La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

domingo, 8 de marzo de 2009

Imágenes por la nariz



Los olores que me elevan por encima de las cosas: el olor a naranjas por la mañana, el aliento a tabaco de ciertas bocas, el pelo mojado de después de la ducha, after shave en diferentes pieles.

Nada que ver con la basura acumulada, el pescado podrido, la ropa usada un día tras otro como tantas cosas que perduran sin querer, que se vuelven rutina en el transcurrir de los días.

Y la muerte, ¿tendrá olor cuando llega inesperada? Cómo saberlo sin el frenazo que precede al choque, sin el grito antes del salto; es la enfermedad la que huele a viejo por muy joven que se sea.

Hieden las vísceras, el cuerpo en descomposición y luego nada, el olor a tierra del cementerio o el olor inexistente de las cenizas reducidas a polvo.

Olor de animales en cautividad, perro o gato, paloma, pájaro, tortuga o pez, comida prensada con olor artificial.

A qué huelen el tiempo y los relojes, a húmedo quizá, o al café de la siesta, a las tostadas quemándose, al aroma dulzón de los porros que nunca acabamos, que se apagan en el cenicero porque nos puede el vino o el whisky, madera en el paladar, y la cerveza amarga que derramamos por el suelo que ya no huele a hierba, o sí.

La hierba sólo huele después de regarse o mojarse con la lluvia, después de segarse con todo el ruido del cortacésped.

Las piscinas de agua dulce huelen a verano y a rumor de sol, las de invierno calientes a cloro y moho.

Las colonias llenan el hueco entre la oreja y la nuca. Alcohol, vapor etílico de hombres que huelen a hombre y a azahar y mujeres que huelen a flores en el ascensor. ¿A qué sabe la piel de las mujeres, tan suave pálida siempre bajo el labio?

La sangre nunca es roja, sólo metálica, y caliente a veces.

El frío tiene su propio olor y duele por dentro, igual que la noche, aunque el aroma que siempre permanece, el más inasible, es el de las primeras veces, el de los amaneceres compartidos.

Imágenes que entran por la nariz, se incrustan en el cerebro y nunca jamás se olvidan.


3 comentarios:

Fernando dijo...

pan caliente...madalenas...olor a leña en la calle...la ropa con membrillo y espliego...el olor de la infancia que nunca te abandona..besos.

eldiaridekafka dijo...

Cualquier olor, pero no a tabaco, sorry... Me sientan como las gramíneas.

Y eso que mi olfato se ha quedado con el más desagradable de los olores que espero que no te toque oler (el de pus, que nadie esperaba, en una cavidad por definición estéril), pero...

La sangre, vale, metálica, pero muy dulzona (tanto que llega a marear).

Me quedo con los olores agradables a limpio, por tanto.

PD: esto huele a crisis uncinadas.

Anónimo dijo...

Metálica la sangre, sí. A hierro forjado, como la empuñadura de una espada. Y me trae recuerdos, fíjate.

De Granada a Cádiz en tren, uno pasaba Jerez y en pocos minutos llegaba una bocanada de SAL a la nariz: la Bahía te saluda la pituitaria.

Ya no somos tan conscientemente olfativos, los humanos. Pero por ahí dentro, en la parte reptiliana, guardamos, me parece, esos olores (el de la piel de una mujer: qué aroma clavado en los genes) que nos conmueven por dentro.

Y ahora es cuando me tocaba hacer una broma con algún olor de cosa comestible (tortillitas de camarones o algo así), pero esta vez lo voy a dejar.