellas en la nieve pronto se borrarán. En la parábola del buda dice Bertolt Brecht: A quien el suelo no le queme los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.
una cosa es hablar del o de corazón
y otra es verlo tal cual
Querida Marina:
Ya sé que el corazón no existe, pero existen las personas generosas y entonces has de inventarlo e imaginar que es hermoso y blando, esponjoso y manejable y no esa caricatura horrenda y sin gracia que muestran los electrocardiogramas
Beso súper.
Según las estadísticas el corazón causa la muerte de la mayoría de los españoles, entonces te doy la razón Aroa, algo estamos haciendo mal, algo hay que no vemos. Yo obviamente yo estoy libre, ni soy taxista, y tampoco un chiquillo. I just wanted to impress you.
Las huellas parece que las han dejado dos majaras que se perseguían a saltitos.
Sí, eso parece. Son de la nevada de 2009. Recién hechas, oiga. Carne de foto.
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