La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

martes, 31 de enero de 2017

ENERO: YA SÓLO HABLA DE AMOR (Ray Loriga)



YA SÓLO HABLA DE AMOR                        

  Ray Loriga


El sentimentalismo no se corrige volviéndose cínico, sino volviéndose serio
Cesare Pavese



La verdad se le escapaba. Se le escapaba por completo. Y no dejaba de asombrarle la capacidad que tenían algunas personas para sujetar la verdad por el cuello.

Su derrota, en suma, es tan arrogante como lo fue en su día su victoria, y él lo sabe, y al saberlo, qué duda cabe, se multiplica su condena.

Ya no ignoraba su delito, ni ignoraba el hecho de que su delito no era otro que el de no haber sido capaz de amar lo suficiente. Aquel que no es capaz de amar lo suficiente es siempre el único culpable.

Todo amor es sin lugar a dudas el asalto a un tesoro que no nos pertenece, y de lo que uno se lleva a escondidas, como un cazador furtivo, es mejor no dar cuentas a nadie.

Y una vez restados todos los besos y los martinis, y esas miradas eternas después traicionadas, y una vez llegados hasta aquí, una vez roto el corazón de las causas hermosas, no tendrá uno sino una eterna confrontación de cifras y medidas, y milímetros de felicidad robada que sin duda se han de pagar. Y cómo escapar, si todo lo que fue, en su día y sin dudarlo, hermoso, se destruyó después, negando así no sólo el futuro, sino también el pasado.

No es capaz de encontrar el momento exacto, pero lo cierto es que todo lo que dibujó con exquisito cuidado se emborronó de pronto (...) Convertido ya en el soldado de una ejército enemigo jura otra bandera, y al sonido de esa otra corneta, el pasado se convierte en un futuro en llamas. (...) Y si guarda todavía y tan cautelosamente sus rencores, es para poder morder, de cuando en cuando, a sus miedos. Lo cual ya no es ni excusa ni razón, ni sirve de nada.

La vida real se impone siempre sobre todas y cada una de las malvadas y hermosas ensoñaciones (...) Una cosa estaba clara, en su lucha contra la tiranía de la realidad (y eso incluía el amor real, el saldo real de todas las cuentas y el resto de las cosas que había despreciado sin comprenderlas), había sido derrotado.

Una persona que todo lo ve, y que escucha en silencio todos y cada uno de los rumores del mundo y que tiene finalmente la capacidad de no encontrar en sí mismo la respuesta a sus plegarias, está siempre cercada por todos los desastres. (...) La naturaleza de un alma incapaz es, sin lugar a dudas, más dañina que la fuerte sangre de un alma malvada, y está condenada a vivir entre el daño causado. (...) Para consolarse contaba sólo con su debilidad, que no estaba hecha de nada concreto, sino de años de esfuerzo impreciso.

Había aceptado la inercia de su declive. Ya no sólo no se oponía a su propia y paulatina desaparición, sino que la aceptaba con gusto. ¿Acaso se dedicaba a otra cosa? Pues no, lo cierto es que no se dedicaba ya a nada más. Aun a sabiendas de que toda esta arrogancia que le llevaba a consumirse era estúpida, él seguía a lo suyo, construyendo su derrota con paciencia infinita. Tonto era, de eso no cabe ya duda alguna, pero y qué. Tampoco tenía ya a quien dar explicaciones. Todo el terreno que había conseguido vallar y destruir en silencio, y a su alrededor, era suyo. Un  campo quemado hoja tras hoja, rama tras rama, brizna a brizna, por la mano de un solo hombre. Un incendio provocado por un idiota que aún guardaba la cerilla, un delito sin lugar para la suposición de inocencia.

Sebastián había pagado con creces su arrogancia, y estaba por así decirlo en tierra de nadie, y tras él no quedaba más que el insidioso olor de la tierra quemada, que es el mismo olor que emana el dolor no merecido, y delante de él no había nada.

De amor, él, no sabía nada. ¿Acaso no había negado las verdaderas pruebas de amor, las pruebas reales que el amor le había puesto por delante, cuando sintió, como sintió el día que abandonó su vida, que se merecía, él, con toda su inmaculada arrogancia, una vida mejor, un amor mejor, un cuidado más exquisito? Merecerlo o no poco importaba en realidad, pues no hay más amor que el construido, el sujetado y alentado entre el tráfico de las condiciones reales.

Nada de lo que encontrase en su regreso sería exactamente lo que dejó al irse, y la que fue su vida no debería ser molestada ahora por el recuerdo. Tampoco puede contemplarse a una mujer que ha sido nuestra como si no se la hubiese amado.

Envejecer debe de ser esto, vivir ya para siempre contra las construcciones del pasado.

Y sin embargo, estaba empezando a cansarse de estar sentado todo el día sin hacer nada, de mirar a las mujeres que podrían ser suyas bailar con otros, estaba cansado también de la fortaleza de sus renuncias, y de no tener nada que hacer, aparte de cuidar de una pena infinita como quien cuida de un cofre vacío.

¿Acaso no amé con la naturaleza que me fue dada, y puede que incluso por encima de mis posibilidades, tensando cada vez el arco de mis propios intereses?¿Acaso no desprecié siempre la tierra conquistada para adentrarme una y otra vez en el bosque de mi derrota?

Digámoslo ya, Sebastián carecía de una estrategia para la victoria.