“La gente nunca se da cuenta de nada”, grita Holden Caulfield desde las páginas de El guardián entre el centeno. Cuesta dejar de ser niños y afrontar que no hay ningún guardián que nos salve del abismo que se extiende tras el campo de centeno. Y que es necesario atravesarlo para crecer, aunque crecer signifique vagar, como Holden en Nueva York, por una ciudad desconocida y hostil donde a nadie le importa adónde van los patos de Central Park cuando se hiela el lago.
A Mark Chapman, el asesino de John Lennon, también le cautivó el joven rebelde que se resiste a crecer, que escapa a Nueva York para sentirse libre y lo único que descubre es que está solo ante un mundo que no comprende ni le comprende, que lo que más desea en la vida es proteger a su hermana pequeña, Phoebe, que venera a su hermano muerto, Allie, y que tras conocer un mundo de bailes con chicas de pueblo, habitaciones solitarias de hotel, prostitutas y chulos que pegan puñetazos en el estómago, vuelve una y otra vez a Central Park, paraíso de su infancia donde los patos desaparecen en invierno.
Chapman llegó a Nueva York el seis de diciembre de 1980, dos días antes de descerrajar cinco tiros a Lennon a las puertas del edificio Dakota, situado precisamente frente a ese Central Park tan querido por Holden. En esas cuarenta y ocho horas el inminente homicida buscó una prostituta, compró una pistola y adquirió un ejemplar de El guardián entre el centeno, en el que escribió: “Esta es mi declaración”. Horas antes de matarle, se acercó a Lennon y le pidió un autógrafo.
A Mark Chapman, el asesino de John Lennon, también le cautivó el joven rebelde que se resiste a crecer, que escapa a Nueva York para sentirse libre y lo único que descubre es que está solo ante un mundo que no comprende ni le comprende, que lo que más desea en la vida es proteger a su hermana pequeña, Phoebe, que venera a su hermano muerto, Allie, y que tras conocer un mundo de bailes con chicas de pueblo, habitaciones solitarias de hotel, prostitutas y chulos que pegan puñetazos en el estómago, vuelve una y otra vez a Central Park, paraíso de su infancia donde los patos desaparecen en invierno.
Chapman llegó a Nueva York el seis de diciembre de 1980, dos días antes de descerrajar cinco tiros a Lennon a las puertas del edificio Dakota, situado precisamente frente a ese Central Park tan querido por Holden. En esas cuarenta y ocho horas el inminente homicida buscó una prostituta, compró una pistola y adquirió un ejemplar de El guardián entre el centeno, en el que escribió: “Esta es mi declaración”. Horas antes de matarle, se acercó a Lennon y le pidió un autógrafo.