La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

martes, 22 de julio de 2008

Llegaron las vacaciones.

El tiempo para descansar, para cambiar de rutinas, para desconectar de (casi) todo.

El Área de Descanso queda abierta.

Hay mucho para leer, aunque no sea nuevo.

Como cierre de temporada, dejo este texto. Es el que salió publicado en la revista MUCHOVIAJE del mes de junio.

Y la foto. La hice el verano pasado y me encanta.




LUGARES QUE NO EXISTEN


Todo viaje comienza mucho antes de embarcar. Elegir destino, comprar un billete es adelantarse al futuro. Hacer una maleta es ordenar ilusiones, anticipar aventuras. Es saborear la posibilidad de tomarse vacaciones de uno mismo y jugar a ser otro, en un país lejano, en una ciudad desconocida.

Una vez en el destino elegido, el tiempo empieza a descontar. El viajero, vuelto turista de la aldea global, lo sabe y por eso intenta retenerlo en imágenes. Fotos y videos para detener lo que se está viviendo como única manera de no perderlo, aunque lo captado en esas instantáneas sea sólo la fachada de lo que cada uno quiso vivir. Pruebas físicas para convencernos de que estuvimos allí, de que el paisaje o el monumento que recordamos existe, que no es fruto de un espejismo de nuestro deseo o un recuerdo inventado por esa jugadora tramposa que es la memoria. El regreso resulta triste porque la ficción se acaba y hemos de volver a rutinas imposibles de disfrazar con ilusiones viajeras.

Deshacer una maleta es algo más que sacar ropa arrugada, sudada, vivida. Es darnos cuenta de las cosas cuando ya es tarde. Descubrir prendas que no nos hemos puesto, objetos innecesarios y otros que tal vez hubiésemos tenido que llevar en su lugar. Pero, sobre todo, deshacer una maleta es un ejercicio de nostalgia. Es hilvanar recuerdos, asociando cada prenda a un momento vivido; es sacar mapas, folletos, billetes usados y reconstruir el viaje.

Veinticuatro horas después todo empieza a quedar lejano. Los paisajes, las risas, las voces, las miradas se desvanecen. Lo que fue realidad en un momento del pasado ya ha dejado de serlo, porque todo recuerdo es imaginado. Lo que queda nunca es real; es sólo memoria falseada. Veinticuatro horas después, cualquier viaje es ya una invención.


sábado, 19 de julio de 2008

Poemas de Verano III


Los veranos son
el único paraíso al que volver
ahora que los agostos
ya no son lo mismo,
y ya son otros,
con otros,
en otros lugares,
más ajenos,
más extraños,
porque ya no son míos,
porque ya no los habito.


Vuelvo a los veranos
ahora que todos se han ido,
ahora que ya no queda nadie
y me he quedado
única
entre los desertores
del pasado,
de la vida,
ahora que todos han cambiado
y odian los veranos,
justo
cuando yo más los amo.


Julio 2003

lunes, 14 de julio de 2008

Inmediateces (XI)


DESCALZA

Me regalas zapatos de tacón y me repites lo mucho que te gustan.

Lo que no sabes es que tengo los pies delicados.

Siempre te vas a tiempo de no ver las ampollas que hinchan mi piel desnuda.

jueves, 10 de julio de 2008

Memorias de verano I


Julios de infancia en Madrid.

Mis veranos nunca fueron de mar ni de playa. Tuve que crecer, cumplir los 20, para viajar a mares que nunca sentí míos.

Veranos de hija única que había aprendido a no aburrirse demasiado, que inventaba cuentos, que imaginaba historias, que rellenaba los Libros de Vacaciones Santillana por diversión.

Veranos urbanos, de rebajas, cines y piscinas. Piscinas municipales, excursiones de día entero, mi madre y yo. Santa Eugenia, el Canoe, La Elipa, el Canal, la Ciudad Deportiva del Real Madrid, la M-86. Filetes empanados, tortilla de patatas, frigo-dedos de fresa, cornetes de vainilla. Libros y crucigramas. Ojos rojos y after sun por la noche. Cola cao frío para cenar, con grumos que nunca se deshacían. Piel caliente, cansancio y felicidad en pijama de manga corta.

A La Dehesa iba de invitada. Amigas, granizados de limón. Días eternos, juegos de cartas, pulseras y trenzas. Niñas que éramos niñas, aún. La emoción de quedarse a dormir en casas ajenas que prometían otro día de piscina, un Peugeot 205 rojo petado de niños que se escondían debajo del asiento para poder entrar en el complejo militar.

Por las mañanas mi padre me llevaba a tiendas enormes donde compraba material de dibujo y a librerías de dos pisos con olor a libros nuevos. Me compraba palomitas en Callao y nos tomábamos el aperitivo en el barrio. Trinaranjus de naranja sin hielo para mí y patatas fritas en un bar que ahora es un Rodilla.

Mi madre me llevaba a las rebajas de El Corte Inglés y Galerías Preciados y me compraba jerseys de rayas porque me quejaba de frío al salir del cine, sesión de las cuatro.

Verano azul (yo tenía la misma edad de Tito, entonces), El Gran Héroe Americano (William Katt, mi primer amor televisivo), El coche fantástico, Galáctica, el Halcón callejero. Series de verano, de digestiones que nunca acababan.

El mes de julio se hacía eterno y no era más que la espera de las verdaderas vacaciones.


martes, 8 de julio de 2008

Ausencia

Busco rastros de ti en la cama. Rastros de piel, de sudor, de saliva. Mi mano acaricia la sábana y tú ya no estás, pero permanece tu huella en mis huesos. El instinto animal disparado de ganas de poseerse, de devorar la carne que sabemos nuestra. El ritual ensayado del deseo por fin desatado de los nudos del pudor. Los cuerpos intuyéndose y queriendo acoplarse en la llamada ancestral del cebo del placer. Todas las bocas abiertas, ávidas de lenguas y labios. Dientes que muerden, que se muerden, que chocan en una lucha salvaje, desesperada y violenta. Manos que se multiplican y no dan abasto a tanta piel por recorrer, que palpan, palmean, golpean, atrapan, juegan, acarician, sudan, buscan, suben, mojan, ciegan. Tus dedos mojados en mi boca que saben a mí. Mis dedos ahora mojados de mí sin ti. Ojos cerrados y mandíbula apretada de espacio vacío, de lecho deshabitado. Placer para nadie. Rabia solitaria. Temblor desperdiciado.

lunes, 7 de julio de 2008

Poemas de verano II


I

Sol de julio
que es quemazón
que es caricia
bálsamo que arde
en mi piel
en mi ánimo.

La hierba bajo la espalda
la superficie azul piscina
la música de otros veranos
en el mp3
y en la memoria.


II

Veranos de oro
donde sí pasaban cosas
aunque parecieran lentos
donde lo inesperado
se hacía esperar
en el aburrimiento y el tedio.

Camisas blancas
en la noche de agosto
lluvia de estrellas
bajo la luna cuadrada
deseos fugaces que caen
con el cometa perdido
y alborotan la soledad
de mis dieciocho años.

jueves, 3 de julio de 2008

Empate a cero

Y sigo futbolística, o futbolera.

Porque no siempre se gana.

Porque cuando se gana casi nunca es porque sí.

Porque detrás hay muchas horas, mucho esfuerzo, mucho entrenamiento, mucho trabajo en la sombra.

Y esto vale para el fútbol y para casi todo en la vida.

Aunque no siempre, casi siempre se cumple.

El triunfo es lo visible. Lo que hay detrás, antes, no suele mostrarse, ni decirse.

De todo esto habla esta canción de Pablo Moro.

Escuchen, porque no sólo habla de fútbol.

Dedicada a los que nunca ganan. O a los que siempre pierden, aunque no estoy segura de que sea lo mismo.



EMPATE A CERO

El cielo no te dio magia en los pies.
las ordenes precisas, cubrir los huecos, bajar a defender.
En el centro del campo, recuperando balones
soltándosela rápido al que se lleva la gloria de los goles.

Y tantos años, tantas botas,
tantos tacos, tanto esfuerzo
y no ganar ningún trofeo ni jugar un Mundial.
Tanto barro, tantas rodillas,
tanto domingo, tantas dobles amarillas
para no llegar nunca a la final.

Y pasar la vida en el centro del campo
hasta que encuentren en la cantera un recambio.
Pasar la vida en el centro del campo.
La experiencia es un grado bajo cero
el destino jugando siempre al fuera de juego
y en el marcador un aburrido empate a cero.


Nadie se compró la camiseta con tu nombre.
Haciendo el trabajo sucio: o pasa el balón o sólo pasa el hombre.
En el centro del campo, trabajando con los pulmones,
no fuiste el fichaje estrella ni la hinchada te dedicó canciones.

Y tantos años, tantas botas,
tantos tacos, tanto esfuerzo
y no ganar ningún trofeo ni jugar un Mundial.
Tanto barro, tantas rodillas,
tanto domingo, tantas dobles amarillas
para no llegar nunca a la final.

Y pasar la vida en el centro del campo
hasta que encuentren en la cantera un recambio.

Pasar la vida en el centro del campo.
La experiencia es un grado bajo cero.
El destino jugando siempre al fuera de juego

y en el marcador un aburrido empate a cero.

martes, 1 de julio de 2008

Viva


Y no me canso de ver las imágenes, los goles. Repetidos una y otra vez. Cuando llegué en la madrugada del domingo a casa, cansada pero sin sueño, busqué resúmenes, crónicas, estampas. Necesitaba verlo. Otra vez. Desde otros ángulos, tranquilamente, sola en casa. Y me sentí extraña, porque no soy especialmente futbolera. Me gusta el buen fútbol, los buenos partidos. Desde siempre, supongo. Desde aquel Mundial 82 en el que, a mis ocho tiernos años, me sabía los colores de todos los equipos y algunas alineaciones, que había rotulado cuidadosamente en pequeños circulitos fabricando el Campeonato Mundial de Chapas a mi medida. Me recorrí los bares del barrio pidiendo a los camareros chapas que no estuviesen dobladas, le ordené a mi madre que comprara botellas de dos litros de Coca Cola porque necesitaba tapones-porteros.

Después vibré con aquel mítico 13-1 a Malta. Luego me hice mayor, supongo, y el fútbol dejó de interesarme. Vi cómo el Real Madrid ganaba la Séptima en el Pabellón de la Ciudad Deportiva, cubriéndolo para la agencia de noticias en la que trabajé durante aquel mes. Después tuve un novio madridista y vi cómo ganábamos la Octava, y llegué a ir al Bernabeu y a la Cibeles a celebrarlo. Después tuve otro novio con el que vi, en una casa que ya era mía, los partidos del Mundial de Alemania. España no pasó de cuartos ni nosotros del siguiente invierno.

Hace un mes ni siquiera sabía que se celebraba la Eurocopa. Hace mucho que no sigo el fútbol, de algunos de los jugadores no me sonaba ni el nombre, mucho menos les ponía cara (de hecho, a muchos sigo sin ubicarles). Pero el primer partido de España fue a una hora tonta y me entretuvo la siesta. El segundo no llegué a verlo donde me hubiese gustado, en el Palacete, pero pude ver la segunda parte. El tercero era puro trámite y es que entre el fútbol y el taller no se duda. El cuarto fue el mejor. Especial, emocionante. España mirando a la cara a Italia. San Iker ganándose a España y a parte del extranjero. Los penalties de infarto y yo esperando más, sin enterarme de que con que marcara Fábregas ya estábamos en semifinales. Y todo un bar coreando Ca-si-llas, hasta Vicky, y los abrazos de después, y la euforia, y los sms, y compartirlo también con Nacho, Carmen y Elena. Y el empezar a creérnoslo. Que las maldiciones no existen. Que no pasar de cuartos era por algo. Que este equipo no era el de siempre. El que hacía las faltas para parar al contrario, el que se conformaba con un gol y a replegarse, el que cuando el delantero contrario llegaba al área hacía un penalti tonto en vez de defender como es debido.

Y, de pronto, es España la que anula a Rusia, la que deja pequeña a Alemania. De pronto, son los otros los que nos hacen las faltas, los que nos temen, los que no se atreven y si se atreven da igual porque la defensa está al quite sin necesidad de hacer faltas y porque, si llegan, a ver quién le tose a Iker brazos largos, piernas largas, dedos mágicos.

Y una semifinal contra Rusia con España vestida de rojo y amarillo, en El Hombre Tranquilo - de nuevo aquí diez años después, varias vidas después - hablando de París. Y 3-0. Y pensar que todo llega, que todo es posible. Miro a Aroa y a David y vuelvo a creer en el amor. España en la final. Los milagros no surgen porque sí, pero hay que creer en ellos para que existan, para que se hagan realidad.

Y domingo de nervios, de espera, de calor. El agua de la piscina mezclada con las camisetas rojas, con las ganas, con las expectativas que por esta vez tienen fundamento. Y Bea nerviosa, con temblores en las piernas. Isa viste de blanco y negro y la confunden con una alemana pero su corazón es pura furia roja y no está segura de aguantar el partido, porque sufre como yo no he visto sufrir a nadie viendo fútbol. Y David tan serio que me da miedo, menos asustado por el resultado del partido, que sabe seguro, que por lo vivido entre el jueves y el domingo, que los sentimientos cuando se viven tan claros asustan más que once alemanes detrás de un balón. Y Aroa de rojo falda y con la luz de París aún en sus ojillos cansados. Y Píter deseando rematar el fin de semana de su cumpleaños, que empezó vistiendo de cura del lado oscuro y termina en un pub irlandés de Madrid dando palmas verdes, con una bandera rojigualda malpintada en la mejilla. Y Juan y Fernando pidiendo ir a cenar, que tanta emoción siempre les da hambre de milanesas y empanadas argentinas. Y yo sufriendo los primeros diez minutos porque no lo veía nada bien, hasta que empecé a verlo no tan mal, fiándome de la seguridad de David, deseando no perder del todo la fe. Y el gol de Torres, y yo imaginándome a millones de personas coreándolo a la vez, sintiéndome parte de algo mucho más grande que yo, algo importante, algo que merecía la pena estar viviendo allí, en ese lugar preciso, con esas personas, entre amigos, mojitos y pipas. Y la cuenta atrás, y el estallido, la euforia, los abrazos.

Y de vuelta a casa, la necesidad de revivirlo todo otra vez, de saber cómo se vivió en otros sitios, de no querer perderme nada. Y volver a ver los goles. Y no cansarme. Y no reconocerme demasiado pero a la vez no querer dejar de hacerlo. Porque las emociones no se piensan. Se viven. Y yo soy de las que quiero que duren siempre. Por eso sigo haciendo zapping, para que esto no se acabe, para estirarlo mientras pueda. Para seguir sintiendo. Para sentirme viva.