Ray Loriga narra algo sobre morir y soñar en Venecia y yo sólo pienso en huir.
Nada más regresar en ferragosto brotó la alergia en mi piel coloreada de mar. Días de tristeza y cansancio, en una ciudad amarilla y tóxica. Ahogo y claustrofobia a cuarenta grados, un aire irrespirable y sin posibilidad de gritar más fuerte. Mi alegría secuestrada por el entusiasmo ajeno, por la algarabía y el cántico, y mi espíritu imposibilitado para la empatía ni la comprensión. Mi cuerpo atrapado en mi propia casa y yo sin fuerzas ni ganas, queriéndome encontrar muy lejos, en otra parte, en cualquier lugar menos aquí y ahora, agotada, agostada. Mi energía arrebatada por el fervor de una muchedumbre extranjera invadiendo espacios que siento míos. Visiones alucinadas y apocalípticas a través de las pantallas. Una ciudad desconocida y asediada, una juventud que me hizo sentir vieja y extraña, desposeída de los lugares que tanto amo, que tanto vivo. Miedo de las calles cuando dejan de ser refugio y hogar y se vuelven infierno. Miedo de la gente, de las masas que gritan, de unos y otros. Miedo de la policía que vuelve al garrote vil para impartir injusticia y de los que insultan, de los que se arrodillan para rezar el rosario en medio de una plaza y de los que dicen “Os vamos a quemar como en el 36”.
Nada más regresar en ferragosto brotó la alergia en mi piel coloreada de mar. Días de tristeza y cansancio, en una ciudad amarilla y tóxica. Ahogo y claustrofobia a cuarenta grados, un aire irrespirable y sin posibilidad de gritar más fuerte. Mi alegría secuestrada por el entusiasmo ajeno, por la algarabía y el cántico, y mi espíritu imposibilitado para la empatía ni la comprensión. Mi cuerpo atrapado en mi propia casa y yo sin fuerzas ni ganas, queriéndome encontrar muy lejos, en otra parte, en cualquier lugar menos aquí y ahora, agotada, agostada. Mi energía arrebatada por el fervor de una muchedumbre extranjera invadiendo espacios que siento míos. Visiones alucinadas y apocalípticas a través de las pantallas. Una ciudad desconocida y asediada, una juventud que me hizo sentir vieja y extraña, desposeída de los lugares que tanto amo, que tanto vivo. Miedo de las calles cuando dejan de ser refugio y hogar y se vuelven infierno. Miedo de la gente, de las masas que gritan, de unos y otros. Miedo de la policía que vuelve al garrote vil para impartir injusticia y de los que insultan, de los que se arrodillan para rezar el rosario en medio de una plaza y de los que dicen “Os vamos a quemar como en el 36”.
Una parte de mí se quedó a medio camino, en tierra de nadie, en estos últimos días de agosto tan raros. Una espera entre el verano y la nada, con el calor pesado e insoportable de los días sin rojo en el calendario, cuando las vacaciones llevan el nombre de otro mes.
Una parte de mí sólo piensa en escapar. En perderme en Florencia y morir de belleza en Venecia. En no regresar. En enterrar los restos de antiguas vidas, incluso esta de ahora, en una isla y pasear el cortejo fúnebre en góndola por los canales, mientras un completo desconocido observa atento desde un puente y empieza a escribir una historia en su cabeza.
Estatua del ángel caído en el Parque del Retiro
3 comentarios:
Ea, Dama ETDN, ya pasó.
Que llega Septiembre y ya llueve. Y si no todo, la lluvia logra lavar muchas cosas.
Ánimo con la vuelta. Cuidado con la melatonina.
Un besote.
Y una mierda que llueve, señor optimista.
Pero la ciudad vuelve a ser nuestra, benévola. Nuestros rincones, paseos favoritos. Los amigos ya te contestan al mail. A veces los encuentras.
Que los dioses piadosos, si no murieron de aburrimiento o fueron arrinconados por las "urbanizaciones", eviten que no concedan nunca la Olimpiada.
eviten que "nos" concedan.
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