Es siempre febrero cuando la piel desea sacudirse el frío
cuando regresan todas las nostalgias.
Es la luz limpia que alarga los días
y una tibia esperanza suspendida en el aire.
No es el ardor de junio
ni la desidia de noviembre.
Es el despertar de las vidas posibles,
el recuerdo de los pasados inciertos.
Es siempre febrero
y esta necesidad de convocar emociones
esta algarabía de cascabeles agitando el cuerpo
este hueco al que asomarse
este aliviar el invierno
sortear el infierno
y amanecer después
ya en primavera
al abrigo de marzo
a la explosión de abriles.
Es siempre febrero
y de golpe la melancolía
este ansia de encender futuros
y la euforia contenida
de lo que puede llegar a ser.
cuando regresan todas las nostalgias.
Es la luz limpia que alarga los días
y una tibia esperanza suspendida en el aire.
No es el ardor de junio
ni la desidia de noviembre.
Es el despertar de las vidas posibles,
el recuerdo de los pasados inciertos.
Es siempre febrero
y esta necesidad de convocar emociones
esta algarabía de cascabeles agitando el cuerpo
este hueco al que asomarse
este aliviar el invierno
sortear el infierno
y amanecer después
ya en primavera
al abrigo de marzo
a la explosión de abriles.
Es siempre febrero
y de golpe la melancolía
este ansia de encender futuros
y la euforia contenida
de lo que puede llegar a ser.
4 comentarios:
pues en este febrero he vuelto a ti, y me encuentro con un bello aunque triste canto
un fuerte abrazo
"En Febrero, sobre todo, no pasa nadie, no pasa nada" (Antonio Pereira: La Barbera Alemana).
Éste no conoce los Carnavales de Cádiz...
Es una de esas tardes grises que también sirven de excusa para narrar lo que le pasa a uno por dentro. Esta vez me siento cortes, la idea de escribirte viene de tu libro, sólo de él, de Central Park.
He comprendido que no soy el único que está solo. Debería haberlo descubierto hace tiempo ¿no?
Tus frases suenan como un eco sentencioso que con repetirse cree poder escapar al error. Esas frase sirvieron a alguien también un día, a mí, para hacerme ver ante mi profesor, para deslumbrar a un profesor que debía ser despertado a tiempo de su fragante sabiduría. Hemos tenido, los de nuestra generación, muchos profesores, y claro, pocos quieren ser descubiertos.
Las frases épicas sirven: calles en Madrid, de noche, cuya visión nos devuelve la memoria en vez de ese palo que buscamos para volverlo a lanzar.
¿Y los arcoiris? Esos no vuelven cuando uno más los necesita. Para eso están lo libros. Estas emociones se mantienen a sí mismas, son una respuesta ante situaciones diversas. Son frases que escapan al error, que nos libran de la infidelidad. Infidelidad incluso con uno mismo. Si, yo tampoco puedo releerme, pues con el bisturí me quitaría las sentencias, el amargor de buscar la verdad. Y también prefiero la duda. La prefiero tal vez porque es lo que mejor conozca, pues abarca más pensamientos que la simple sentencia. Es más generosa la duda, como aquel que decide soltar las monedas que le pesan en el bolsillo, la duda deshace la certeza ¿cómo saber que se emplea bien el dinero?
No debería estar solo si me leo en las palabras de otro. No debería tener certeza de la soledad si alguien dice cosas que hablan al oído. Aunque vagar, como dice James Stewart en Vértigo, es algo que se hace solo, dos siempre van a algún sitio.
Felicidades, Marina, por las palabras de tu libro.
Gracias a ti, Cesareo. Por leer, por saber leerte en las palabras ajenas. Honrada de que hayan sido las mías. Y por hacérmelo saber. Comentarios como el tuyo me impulsan a seguir escribiendo.
Un saludo
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